domingo, 26 de diciembre de 2010

Muérdago, acebo y otros hierbajos navideños

¿Nunca os habéis preguntado por qué usamos el acebo como adorno navideño?¿Por qué los anglosajones se besan bajo el muérdago o porque se adornan los abetos? Puede que las navidades sean una de las fiestas cristianas por antonomasia pero están plagadas de supersticiones herederas de los antiguos mitos paganos. Otro años que me pille con mas ganas os hablaré de las Brumalias y las fiestas del Sol Invicto porque sería un tema para hablar largo, tendido, tumbado…la postura es lo de menos, pero desde luego es uno de esos asuntos que exigen que te pongas cómoda antes de empezar a contar y esta vez servidora anda un poco justa de tiempo. Así que solo puedo dejaros un par de datos curiosos:

Estos días es muy común ver hojas y frutas de acebo (Ilex aquifolium) usadas como adorno navideño, una costumbre que los países mediterráneos heredamos de países con climas más fríos. No solo porque aquí el acebo no sea una planta común (que también) sino porque su uso lo impuso la Iglesia para desbancar al muérdago (Viscum álbum) como adorno navideño. El muérdago común es una planta parasitaria que crece en ciertos árboles a la que los druidas celtas tenían en alta estima como panacea para todo tipo de males (aunque en dosis altas es tóxica y puede producir bradicardias), solo se podía recoger de ciertos robles que los druidas consideraban sagrados y al parecer recolectaban cortando las ramas con cuchillos y hoces de oro (acordaos que Panoramix siempre una pequeña hoz de oro atada al cinturón, ahora ya sabéis para que). La costumbre era colgar estas ramas de muérdago en las puertas de la casas para protegerlas de cualquier mal, también era el modo de dar la bienvenida a los viajeros. Era obligatorio entrar desarmado en una casa protegida con esta planta sagrada, si invitabas a tu casa a un enemigo acérrimo, hacerlo pasar por un arco adornado con muérdago era un modo de asegurarte que no te causaría ningún mal mientras estuviese bajo tu techo. ¿Pero por qué los besos? Tenemos que irnos a Escandinavia para explicar esto. Para los escandinavos el muérdago estaba vinculado a la diosa de la fertilidad y el amor, Frigga. En su honor las parejas de amantes se besaban bajo esta planta, esperando que de este modo la diosa bendijera su amor con una tropa de pequeños y rubios escandinavitos…Esta gente viajaba mucho y era amiga de compartir su cultura con otros pueblos (los ingleses solían recibir con mucho jolgorio las visitas de los hombres del norte, a los que ellos llamaban normandos y con los que solían intercambiar largas jornadas de hachazos, flechazos, quema de aldeas, robo de ganado, rapto de féminas…cosas agradables) Los ingleses heredaron la tradición del muérdago de los normandos y también el gusto por compartir su cultura con otras gentes (tanto si la otra gente quería como si no) y así se extendió lo de de repartir cariño (y hachazos)
Cuando en el 330 d. C la iglesia fija la fecha del nacimiento de Cristo el 25 de Diciembre (7 de enero si eres ortodoxo) se prohíbe por completo el uso del muérdago debido a su asociación con los cultos paganos e imponen el acebo como sustituto ya que sus hojas picudas recuerdan las espinas de la corona del Salvador y las bayas rojas las gotas de su sangre, motivo por el que se hacen coronas circulares con el acebo y es que los padre de la Iglesia siempre han sido unos tipos muy alegres. Desgraciadamente lo de besarse bajo el muérdago era mas divertido que mirar una planta y pensar en la mortificación de la carne, así que ambos usos persisten hoy en día. Solo que el muérdago está prohibido por la Iglesia y de hecho no se puede adornar ningún templo consagrado con esta planta. (Por cierto tampoco puede llevarse corsé en las iglesias, steampunkeros, gotikos y gente con problemas de espalda: toca joderse)

¿Y el abeto? Quienes piensan que adornar tu casa con un abeto es una americanada deberían replanteárselo, ya que de hecho es una costumbre alemana. Ellos fueron los primeros en adornar el interior de las casas con estos arbolitos durante la Navidad, lo hacen desde el S XVI y la creencia mas extendida es que fue Lucero, sorprendido por la belleza con la que nieve brillaba sobre las agujas de este árbol, el primero que usó este adorno como sustituto del belén,llevando un abeto a su casa y adornando las ramas con velas. En el s XVII ya era una costumbre extendida por todos los países protestantes y un símbolo anti católico. En todos menos en Gran Bretaña. Seria Alberto, esposo de la reina Victoria, que era de origen alemán quien introduciría esta costumbre por primera vez en un hogar inglés y ya sabéis como eran los ingleses con la reina Victoria, si ella lo hacía, los demás no iban a ser menos.

En EEUU serian las oleadas de inmigrantes alemanes del s XIX y principios del XX las que instaurarían el abeto como árbol navideño y desde ahí, vía Hollywood a todo el mundo. Curiosamente los países católicos no deberían tener árboles de navidad, ya que nacieron como una costumbre anti papista pero bueno, ahora ya sabéis que un belén junto a un abeto puede ser o una enorme ironía o un símbolo de tolerancia y convivencia religiosa

miércoles, 15 de diciembre de 2010

El otro proyecto

Bueno algunos ya sabéis de la nueva aventura en la que estoy embarcada, esa que me está haciendo currar mas horas que un reloj, pero de la que no me quejo nunca porque me tiene totalmente emocionada. No he podido resistirme a dejaros un pequeño aperitivo de una de las cosas que escribí hace tiempo, cuando el proyecto era aun una nebulosa sin formato claro. Hoy que ya tiene cara y ojos veo que por entonces aunque no sabía muy bien como lo contaría, tenía muy claro que era lo que quería contar.
Os dejo con una historia nueva, mucha mas épica que "La Corte". Es paradójico pero si tiene éxito no la podréis leer...



Sobre la pena duermo solo y uno,
pena es mi paz y pena mi batalla,
perro que ni me deja ni se calla,
siempre a su dueño fiel, pero importuno.
Miguel Hernández



Cansado y miserable
Desde que había entrado en el Yermo de SecaGargantas estas eran las únicas palabras que podían describir su ánimo y eran una carga mucho más pesada que su mochila de viaje. Eran peores que el sol y el viento cargado de polvo, peores que la sed que había convertido su boca en un infierno seco y áspero.
La primera noche una tormenta le sorprendió al raso, llovió con tanta furia sobre aquel suelo arrasado que pronto el agua, el barro y las piedras formaron un caudaloso torrente que inundó la cañada que estaba cruzando. Tuvo que ponerse a escalar a toda prisa por la pared de una garganta resbaladiza y traicionera para ponerse a salvo, enredándose con su ropa empapada, mientras la lluvia lo envolvía en una ceguera húmeda que se le clavaba en los ojos como agujas heladas. Consiguió alcanzar un punto lo bastante alto como para alejarse del terreno inundado que se extendía bajo sus pies y no se atrevió a buscar ningún refugio, no había llegado a un desierto para ahogarse. Pasó la noche tiritando, azotado por una tormenta en la que le parecía poder escuchar la risa de los dioses. Se sentó sobre una roca y se envolvió en su manto empapado. Que se rieran. Él no pensaba maldecir, ni lamentar su fortuna. No les concedería esa diversión. Si querían jugar les había tocado un juguete muy poco dispuesto. Se limitó a permanecer en vela, aferrado a la esperanza. Pronto sería libre o estaría muerto. En ambos casos sería un alivio.
El sol llegó deshaciendo las nubes, aprovechó las primeras horas para secar la ropa y espantarse el frío del cuerpo, no tardo demasiado, al mediodía el calor se había adueñado de tal modo de la llanura que no quedaba ni un charco. Caminó con el sol siempre a su izquierda, tal como le había recomendado Ayazir. Caminó sin tregua dos días enteros, con los escorpiones y sus pensamientos como única compañía. No sabría decir cual de las dos cosas era más ponzoñosa. Ya no podía comer, la maldición convertía en cenizas cualquier cosa que intentase tragar, exceptuando el elixir del brujo y empezaba a acabarse. Tenía que encontrar a aquella cosa cuanto antes o estaría demasiado enfermo para luchar.
Encontró una larga pared de roca, se sentó a la sombra, aflojó el manto y se permitió el fugaz alivio de mojarse la cabeza y la cara. El agua era un lujo y no podía desperdiciarla aunque ahora no pudiese beberla la necesitaría para la vuelta. Estuvo un rato sentado, con la espalda apoyada contra la piedra, el tiempo se acababa y no había ni rastro de la criatura. Ayazir le había advertido que huiría de él, que lo presentiría como las bestias presienten la hora de su muerte. Aun así empezaba a inquietarle no ser capaz de encontrar ni el más leve rastro, era como si no existiera. Al pensar en esa posibilidad le entró pánico por primera vez en mucho tiempo. Si los Guardianes no existían entonces su único destino era convertirse en un ser parecido al que él mismo había matado en el bosque, estaría condenando a arrastrarse y sufrir hasta que otro desgraciado acabase con sus días y ocupara su lugar. Un escalofrío lo recorrió de pies a cabeza. No, cualquier cosa antes que eso. El Guardián existía ¿Por qué iba a mentirle el viejo brujo?¿Para qué lo habría enredado Baro en aquella espiral si la bestia no existía?

