jueves, 20 de noviembre de 2008

La gamberrada del dia

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Aranluc, cocinera, costurera y ahora también dibujante del infienno nos deleita con esta versión libre mezcla entre StarWars y la Corte de los Espejos o como dejar a Darth Vader a la altura del barro.

miércoles, 12 de noviembre de 2008

Gilipollas

Algunos ya sabréis que hace unos cuantos días mi gafas pasaron a mejor vida. El ciclo vital de unas gafas está sujeto al azar. Desde el primer día que las sacas de su funda, hasta que llega el fatídico momento en el que piensas "me parece que tengo que volver a graduarme la vista...."(momento en el que tu cartera comienza a gemir) pasan meses, años fielmente pegadas a tu cara, acompañándote en todo momento. En ese tiempo apenas te separas de ellas, llegas incluso a meterlas en la ducha en un cariñoso descuido. Son tus fieles compañeras, escuderas de mil batallas, testigos clarificadores de tu vida y tus momentos íntimos (bueno no, todos los momentos íntimos no, que yo follo en braille). Hasta que un día cualquiera, te abandonan. Puede ser que, llegado el momento, notes que ya no se adaptan a ti como antes y eso te haga saber que es hora de cambiar o tal vez un día te sientas en un banco del parque, te las quitas un segundo para los dioses sabe qué y no te las vuelves a poner. Esta ultima posibilidad suele ser la demostración práctica de que todas aquellas personas que te han llamado "gilipollas" alguna vez, no estaban tan desencaminadas como pensabas.
El caso es que debo reconocer que soy gilipollas y que mis gafas ya no están conmigo. Mi cuenta corriente empieza a temblar, mis proyecto resineros se desmoronan, Hermonge se resigna con la novia que tiene... todo eso. Después de asumir lo obvio y tras un breve luto me encamino a mi óptica de toda vida preparada para hacerlos un poco más ricos. Entras en el establecimiento donde una vez a los once años me colocaron mi primer (y muy inútil) par de gafas. Tu óptico de confianza te sienta en una silla confortable y despliega un montón de monturas ante ti. Si he perdido las gafas ¿como cojones pretendes que la escoja?¿al tacto?Suspiro, resignación,suspiro. Una montura barata, que aguante el titanico peso de los cristales. Entonces el amable dependiente, que me conoce desde hace años y años me planta encima de la nariz una montura metálica de un alegre color verde y me suelta "Estas van mucho contigo, que eres muy informal". ¿Informal?¿Informal?¿he dejado de pagarte alguna vez la vestimenta imprescindible de mi escasa visión?¿Acaso no lo trato siempre de usted y pregunto por su familia cada vez que lo veo?¿QUE CARAJO QUIERES DECIR CON INFORMAL? Pero no lo pregunto, ni estampo su cara en el mostrador...respiración acelerada, mirada asesina (supongo que era una mirada asesina, sin gafas no estoy segura de haber logrado el efecto)Pero el fiel administrador de dioptrías no se da cuanta del nefasto efecto que ha tenido sobre mi su comentario y pasa a decir que me da un aspecto muy desenfadado, porque yo soy una persona desenfadada. Me muerdo la lengua hasta hacerme sangre, ¿desenfadada? Eso es que nunca has oído lo que sale por mi boca después de escuchar la COPE cinco minutos. O cuando meto mi tarjeta en el cajero a fin de mes. O CADA VEZ QUE VOY A LA PUTA ÓPTICA. Pero matar a quien acaba de decirte que te regala la montura con su mejor sonrisa es de ser desagradecida. Vamos, vamos mujer...el hombre no tiene mala intención, no quiere ofenderte. Estas enfadada contigo misma. Es muy duro que unas gafas pasen a mejor vida, pero debo afrontarlo y pagar las consecuencias. Sobre todo eso, pagar.
Soy gilipollas

lunes, 3 de noviembre de 2008

No hagaís esto en casa

Tengo que confesaros una cosa: me plancho el flequillo, y no solo eso, sino que hasta que no se me queda como si fuera uno de los hermanos Ramone no me quedo tranquila. Uno puede pensar que plancharse el flequillo no entraña riesgo, sin embargo las fashion victims sabemos que es una operación altamente peligrosa que solo puede realizarse cuando controlas todos los factores de riesgo. Lo que no se puede hacer es decidir que vas a convertirte en la prima cutre de Amaral después de un viaje de cinco horas en coche que te ha dejado semicomatosa y te ha obligado a dormirte una siesta de la que aun no has acabado de despertarte, pese a que te has duchado, tendido una lavadora y bailado en honor de Cthulhu. No, si no estás en plena posesión de tus facultades mentales no puedes alisarte el pelo, porque entonces puede pasar que cuando aprietes las ardientes tenacillas de la plancha notes un dolor agudo en tu dedo anular derecho, al tiempo que un sospechoso olor a carne quemada invade el ambiente. Son momentos de esos que parecen en transcurrir a cámara lenta y mientras tu cerebro piensa “soy gilipollas”, tu boca solo suelta patéticos gemiditos al tiempo que sopla inútilmente sobre la zona afectada.
El resultado es que mi dedo anular, mi dedo justiciero, aquel con el que señalo implacable las injusticias del mundo tiene un color sospechoso. Mi dedito escritor lesionado ¿Será excusa bastante para darme de baja?. Está claro que la vanidad es un pecado y yo he tenido una mini ración de infierno…