Cerró los ojos, se obligó a dejar la mente en blanco, respiró despacio hasta que el miedo se disipó como una mala niebla. No tomaría aquella decisión llevado por el pánico. Por muy pesimista que se sintiese en aquel momento, por acorralado que pudiese estar su muerte no le pertenecía, si moría Myrka se quedaría sola. Recordó la risa desvalida e inocente de su hermana. No dejaría que otros cargaran con esa responsabilidad, era suya. Aquellos pensamientos lo ayudaron a decidir, no buscaría más, basta de jugar al escondite con aquella cosa. La sacaría de su guarida a la fuerza. Ayazir le había advertido de los peligros de la invocación, usar ese tipo de magia sin tener ninguna experiencia era peligroso. Se arriesgaría, era eso o seguir vagabundeando por aquel yermo de mierda hasta que se le secase la carne sobre los huesos.
Tomó un largo trago del elixir, con un poco de suerte no volvería a necesitarlo. Como era habitual se sintió mucho mejor casi de inmediato, lleno de fuerza. Tenía que aprovecharlo. Dejó la mochila bajo un montón de rocas para ponerla a salvo de las alimañas y salió de nuevo al sol. Contempló el cielo, si aquello iba a ser lo ultimo que viese, era un visión gloriosa, azul, infinita, radiante. Sonrió. Era la hora.

Se quito la capucha, iría a la batalla con la cabeza descubierta, desafiante y preparado para cualquier cosa. “Reza por mi, Myrka, reza por tu hermano” pensó mientras sacaba la daga de su funda y se hacía un profundo tajo en la palma de la mano. Como siempre la marca reaccionó y un dolor terrible le subió por el brazo mientras la sangre corría hasta la tierra en repugnantes borbotones. Negra, espesa, inhumana. Apretó la mano y se obligó a soportarlo, no era necesario recitar ningún hechizo, su sangre llamaba al Guardián. “Ven” susurró lleno de rabia, “Ven para que te lleve al infierno” El corazón le latía como un tambor de guerra, marcando la cadencia con la que la sangre salpicaba el polvo.

El suelo tembló, al principio casi no se notaba, pero la vibración fue a aumentando su potencia hasta convertirse en un pequeño e intenso terremoto que estuvo a punto de hacerle perder el equilibrio. En apenas segundos el temblor levantó piedras y resquebrajó la dura corteza del desierto, el suelo explotó lanzado rocas en todas direcciones. Se cubrió incapaz de ver nada. Cuando el viento despejó el paisaje sintió que la respiración se le helaba en el pecho. No estaba preparado para encontrarse con semejante ser, no hubiese estado preparado aunque se lo hubiesen descrito con pelos y señales. La imaginación era incapaz abarcar la existencia del Guardián y las palabras no hubiesen sido sino un pobre reflejo. Era enorme, su cuerpo alargado se alzaba de tal modo que parecía tocar el cielo, tenía algo de inmenso ciempiés acorazado, con afiladas patas quitinosas, pero su cabeza repleta de ojos redondos de un profundo rojo oscuro estaba rematada con unas inmensas mandíbulas que no se parecían a las de ningún animal que hubiese visto antes. Se quedó petrificado un segundo, temiendo respirar demasiado fuerte y que eso hiciese que el monstruo se fijase en él. El brujo no le había dicho que sería tan grande. No podía vencerle, era como si una pulga pretendiese matar a un perro. Quiso arrojar las dagas al suelo y huir. Algo imposible. Si escapaba solo le quedaba ser una marioneta de los dioses. El monstruo era su destino. Recordó a Ivrian; sus ojos maliciosos, la dulzura que sus labios le regalaron y el calor de su piel contra la suya. Aquel encuentro demasiado fugaz le había devuelto la humanidad por un momento. Quería presentarse ante ella de nuevo, libre de su carga, sin ser ya el cazador de Guardianes. Siendo solo un hombre. Tal vez podría tener una vida que mereciese tal nombre.
Aferró con ganas sus armas, desató toda la fuerza y toda la rabia que la maldición había ido dejando sobre su alma y se lanzó contra el monstruo.
No sabía si era el cazador o la presa.
Tampoco le importaba.
Era todo o nada.

martes, 7 de diciembre de 2010

George MacDonald, el horizonte de los sueños

Vale, vale no me matéis. La proxima entrega será de "La Corte de los Espejos" pero mientras, para abrir boca os dejo un pequeño homenaje a un autor tan grande como desconocido



Aun recuerdo como llegó a mis manos el primer libro que leí de George MacDonald, me lo regaló Círculo de Lectores para compensar mi fidelidad como cliente, o por conseguirle algún nuevo socio, o cualquier cosas de esas. Se trataba de “La princesa y los trasgos” y la verdad con semejante titulo tardé un tiempo en animarme a leerlo, tuve que verme sin nada que leer y con un viaje de tren bastante largo por delante para sacarlo de la estantería y quitarle el polvo.
Me gusta hacer el viaje a Cádiz en tren, normalmente voy escuchando música y pensando en mis cosas, no suelo leer porque el paisaje me encanta y cuando el tren llega al mar siento que el corazón me late mas despacio, me gusta verme rodeada de agua, me gusta ver el horizonte y el sol sobre el agua. Aquel día no levanté un ojo del libro, estaban totalmente hechizada, a la mierda el mar y las gaviotas, solo me interesaba ir devorando páginas. Cuando llegué a la estación ya no tenía interés por mi trabajo sobre las ilustradas gaditanas. Pasé por la biblioteca de la universidad casi sonámbula. Tenía otra pregunta mucho más interesante en la cabeza ¿Quién era George MacDonald? Averiguarlo me costó Dios y ayuda. Apenas había información es español sobre él y la que encontré en inglés era escasa. Tuvieron que pasar los años, entonces Siruela se decidió a editar las obras completas de MacDonald y Carmen Martín Gaite escribiría la biografía de este modesto escritor escocés que sería la inspiración de autores como Tolkien y del C S Lewis se consideraba heredero. No voy a explayarme con una biografía suya, primero porque ya hay varias publicadas en nuestro idioma y segundo porque él nunca quiso que se hablara de él. Era un hombre sencillo, sus hijos tuvieron el privilegio en ser de los primeros en leer “Alicia en el país de las Maravillas” aunque luego por motivos evidentes, MacDonald decidió alejar a los niños de Lewis Carroll (de hecho le prohibió al autor de Alicia que volviera a acercarse a su familia).Tuvo una vida dura, con grandes problemas económicos, debido en parte al empeño con el que siempre defendió sus ideas y sus escritos. Lo hacía con tal pasión que esto le dificultó en gran medida su vida laboral y sus relaciones sociales. Era un hombre de firmes convicciones en una época en la que creer en la igualdad social y predicarla desde un púlpito no estaba nada bien visto por la férrea sociedad victoriana, pero lo hizo, lo hizo durante toda su vida; defendió la educación y emancipación de las mujeres, la necesidad de cambiar las condiciones de vida de los obreros y sobre todo habló de la importancia de formar a la infancia en estas ideas de igualdad. MacDonald se consideraba un soñador pero sabía que había un horizonte de realidad en lo que soñaba y que este horizonte sería inalcanzable para él, pero no para sus hijos o sus nietos.
Los libros de MacDonald están llenos de niños humildes y valientes que caminan entre la dureza de su vida cotidiana y la belleza del folclore escocés. Curdie, el niño minero que protagoniza tanto “La princesa y los trasgos” como “Curdie y la princesa” es un retrato de todos estos niños sin voz a los el autor solía referirse en sus sermones. Niños a los que siempre honraba en sus relatos convirtiéndolos en héroes inteligentes, rebosantes de sabiduría popular, que no conocen el desaliento. Los hermanos Pevensie de “Las crónicas de Narnia” están claramente inspirados en los niños creados por MacDonald
Pero si algo hace grande a este autor que nunca quiso destacar en nada es en el uso de la magia en sus relatos. Una magia salvaje y poderosa que no necesita de brujas y magos, ni de complicados hechizos porque está en el corazón de todos los hombres. Una magia que asombra y asusta por igual. Capaz de hacer maravillas y calamidades. El tipo de magia que me gusta. El tipo de magia sobre la que siempre trato de escribir. La brújula de coherencia y serenidad con la trato de guiarme cuando creo un personaje. Se que estoy a mucha distancia de su maestría, pero no me importa, Macdonald siempre será el horizonte de mis sueños.

martes, 9 de noviembre de 2010

Etiquetas

Hace mucho tiempo que conozco exactamente cual es mi lugar en el mundo, ocupo un huequito entre la gente del montón, yo y mucho mas formamos una acogedora masa gris de “personas corrientes” donde no se está del todo mal. Lo bueno de no destacar demasiado en nada es que nadie espera gran cosa de ti. Tiene sus ventajas; en cuanto despuntas un poco el publico está encantando pero si fracasas no se extrañan demasiado y eso le quita hierro al asunto.

Respecto a mi físico pues no sé que decir. Ya sé que han sido necesarias varias cirugías para arreglarme la vista (lo sé, yo estaba allí) y tal vez eso deforma un poco mi visión del mundo porque me considero una persona muy normalita. Es cierto que no tengo un gran atractivo físico, a decir verdad nunca lo he echado en falta porque esta falta de lo que ciertos cánones consideran “belleza” nunca me ha impedido hacer nada que realmente quisiera hacer. Estoy bastante satisfecha conmigo misma, razonablemente al menos. Siempre es bueno dejar un margen de ansias y ganas de cambiar, sino te aburres.

Así que aquí estoy yo, feliz y sin complejos. Vive y deja vivir…esas cosas. Entonces surge la pregunta ¿Por qué siempre tiene que venir un cretino a dejarme bien claro su opinión sobre tu persona? Estoy aburrida de que ciertos varones se crean con el derecho de llamarme fea en mi puta cara, como si yo no estuviese presente. Como si la gente fea tuviese que asumir su fealdad y permitir que otros mejores que ellos se la recuerden para que tengan claro cual es su rol en el mundo.

Me pasa de vez en cuando, de repente, alguien siente la necesidad de insultarme por la calle, para que no olvide que tengo la cara que tengo. Hoy sin ir mas lejos unos chicos han preferido no ocupar su asiento en el metro porque (cita literal) “Hostias tu, no te sientes al lado de la fea”. ¿Y que haces antes eso?¿Sentirte humillada?¿Dolida?¿Ignorarlo? ¿Montas un número? No hay solución perfecta a este dilema. He esperado a que llegase mi parada, me he levantado y le he dicho al muchacho en cuestión una frase que ya he tenido que soltar alguna que otra vez “ Yo soy fea, tu eres un hijo de puta, los dos tenemos un problema congénito” Y me he largado sin dejarle derecho a réplica. Aunque imagino que se habrá descojonado porque ese tipo de seres ni siente ni padece. Al menos me he quedado a gusto

Y puestos a colgarnos etiquetas, que nadie se quede sin la suya

martes, 26 de octubre de 2010

Eleazar Ibn Bahar

Un pasito atrás. Este capitulo irá al principio de la Corte de los Espejos. Eleazar es un personaje muy querido para mi, al igual que Nicasia lleva el nombre de uno de mis profesores de EGB. Solo que Doña Nicasia era una santa y no tiene que ver nada con mi pequeña mestiza de mal pronto. Don Eleazar (vengo de una época a las que a los profesores aun se le trataba con respeto)si tiene mas concordancia con este personaje; un hombre mayor, apasionado por las matemáticas, pese a que jamás logró inculcarme su amor por ellas. Paciente, mediador...Fue el último gran profesor que encontré, el último enamorado de su profesión y me enseñó muchas cosas, así que aunque no metió números en mi cabeza, me enseñó otras cosas igualmente importantes. De esas que se aprenden en las escuelas


La mano le vaciló un momento y una gota de tinta cayó de la punta de la plumilla al paisaje de papel que se extendía sobre la mesa. Eleazar Ibn Bahar se apresuro a secarla, fue inútil, el pequeño punto negro se quedó perenne entre las casas que acababa de dibujar. Llevaba varias tardes dibujando la vista de La Corte de los Espejos que admiraba a diario desde su ventana, aquella manchita flotando entre las disciplinadas líneas se quedaría allí para recordarle que su pulso ya no era tan firme, ni sus reacciones tan rápidas. Se hacia viejo y era un lujo que aun no podía permitirse.

-Abuelo-La voz vino acompañada con el tintineo de las cortinas que separaban su pequeño despacho de la sala de estar, en aquella casa no había puertas-Acaba de llegar un mensajero.

Su nieto entró en el despacho con un pliegue de papel sellado en la mano, a Eleazar siempre le sorprendía lo que se parecía a su abuela, tenía los mismo ojos oliváceos y los labios que hacían exactamente la misma mueca suave cuando sonreían, algo que hacía de continuo y con la misma despreocupación con la que solía hacerlo su hijo Inaam. A veces se preguntaba si de verdad compartían estos rasgos eran solo malas jugadas de su memoria, que buscaba en los rostros cercanos recuerdos de los que ya no estaban a su lado. Viejo y sentimental, no podía haber una mezcla peor.

Rashid dejó la carta sobre la mesa y admiró el dibujo por encima de su hombro. Si vio la mancha tuvo la delicadeza de no mencionarla. Él mojó un pincel en tinta aguada y se puso a manchar el cielo de papel con unas cuantas nubes de panza gris.

-¿Me regalarás este dibujo cuando lo acabes, Babá?

De sus dos nietos, este era el más joven y el único que lo seguía llamando “Babá”.

-¿Tanto te gusta? Entonces puedes quedártelo, aquí ya casi no me queda espacio.

No colgaba sus dibujos en ninguna otra parte de la casa, le parecía una ofensa a su nieto Isma´il adornar las paredes con cosas de las que no podía disfrutar.

-Lo pondré en mi habitación.

-¿Quién era el mensajero?

-No venía de palacio, era un viajero.

El anciano metió el pincel en un vaso lleno de agua sucia. Aquello era extraño, lo habitual era que sus mensajes llegaran siempre a través de palacio, rara vez recibía algo directamente de fuera de las murallas. Y justo ahora que Isma´il estaba de viaje por orden de la reina. Temió que fueran malas noticias, pero cogió el sobre con la despreocupación de quien está acostumbrado a recibir cartas, no había ningún remite y tampoco ningún sello en los pegotes de lacre amarillo que la mantenían cerrada. Volvió a dejarla junto a los pinceles y las plumillas como se hace con las noticias sin importancia.

-¿Te fijaste en el correo? ¿Que aspecto tenía?-

-Vulgar, no me he fijado mucho en él. Creo que era un boggan con la ropa llena de polvo.

-Quizás sea de la caravana-Dijo fingiendo retomar el dibujo- Seguramente de tu madre, para asegurarse de que te comportas civilizadamente y de que te vigilo como es debido.

Su nieto volvió a llenar la habitación con una risotada, la facilidad que tenía para reírse, la plenitud de aquella risa y el poco valor que Rashid daba a sus estallidos de alegría era la mejor recompensa de Eleazar. Estaba bien que no necesitase pensar en el valor real de su felicidad ni en la suerte que tenía de que la vida le dejase llevar continuamente una sonrisa en la cara. No conocía la desgracia, ni las preocupaciones capaces de robarte el sueño y el apetito. En muchos aspectos era aun un niño más que un muchacho, al contrario que sus padres, su abuelo no tenía prisa por hacerle crecer ni por cargarlo de responsabilidades, tendría el resto de su vida para ser un adulto.

-¡Mi madre no es la indicada para darme lecciones de buen comportamiento¡-Comentó en tono jocoso.

-Me temo que ella hizo mejor trabajo educandote a ti, que él que hice yo con ella- Dijo él sin poder apartar los ojos del sobre.

-¿Cómo no iba a hacerlo bien? Te tenía a ti como ejemplo-Rashid se puso una chilaba de color verde encima de su túnica blanca-Me voy, esta noche Marsias me ha puesto a cargo de la puerta, es un puesto importante.

-Es una gran noticia, espera tengo algo para ti- Se levantó hasta una alacena de madera y saco un cofrecillo de nácar con la tapa rajada.
-Toma, te traerá suerte. Esto era de tu tatarabuela-Le dijo mientras ponía algo en la mano de su nieto y le cerraba los dedos en torno al regalo

-¿Era de tu abuela, Babá?¿Qué es?

Abrió la mano esperando encontrar alguna maravilla y no pudo evitar una mueca de desconcertada sorpresa, sobre su palma reposaba una sencilla piedra plana, un guijarro de arroyo sin más particularidad que un agujero en el centro, alguien había pasado un cordón por el agujero para que pudiese usarse a modo de collar.

-Es un amuleto, a mi me ayudó una vez. Espero que a ti solo te de suerte. Puede que no parezca gran cosa pero es una reliquia familiar.

Un poco incrédulo, Rashid se ató su nuevo tesoro al cinturón. Antes de irse le dio un beso en la coronilla y se marchó a la carrera tras un par de frases aceleradas de despedidas. El viejo sonrió, él que lo había visto dar sus primeros pasos entre las cabras de la caravana y ahora era ese mismo mocoso el que lo trataba como si fuera un crío. No podía negar que había ciertas similitudes entre la vejez y la infancia, sobre todo porque a tu alrededor todo el mundo tiende a infravalorarte o a sobreprotegerte. Regresó al despachó y contempló un rato la mesa su presencia se le antojaba similar a la de un bicho venenoso al que le gustaría poder hacer desaparecer bajo una piedra. Desde luego no era de la caravana, los Ibn Bahar tenían otros métodos para comunicarse entre ellos y si se veían obligados enviar mensajeros siempre usaban palomas. Además no tenía el sello de ninguna de las familias. Eso era un alivio, no le apetecía saber de su gente en aquel momento, se había alejado de ellos para darles a sus nietos la oportunidad de crecer lejos de la influencia de sus redes, que tuviesen la oportunidad de formarse una idea propia de cómo era el mundo. Rashid tendría que volver a la caravana tan pronto como sus padres decidieran que había llegado el momento de prepararlo para coger las riendas de la familia, o cuando encontraran a alguna muchacha a la que encontraran digna de ser su esposa. Un problema del que se ocuparía mas tarde, calculaba que su gente estaba aun muy lejos. La caravana de los Ibn Bahar hacia un ruta comercial larga y peligrosa que durante muchísimo tiempo nadie mas se había atrevido a hacer, y que ahora que otros viajeros se sentían lo bastante osados como para intentarlo, ellos reclamaban como derecho exclusivo. Nadie de su familia se quedaba demasiado tiempo en ninguna parte, ni poseían mas casa que su carpa en la caravana, estar en ruta era un honor y en ese aspecto Eleazar era un bicho raro que había echado raíces, se lo consentían porque necesitaban un enlace en la Corte que velase por sus intereses. Pero la carta no era de su familia, así que no merecía la pena pensar en ellos

Cogió el papel y buscó un abrecartas en alguno de los cajones, esperaba de todo corazón que no fuesen noticias de su nieto Isma´il, en aquel momento estaba de viaje por orden de la reina. Era bastante habitual ya que era correo de su majestad, del mismo modo que era habitual no tener noticias suyas mientras cumplía estos encargos. Nunca hubiese podido escribir una carta, el mismo brote de Plaga Roja que acabó con la vida de su hijo Inaam y su esposa afectó a su nieto cuando solo era un bebé, sobrevivió a sus padres pero se quedó ciego. A Eleazar le tocó sobreponerse de la muerte de su primogénito y de su nuera favorita para criar a un niño al que toda la caravana consideraba un lastre. Para él aquel niño de ojos nublados y expresión dulce fue una bendición, le dio la excusa ideal para establecerse en la Corte de los Espejos y era el consuelo constante de su perdida, toda su vida había sido una lucha para conseguirle siempre lo mejor, intentando que no dependiese de nadie mas allá de los estrictamente imprescindible, si era capaz de valerse por si mismo no lo necesitaría cuando la eternidad lo reclamase. Y aunque creía haber conseguido su objetivo, la sombra de esa preocupación nunca acababa de disiparse, hacía ya tiempo que había asumido que lo acompañaría hasta su ultimo aliento, tal vez incluso mas allá. Hacía presa de él en aquel momento, mientras rasgaba el papel con unas manos que temblaban más por la preocupación que por la edad.

No se trataba de Isma´il, el alivio le duró poco, a medida que iba leyendo iba descubriendo la gravedad de lo acababa de caer en sus manos. La carta estaba escrita por una acelerada mano femenina tras la que se adivinaban un terror acuciante, derrochaba las palabras y los detalles con la vehemencia apasionada de quienes desean ser creídos a toda costa. Desbordaba un odio frió y calculado. El anciano dejó caer el papel sobre la mesa y miró por la ventana, a la tarde plácida y luminosa que hacía relucir las tejas de azulejo tornasolado de la Corte contempló las casitas apiñadas, con las ventanas llenas de flores y las torres de palacio, que se recortaban contra el cielo esbeltas y desafiantes como los dedos de un dios. El paisaje sin cambios que había aprendido a amar. A veces pensaba que aquella ciudad no se llamaba la Corte de los Espejos por sus relucientes tejados, brillantes como cristales al sol sino por todos los equívocos y los engaños que escondía. Habían pasado mucho años desde que el final de la Guerra de la Reina Durmiente sentase en el trono a su Majestad Silvania, que las batallas hubiesen cesado no significaba que estuviesen en paz. Nadie quedó del todo satisfecho en las capitulaciones, demasiados rencores, demasiado dolor sin consolar...había quienes de negaban aceptar los cambios del nuevo gobierno, cada cual esgrimía sus razones como legitimas y la reina tenia que gobernar manteniendo un equilibrio perfecto algo que a veces era como tratar de mantenerse en pie sobre un alambre en plena tempestad. Un movimiento en falso y el gobierno por el que tanto habían luchado desaparecerían en un instante. El reino no se merecía volver a sangrar.

Volvió a leer la carta un par de veces mas, esta vez con la cabeza libre de preocupaciones, dejó a un lado a su familia, los asuntos de estado y sus propias opiniones, se limito a concentrarse en el contenido, despedazando las frases detenidamente tratando de averiguar que dosis de verdad ocultaban y hasta que punto eran graves aquellas acusaciones. Estuvo meditando un rato, a primera vista parecía estar ante los desvaríos conspiratorios de un vulgar paranoico, pero el conocía la mano de la que salían aquellas letras y estaba lejos de ser una loca, por mucho que estuviese desesperada por que la permitiesen regresar del exilio nunca se inventaría una historia que a primera vista parecía demasiado descabellada para ser cierta. Durante la guerra habían sido aliados y luego se habían mantenido en contacto por puro interés mutuo, ella confiaba en que Eleazar como jefe de la cancillería usase su influencia para ayudarla, algo que solo había hecho cuando convenía a sus intereses. Aun así aquella mutua cooperación daba buenos frutos y mientras fuese así, su aliada seguiría en el exilio. Era un peón que le convenía conservar. De hecho ella le mandaba aquella información confiando que aquella muestra de lealtad a la reina le permitiese regresa a la Corte, eso se adivinaba entre líneas. No era del todo malo que conservase alguna esperanza, la dejaría soñar por el momento, mientras decidía como actuar.

Ante todo tenía que proteger a los suyos, por ahora ninguno de sus nietos debía saber nada de aquel asunto. Al menos no hasta que conociese bien todos los pormenores. Había demasiadas incógnitas en aquel asunto que no le gustaban, lo primero era cubrirse las espaldas, actuaría como si la información fuese totalmente cierta. No sabía si alguien mas conocía aquellos hechos o la existencia de aquella carta, era importante averiguar si corría peligro, hizo una copia del escrito y la guardo en el falso fondo de un cajón, un escondite no demasiado obvio pero tampoco demasiado seguro, si alguien la buscaba a conciencia pensaría que la había escondido. Ahora tenia que pensar a quien enviaba la carta original, era necesario que alguien más conociese aquellos hechos, pero era necesario escoger a la persona correcta. No podía poner aquello en conocimiento de la reina, no hasta que no verificase la información y hubiese tomado sus propias medidas, en el palacio hasta los aposentos mas privados tenían orejas y él no sabía hasta donde llegaba aquella supuesta conjura ni que consecuencias tendría aquella información si llegaba a oídos equivocados. La reina contaba con el Alto Consejo para ayudarse a tomar las decisiones de estado, eran en total doce miembros que representaban las doce casas nobles mas importantes del reino, aunque en este momento el consejo solo contaba con diez consejeros, dos de los asientos esperaban que alguien los ocupase, pero la reina no había designado quienes debían ocupar esos puestos y no parecía dispuesta a hacerlo pronto. Pese a que debido a su labor de alto canciller Eleazar conocía a todos los miembros del Alto Consejo y no acababa de confiar en ellos, una parte de ellos habían luchado contra la reina en la Guerra, pero firmar los armisticios voluntariamente jugó en su favor. Olvidar y empezar de nuevo, esa fue la premisa. El canciller no sabía hasta que punto habían olvidado. También estaban presentes en el Consejo los nobles que habían luchado del lado de la reina, pero algunos estaban descontentos con el nuevo gobierno, los cambios impuestos por el gobierno les hicieron perder muchos de sus privilegios, por no contar los que habian esperado un mejor pago por su lealtad. Definitivamente no podía confiar en los altos nobles, además según la carta al menos dos de ellos estaban dentro del complot. Eso descartaba igualmente a la Camara de Consenso, estaba formada por las casas menores y solo se acudía a ella cuando no existía unanimidad en el Alto Consejo. Eran un curioso grupo de oportunistas que esperaban una oportunidad de medrar y solo actuarían siguiendo sus propias ambiciones. La mayoría carecían de cualquier habilidad política y solo estaban en la cámara en virtud a sus títulos. Los había leales y bien intencionados, pero tenían muy poco poder para resultar de utilidad, además Eleazar apenas los conocía, no sabría a quien acudir. Tenía que olvidarse de los sidhe, era demasiado arriesgado. Y desde luego no podía pensar ni por un momento en confiar en DamaMirlo, la pieza fuera del tablero. La mujer que no tenía mas papel que el de “Camarera Mayor” de su majestad, y sin embargo parecía estar en todas partes, saberlo todo, su mano manejaba mucho más que los vestidos de la reina o la organización de las doncellas. Sabanas limpias para las estancias de palacio y palabras negras para las cámaras del consejo. Aquella figura delgada y discreta que se deslizaba sobre el mármol con la fluidez de una mancha de tinta, siempre un paso detrás de todo el mundo, siempre imperturbable, con aquellos ojos sin pupilas, que lo devoraban todo en silencio. Solo la reina confiaba en DamaMirlo. Eso le dejaba como única salida el Parlamento de los Sueños, la asamblea de gentiles. Hadas comunes que no poseían ningún titulo de nobleza, artesanos, comerciantes…trabajadores que asqueaban a muchos elfos, para ellos que esta gente pisase si quiera el suelo del Palacio de Cristal era una muestra de que tras la guerra las cosas habían cambiado a peor ¿Qué podía saber cualquiera de ellos de política? Sin embargo aquella hadas eran leales a la reina, porque ella les habia dado mas de lo que se atrevieron a imaginar. El Parlamento apenas tenía poder real, pero era obligatorio comunicarles las decisiones del Consejo y en ocasiones habían conseguidos reformar ciertas leyes o presentar enmiendas, para evitar revueltas y desordenes.

Sabía a quien debía dirigirse, le había prohibido dirigirle la palabra hace muchos años, antes de que llegase a la ciudad. La única concesión a su antigua amistad era el pequeño desafío matemático que mantenían entre ellos. Empezó un día que él se le cayó una hoja de su cuaderno de cálculo cuando paseaba por la calle, nunca supo como encontró ella la hoja, ni como supo a quien le pertenecía. La hoja contenía una ecuación que era incapaz de resolver, emborronada, rehecha mil veces. Se la mando a casa con un mensajero, resuelta con una única frase escrita “¿Esto es todo lo que sabes hacer?” . Añadía una nueva ecuación a modo de desafió. Desde entonces habían cruzado una interminable correspondencia de ecuaciones y problemas de lógica, pero jamás una carta. Sabía que la ingeniera no lo perdonaría jamás ni lo pretendía pero también sabía que la única razón por la que aceptaba su asiento en el parlamento era su firme deseo de paz. Ella había entregado su sangre y su felicidad en aquella guerra. Había sufrido y no deseaba que volviera pasar. Vigilaba a los sidhe, no tenía reparo en desafiarlos, lo había hecho una vez y les había ganado, los nobles la temían, la apreciaban o la odiaban.

Buscó la ecuación que le había mandado esta vez, estaba sin resolver. Uso el pliego para ocultar la carta, no podía enviarla de inmediato, en caso de que estuviesen vigilándolo sería sospechoso. Esperaría dos días. Mientras haría algunas averiguaciones, trataría de desentrañar que era lo que tenía entre manos para poder actuar en consecuencia. Sabía que era lo mismo que haría ella. Ellos tal vez era dos hadas humildes con un pasado común que ninguno quería recordar, era bueno ser insignificante. Nadie espera nada de ti, nadie sospecha de ti. Muy a menudo la gente insignificante hace grandes cosas. Eleazar selló el pliego y con él sus esperanzas de que todo aquello no fuese mas que una broma macabra, que no hubiese necesidad de grandes proezas. No le gustaban las hazañas porque sabía que se cobraban enormes precios, él ya no era joven, tenía demasiadas cosas que no quería perder. Suspiró al guardar la carta entre los pliegues de su túnica, al hacerlo se sintió pequeño y frágil, como un pergamino reseco. Había sobrevivido a esclavitud, a la guerra y la Plaga Roja, pero no estaba seguro si sobreviviría a las intrigas de la paz.

miércoles, 13 de octubre de 2010

Criticas

Gran verdad

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jueves, 7 de octubre de 2010

Cambios Otoñales

Manx murió en otoño y su muerte empezó una historia...Será porque en verano siempre ha bajado mucho la actividad del blog (lo cual entre calor y vacaciones es algo perfectamente lógico) o tal vez porque le veo tantas implicaciones poéticas que es mi estación favorita (lo cual tal vez sea señal de ramalazo gótico en mi interior, Dior no lo quiera) El caso es que para mi esta estación siempre ha sido sinónimo de: “Anda ponte los calcetines y empieza a escribir” los últimos dos años ha sido para retomar la Corte y este será para terminarla definitivamente. Desgraciadamente por ahora no habrá nuevas entradas de la historia ¿Por qué? No quiero adelantar acontecimientos, para bien o para mal sabréis la respuesta a finales de Noviembre. ¿Os voy a dejar a medias? No, jamás, no me gusta dejar a nadie insatisfecho, cualquiera que haya comido en mi casa lo sabe. No, no voy a hacer chistes guarros, hacedlos vosotros por mí.

Conoceréis el final de la historia de un modo u otro. Eso es una promesa. Si dejo de publicar entradas literarias es por un acto de fuerza mayor, tal vez pasajero. Algunos ven el Otoño como la muerte del verano, un momento melancólico en el que la belleza estival se deshace, los días de descanso terminan y todo se vuelve un poco más gris, un poco más triste. Yo soy del cálido sur, aquí el otoño es una respiro tras los larguísimos días de calor asfixiante, son las noches en las que, por fin, duermes apaciblemente sin sudores ni agobios, es cuando la tierra se recupera un poco, respira aliviada y los parques y los jardines se quitan el polvo de tantos y tantos días sin lluvia. El Otoño es el principio…este Otoño podría ser el principio de un largo sueño

No os preocupéis, no os dejaré sin leer. Si no puedo seguir con la Corte os contare otro cuento “Beltaine”, una historia corta sobre como se forjó una amistad larga.

Y recordad que se acerca Samhain…cuidado, cuidado con las hadas.

miércoles, 29 de septiembre de 2010

Koala

Elea Ortiz Martínez, a la que unos pocos afortunados conocemos como Koala es una chica muy joven, tan joven que impresiona ver el increíble talento que tiene ya a estas alturas. Si ahora ya dibuja de este modo, no puedo imaginarme lo que hará dentro de un par de años, ni falta que me hace porque espero estar allí para verlo

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Tengo que agradecerle estos dos preciosos dibujos, y sobre todo este

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Es la primera vez que alguien dibuja a Marsias y tengo que reconocer que lo ha bordado. No veo el momento de colgarlo en mi pared y lucirlo orgullosa.

jueves, 9 de septiembre de 2010

Feliz 5771

El año nuevo hebreo se celebra siempre por las fechas de Septiembre/Octubre de nuestro calendario, que corresponden al mes Tishrei del calendario hebreo. En estas fechas es cuando los judíos creen que Dios creo el mundo, lo cual tendría su lógica; Dios vuelve de vacaciones y como se tiene que poner a trabajar crea el mundo (fue sin duda una mala decisión, porque estoy segura que desde entonces tiene mucho mas curro que hacer. Es como cuando tienes un cachorrito, es cierto que lo quieres un montón y te da cariño, pero también muerde tus zapatos y mea las esquinas) El Rosh Hashaná que por explicarlo de algún modo sería el equivalente a la Nochevieja, empieza como tantas otras fiestas judías al caer sol, en las comunidades mas ortodoxas se hace sonar un cuerno de carnero (Shofar) para iniciar las fiestas, en Brooklin seguro que ponen una peli de Woody Allen. Conmemora no solo la creación del mundo, sino también la Adán (No, la creación de la mujer no se celebra, mas que nada porque habría que ver a cual de las tres mujeres de Adan festejan). La fiesta empieza comiendo manzanas con miel y canela, aunque en realidad como basta que sean manzanas dulces hay muchas recetas. Esto se hace además de porque están muy ricas y engordan poco para desear que el resto del año sea feliz y prospero.

Rosh Hashaná significa “cabeza del año” y da comienzo a una serie de días conocidos como Yamin Noraim “los días temibles” que terminan una semana después con el Yom Kippur “fiesta del perdón”.¿Y por qué son temibles estos días? Porque son los días en los que Dios juzga a la creación. En estos días perdona las faltas que los hombres hayan cometido contra su Ley (No comer kosher, no respetar el sabath, no haberse descapuchado el pajarito…esas cosas) pero NO perdona los pecados de los hombres contra el prójimo, esos tienen remediarlos los mismo hombres mediante la reflexión, la penitencia o irse a abrazar a un palestino que no vaya armado. Son días para pedir perdón a tus semejantes desde el sincero arrepentimiento porque sino lo haces Dios te apuntará en uno de sus tres libros: Uno para los malos, otro para los justos y el tercero para aquellos con lo que no tiene muy claro que hacer (no es coña). Los malos irán al sheol, que es la muerte universal, lejos de la gloria divina. (la no existencia) los buenos irán a reunirse en la gloria de Dios en su Marina d´or celestial y los indecisos tienen los días temibles para ver en que libro acaban.

Así que nada, cuidadito con lo que hacéis estos días, recordad que Dios judío no es el coleguita del Nuevo Testamento, que es mas bien el de las zarzas ardiendo, las inundaciones, las plagas y las caminatas por el desierto.
Aun así shana tova a todo el mundo y que el 5771 os trate mejor que el 2010

sábado, 28 de agosto de 2010

Diez años no son nada



Conozco a mucha gente que piensa que el amor es una farsa, que no dura y que eso de las relaciones monogamas de larga duración son solo una convención social desfasada e hipócrita. Esta gente me puede besar el culo. A ver, respeto todas las formas de relaciones personales o sexuales siempre que sean mutuamente consentidas, pero tampoco voy a negar que me jode que alguien me mire por encima del hombro porque ella se considera moderna y liberada. No actuo por ningún motivo moral o religioso, quizás las cosas fuesen muy distintas de no haber dado con la persona correcta. Es fácil de entender: simplemente no necesito nada más, no me apetece experimentar. Cuando uno come bien en casa, no le hace falta visitar un Burger King, sobre todo cuando ya has probado las hamburguesas…

No hay modo fácil de resumir diez años de relación sin correr el riesgo de ponerme sentimental, o aun peor cursi, y la verdad es que no creo que os apetezca leer mis chorradas amorosas. Os libraré de eso. De todos modos no hay manera satisfactoria de resumir estos años, no puedo contaros las risas (es lo que mas me viene a la cabeza, lo mucho que nos reímos juntos), la complicidad, el cariño y ese necesidad de llegar a casa y preguntar “¿Qué tal el día?”.

No tengo el modo de contaros lo que han sido estos diez años con el friki que vive conmigo (más sorprendente aun, que pretende seguir viviendo conmigo) Solo puedo deciros que estoy sorprendida, que entiendo muy bien la canción de Paul McCartney, porque me siento así, sorprendida de necesitar a alguien de este modo, sorprendida de la capacidad que aun tiene un pequeño gesto suyo para subirme la moral, para alegrarme el día, sorprendida porque digan lo que digan el amor perdura si sabes cuidarlo.

Bueno tenéis que perdonarme, no me explico demasiado bien, aun me queda mucho por aprender, quizás pueda hacerlo algo mejor dentro de otros diez años.

viernes, 6 de agosto de 2010

Fantasmas y sombras

Lo palpo todo:
hierros, urnas, altares,
una antigua vasija, retratos carcomidos por la lluvia,
citas sagradas, nombres,
anillos de latón, sucias coronas, horribles
poesías...
Quiero ser familiar con todo esto.

Goytisolo


Rashid solía visitarlo cada tres días, se presentaba en cuanto cerraban el burdel, tan temprano que las calles apenas empezaban a animarse. Así que los primos compartían un desayuno muy madrugador mientras el muchacho le contaba entre bostezos las novedades del burdel, estos informes habían sido en su mayoría anodinos; Mesalina había regresado a la Corte vistiendo los colores del luto y tras unos días había vuelto a abrir las puertas de la casa, aunque ella se limitaba a organizar el día a día de su negocio alegando que no estaba de humor para ofrecer sus servicios. Rashid no creía que la cortesana estuviese fingiendo su tristeza, Mesalina apenas se dejaba ver y no se arreglaba demasiado, además si alguien paseaba por los jardines privados de Marsias era fácil verla asomada en su balcón con la vista fija en el horizonte.

-Una vez la vi llorar- Le contó mientras daba buena cuenta de un cuenco de dátiles-Me hubiese gustado abrazarla.

Isma´il sonrió, envidiaba la candidez de su primo, en su momento a él también le hubiese gustado consolar entre sus brazos a cualquier damisela bien dispuesta. Rashid aun podía permitirle ver las cosas bajo la hermosa luz de la inocencia, era un lujo que él ya no podía darse, su deber era revisar la información con un enfoque más práctico.

-Es lógico que llore a su tío-El nigromante comprendía los sentimientos de la sátira- La crió casi desde que tiene memoria. Pero si Marsias ha muerto ¿Por qué sigue escribiendo a Fuegovivo tan a menudo?

-Tendrá más parientes…

-Solo Tiresias, pero él está ahora mismo aquí en la Corte y no en el santuario. Y según me has dicho escribe a Fuegovivo muy a menudo.

-Casi todos los días- Corroboró el chico

El ciego mordisqueó un dátil distraídamente.

-Es raro…¿Y ha visto a Tiresias?

-No ha recibido ninguna visita, ni ha salido del burdel, eso te lo puedo decir casi seguro.

Las lágrimas de Mesalina interesaban poco al nigromante, él tenía sus propias penas y no pensaba preocuparse de las ajenas. La correspondencia era otro asunto, se preguntaba si habría alguna información interesante en aquellas cartas, si merecería la pena correr el riesgo de interceptar alguna aunque solo fuera para sentir que hacía algo útil. Le había resultado imposible encontrar a la misteriosa sluagh de la cara cortada, tal vez ella y sus secuaces habían salido de la ciudad y en ese caso podían estar cualquier parte convirtiéndose en una pista imposible de seguir. Esa idea ocupaba su cabeza, le quitaba el sueño y hacía que hasta la comida tuviese un sabor amargo, tenía la sensación de estar masticando su propia rabia a todas horas, como si le hubiesen llenado la boca de arena. Estar en un callejón sin salida lo desesperaba y cada vez le costaba mas trabajo ser prudente, tal vez su plan estaba fracasado antes de empezar. Para no pensar más de la cuenta había decidido buscar otras pistas. Primero deshizo paso por paso el último día de su abuelo sin encontrar nada extraño ni en sus horarios, ni en sus visitas, en los días anteriores a su muerte no recordaba ningún cambio significativo en sus costumbres. En vida Eleazar fue un animal de costumbres, la rutina era sagrada, sobre todo a medida que envejecía. Por supuesto registró minuciosamente la casa, poniendo especial cuidado a la habitación de su abuelo y a su pequeño despacho, Farfara lo ayudó pero todo parecía estar en un orden perfecto “No vinieron a robar” se dijo tras hacer que la marioneta volviese a revisar los cajones por ultima vez, eso descartaba casi seguro que fuese un asunto relacionado con los Ibn Bahar, la caravana y sus negocios quedaban fuera de la ecuación y dejaba abierta una vía mucho mas siniestra; que lo hubiesen asesinado por algo relacionado con la cancillería de palacio, sabía que era muy poco lo que podía hacer por ese camino, pero no tenía nada mejor y necesitaba
mantenerse ocupado si no quería volverse loco.

En su calidad de mensajero real no era difícil entrar en palacio, que lo dejasen pasar a las estancias del secretario de su majestad era algo muy distinto. En aquellos momentos había un feroz pulso entre las distintas casas nobles por recuperar un puesto que tradicionalmente había estado en manos de los sidhe. Tras la guerra, que la reina hubiese elegido a un gentil para ocupar el puesto se había considerado un insulto y una provocación, por suerte en plenas capitulaciones los nobles tenían asuntos más apremiantes de los que ocuparse, algunos de ellos estaban más preocupados por conservar sus privilegios, sus tierras y hasta su pellejo. “Los Ibn Bahar han sido aliados fieles a mi causa y se merecen esta recompensa” zanjó la reina. Desde entones Eleazar Ibn Baahr se convirtió en su fiel secretario y desde luego la caravana había sabido aprovechar la oportunidad convirtiéndose en una autentica y prospera ciudad andante. Ahora el puesto volvía a estar vacante y en los pasillos de palacio la tensión era palpable, ni siquiera el hecho de ser pariente directo del antiguo secretario consiguió que el guardia apostado ante la puerta, un troll gigantesco que olía a limaduras de hierro y cuya voz sonaba con un cerrojo oxidado, cediese lo mas mínimo. El ciego apretó las manos en torno de su baston con tanta fuerza que se hizo daño en las palmas, a duras penas logró mantener a rayas el tentador impulso de hacerle una referencia poco cortés a la honra de su madre. Por supuesto había modos mas expeditivos de quitar al troll de en medio, en otras circunstancias ni se lo hubiese pensando, aquí debía contenerse, agredir a un miembro de la Guardia Real dentro del propio palacio suponía correr una serie de riesgos que en aquel momento no podía permitirse. Era el momento de retirarse, se prometió a si mismo que algún día ajustaría las cuentas con aquel perro guardián, eso le hizo sentirse mejor y le permitió cambiar de estrategia. Se alejó de la puerta con meditada calma y sacó de su faltriquera un desgastado cordón del que colgaba una piedra vulgar que frotó entre las manos mientras murmuraba un nombre, no tuvo que esperar. El amuleto se le escapó de las manos y tiró de él con el entusiasme de un potrillo, el ciego se dejó guiar entre pasillos, caminando sin preocuparse demasiado por averiguar a donde se dirigía, no buscaba un sitio en particular y sabía que encontrar su destino podía llevarle algo de tiempo. La paciencia era primordial para este tipo de búsquedas. Por supuesto no la escuchó llegar, Isma´il era capaz de oír deslizarse a los peces de un estanque, pocas cosa escapaban de sus oídos y ella era una de las pocas que lo lograba. Tal vez no podía sentir el rumor de sus pasos pero si su olor, un suave perfume de flores imposibles que hacía pensar en esas noches extrañas en las que puede pasar cualquier cosa. Una mano se posó sobre su hombro, ligera como un pájaro.

-Bien hallada DamaMirlo- Isma´il se giró hacia ella para hacer una reverencia

-Mis saludos Isma´il Ibn Bahar-Dijo una voz cortes- Lamento tus pérdidas e imagino a que vienes.

-Vengo a recoger algunos efectos personales que mi abuelo tenía en sus estancias de palacio.
Y no se me ha permitido entrar en ellas.

Damamirlo lo agarró del brazo y apoyó la cabeza en su hombro, sus cabellos se desparramaron sobre él como flecos de seda.

-Mi buen Isma´il después de tantos años de leal servicio a la corona no es necesario que me mintáis, sé de sobra que no estáis buscando un viejo juego de plumas. Deberíamos haber charlado antes, error mío me temo. Hay un asiento tres pasos a sus espaldas, por favor, póneos cómodo, hablemos. ¿Puedo ofrecerle algo?

-Con el asiento es suficiente.

Al sentarse Isma´il se dio cuenta de que su asiento era un banco de piedra revestido de cojines al que la pared desnuda servia de respaldo. DamaMirlo se sentó a su lado, la sentía mover los brazos y le parecía oír un extraño roce que no era capaz de identificar.

-Trabajo en unos bordados-Aclaró ella- Me relaja dedicar algún tiempo a mis labores con el bastidor , me ayuda a pensar.

-Hay poco que pensar en este asunto, Dama. Quiero recuperar los enseres de mi abuelo, tengo legitimo derecho a ellos como único heredero, solo pido que se me permita recogerlos.

-¿Y ya sabéis que es lo que buscáis?-Preguntó con un discreto tono burlón que le resulto intolerablemente molesto.

-Debo insistir, no busco más que lo que me pertenece.

El chasquido de unas tijeras desgarro un corto silencio.

-Es obvio que no lo sabéis. Con vuestro permiso os lo diré yo, así no serán necesarias más pantomimas: buscáis algo que de sentido a la muerte de Eleazar. Ambos queremos lo mismo aunque tengamos objetivos distintos.

El nigromante acarició la escultura de su bastón, la bordadora no lo cogía por sorpresa, siempre parecía saberlo todo. En la Corte nada ocurría sin que ella se enterase.

-¿Entonces sabéis…

-….Qué Eleazar fue asesinado? –Preguntó DamaMirlo-Lo sospechaba, tu abuelo murió solo un día después de recibir una carta de Manx, que casualmente fue asesinada tres días antes por la misma hada, alguien de la Hueste, como yo.

-Una sluagh con la cara cortada-Dijo en tono sombrío Isma´il

-Si, eso dicen mis informes. Usa un veneno muy curioso: el digitalís. Dicen que causa una muerte rápida, una agonía corta y desagradable.

Isma´il asintió con rabia, él conocía los efectos del digitalis. Manx le había enseñado una larga lista venenos, sabía como prepararlos y conocía de sobra sus efectos. Se extraía de una flor muy común llamada dedalera, era un veneno barato, fácil de preparar y terriblemente eficaz. Empezaba a imaginarse como habían sido los últimos momentos de su abuelo , una revelación que no le ayudaba a mantener la cabeza fría. No tenía ni idea de a donde quería llegar DamaMirlo aunque tenía bastante claro que si esperaba que algún tipo de reacción sentimental le hiciese revelar sus cartas esta vez la bordadora se había equivocado.

-Vuestros informes son mejores que los míos, me temo que yo en poco puedo ayudaros.

DamaMirlo se inclinó hacia él para susurrarle al oído, podía sentir su respiración, el perfume que la envolvía, casi el calor de sus labios.

-No son tan buenos, me faltan ciertos detalles. Por eso necesito ayuda ¿Me la negareis cuando tenemos tanto en común?

Se puso en pie para alejarse de ella y se alejó unos pasos del banco sin Fárfara a su lado y en una habitación desconocida, estaba totalmente a merced de la sluagh. Empezaba a tener ganas de poder coger las riendas de la situación de algún modo.

-Antes de negar o conceder nada debería saber de que estamos hablando.


-Me parece justo- Un toque de decepción inundó las palabras de DamaMirlo-La noche que murió Manx yo estaba en el bosque. Hacía una redada buscando a los cuatreros que se llevan a los potros de los centauros, conmigo venían a varios guardabosques de su majestad y un par de soldados de la guardia. No me fue muy bien, empezó a llover y aunque supuse que no se alegraría de vernos el refugio mas cercano era la cabaña de Manx.

-Es difícil alegrarse de ver a alguien que no dudó un instante en condenarte a muerte.

-Eso es agua pasada, un buen gobernante no puede tener rencores, nublan el sentido común.

En este punto el ciego estaba totalmente de acuerdo con ella, cuando juegas con intrigas los sentimientos personales no tienen lugar. Era el único motivo que lo llevaba a aguantar aquella charla con educación, conteniendo el desprecio y la impaciencia.

-El caso es que cuando llegamos encontramos un espectáculo muy desagradable, Manx llevaba al menos un día muerta, su hija había desaparecido y Dujal deliraba en el suelo. Lo habían apuñalado con una hoja envenenada. Creo que no es necesario que os diga de que veneno se trataba. Tuvimos que regresar a la Corte de inmediato para que lo atendiesen, por suerte Nicasia pudo ocuparse de él. Como siempre.

-Recuerdo a Dujal en La Carbonería, parecía encontrarse bastante bien.

-Bueno siempre se ha dicho que Manx tuvo dos alumnos, pero la verdad es que tuvo tres. Aunque Nicasia fue algo mas que una alumna avanzada. Al parecer aprendieron mucho uno de la otra.

-Con todo el respeto, Dama, no creo que estemos aquí para cotillear de líos de faldas, y menos de unos tan viejos. Aun no sé a donde pretendéis llegar.

-La misma gente que mató a Manx asesinó unos días después a Eleazar, eso lo tengo confirmado pero me falta un pequeño detalle, el mismo que te falta a ti: el motivo. Podéis buscar en el despacho de tu abuelo si ese es vuestro deseo, ordenaré que os permitan el paso libremente pero ya os advierto que no encontrareis nada. He buscado personalmente.

No tenía la menor duda al respecto, seguramente la bordadora había husmeado a fondo entre las posesiones y los documentos de su abuelo y estaba convencido de que si hubiese encontrado algo no se habría molestado en hablar con él. DamaMirlo no era conocida por su amor a las charlas banales. Ella nunca hacía nada sin motivo y tampoco era dada a compartir pistas, de hecho apenas le había contado nada que Isma´il no supiese de antemano. Se había limitado a darle un enfoque distinto al suyo añadiendo un pequeño detalle que a él se le había pasado por alto: relacionar la muerte de Manx con la de su abuelo. Ahora le parecía un error de principiante, ambos mantenían una correspondencia regular y aunque en teoría su antigua maestra no podía pisar ninguna ciudad del reino, en varias ocasiones había realizados trabajos peligrosos para los Ibn Bahar. Parecía bastante evidente que Manx había podido averiguar algo que le había costado la vida. Un secreto por el que merecía la pena matar, un secreto que había arrastrado a Eleazar, sin embargo algunos detalles no acababan de cuadrar, aun no era el momento de entusiasmarse.

-Es sin duda una historia muy interesante pero me temo que falla en un punto crucial. Dos días después del rescate de Dujal recibí la orden de entregar un mensaje a los centauros y mientras yo estaba fuera, alguien aprovechó mi oportuna ausencia para asesinar a mi abuelo…Vos me ordenasteis ir a entregar ese mensaje.

-Lo que insinuáis es insultante, aunque entiendo que las sospechas están justificadas. Dadas las circunstancias no solo voy a pasar por alto vuestra acusación, sino que os daré un par de explicaciones, algo que no suelo hacer-La voz de la Dama se había vuelto cortante y fría

-Os quedaré francamente agradecido- Respondió con su mejor sonrisa.


-Hace ya un tiempo que los potrillos empezaron a desaparecer, me avergüenza reconocer que ignoramos los dos primeros casos. Los centauros no viven en un bosque idílico, entre esos árboles hay cosas peores que los lobos, después desapareció otro más y envié partidas de caza convencida de que se trataba de alguna fiera. Cuando también desaparecieron varios niños en otras aldeas, algunas bastante alejadas entre ellas no me quedó mas remedio que aceptar que no se trataba de mantícoras ni de dipsas. Los centauros además estaban a punto de perder la paciencia y amenazaban con atacar a los viajeros si nadie les ayudaba. Tuve que intervenir personalmente y en ello estaba hasta que murió Manx. Entonces mis prioridades cambiaron. A veces tengo que delegar responsabilidades.

-Y no hubo nadie dispuesto a encargarse de esa tarea-Adivinó el ciego. Conocía demasiado bien las dinámicas de palacio para extrañarse.

-No voluntariamente. Decidí mandar un mensaje a los centauros para pedirles paciencia y demostrarles que no los olvidábamos.

-Aunque era exactamente lo que hacíais.

-Ni mucho menos. Ofrecí a los centauros una buena baza para negociar.

“Le ofrecistes a Marsias como rehén” Pensó al tiempo que los sucesos empezaban a tener sentido. La patrulla no fue la única que apareció por la cabaña, bien porque escucharon la pelea, bien por cualquier otra razón, el caso era que los centauros acudieron y se encontraron con un grupo de cazadores de su majestad. Seguramente para apaciguarlos DamaMirlo les aseguró que si se llevaban al sátiro alguien iría a buscarlo, alguien dispuesto a todo por recuperarlo. Nicasia resultó el peón perfecto para aquella jugada.

-Y desde entonces habéis buscado al grupo de mercenarios sin demasiado éxito.

-Me avergüenza reconocerlo pero así es. La sucesión en el cargo de vuestro abuelo esta causando muchas tensiones, si encima se supiese lo de su asesinato…el trono de su majestad depende de demasiada gente, que haya concordia entre las casas nobles o al menos civilizada convivencia es algo vital para la paz del reino. No puedo investigar con discreción. Me arriesgo a que me descubran.

-Pero yo si puedo-Esta vez Isma´il no necesitó forzar la sonrisa.

-Exacto, tendréis mi apoyo en la medida de lo posible.

-¿Su majestad está al tanto?

-Yo lo estoy y con eso debe bastaros. Si tenéis éxito la recompensa no se limitará al agradecimiento de nuestra reina. La corona sabe ser generosa. Pero no necesito decir que si fracasáis o tenéis algún desliz…

-Estaré solo-Concluyó el nigromante.

-Lamento tener que decirlo así.

-Me estáis convirtiendo en un corsario- Le dijo maravillado por su propio cinismo.

DamaMirlo dejó escapar una risilla mientras se acercaba hasta el ciego. El borde de su vestido rozo los pies descalzos de Isma´il y una mano le acarició la mejilla.

-Nunca habéis sido otra cosa- Le contestó una voz que se perdía en la nada.

El ciego se había quedado solo. Pero por primera vez en mucho tiempo empezaba a sentirse capaz de manejar la situación, al menos ahora las cartas estaban sobre la mesa y su posición no era muy distinta a la de tantas otras ocasiones, solo que esta vez no le preocupaban las recompensas ni los honores. Su premio sería presentar el corazón de una asesina ante el consejo de los Ibn Bahar.

En la Corte de los Espejos los mercenarios eran algo habitual, muchos comerciantes, viajeros e incluso algunos nobles contrataban sus servicios. La mayoría de ellos eran antiguos soldados de la Guerra de la Reina Durmiente. Hadas que tras acabar la guerra se encontraron incapaces de volver a la vida civil o que habían descubierto vivir de las armas era relativamente fácil y estaba bien pagado. Contratarlos dentro de las murallas era una mera cuestión de dinero, si tenías la bolsa lo bastante abultada podías acudir a alguna de las casas de contratación, sitios elegantes con cortinas de terciopelo donde uno podía comprar los servicios de un par de honrados y curtidos soldados que desde luego no harían nada que fuese en contra de la paz del reino ni de las leyes de su majestad. Había sitios menos decentes, casi todos estaban en el mercado, algunos contaban con la inigualable ventaja de permitirte comprar una cesta de manzanas al mismo tiempo que conseguías que un par de matones poco amistosos convenciesen a tu vecino para que te devolviese esas lanzas de plata que te debía. Isma´il había pasado días preguntando en todos aquellos lugares, desde los mas respetables hasta los puestos callejeros mas dudosos sabiendo de antemano que era muy probable que ni los soldados a sueldo ni los matones de poca monta supiesen nada realmente interesante. El tipo de gente que el buscaba no podía contratarse en la respetable capital del reino, era necesario atravesar las murallas y buscar en otros sitios. En el desfiladero de Tajagargantas, donde la diferencia entre Invernales y Estivales se difuminaba y las hadas se mezclaban con los duendes de todas las maneras posibles sin ningún pudor podían encontrarse a individuos dispuestos a acelerarle a cualquiera el paso al otro mundo a precios no demasiados módicos y mas allá, en las montañas de TocaEstrellas alguien que estuviese a liberarse de una buena cantidad de oro podía conseguir casi cualquier cosa, asesinos diestros y discretos, cuadrillas de sacatripas e incluso exóticos nigromantes tatuados que podían mandar al olvido un alma con la facilidad de quien apaga una vela. En la Ciudad de Piedra podía conseguirse todo eso y mucho más. Pero si pocos eran los que conocían como entrar en la fortaleza goblin, menos aun eran los invitados a hacerlo. Aun así había unos pocos que tenían el privilegio de gozar de la confianza de los duendes y estos solían servir de intermediarios entre ellos y cualquiera con los pocos escrúpulos como para pagar.

Isma´il conocía dos intermediaros posibles con la Ciudad: uno era la caravana, su familia contactaba con los goblin mediante correo, los mensajes eran llevados por unos hechizos sumamente complejos que convertían el pergamino en un pequeño murciélago, solo cuando el animalito llegaba a su legítimo destino recuperaba su forma original y se dejaba leer. Pese a que los goblin y la caravana habían hecho muchos negocios, ningún Ibn Bahar había pisado nunca el interior de TocaEstrellas, además ellos ofrecían sus servicios, rara vez contrataban nada. Asi que por ese camino sabía que no lograría averiguar nada. El otro era un redcap escurridizo que se hacía llamar Bastión, era mercenario y si había que creerse todo lo que contaba también había dirigido caravanas, ejercido la piratería, y participado en la guerra, luchando en ambos bandos alternativamente. Era una sabandija pero no estaba exento de habilidades, de algún modo que el nigromante no lograba explicarse colarse en todas partes, incluso en la Corte, donde tenía tantos cargos en su contra que si alguna vez lograban pillarlo lo mas posible era que un troll de la guardia le partiese el cuello para no desperdiciar una soga con él. Isma´il no se llamaba a engaño; aquel tipo era demasiado escurridizo y demasiado listo para prepararle una encerrona, pero los dioses son bondadosos y dan un punto flaco a todo el mundo. Él creía conocer cual era el de Bastión y a falta de nada mejor había puesto en ella todas sus esperanzas. Por ello esperaba pacientemente los informes de su primo.

La mañana que Rashid llegó a su casa y le contó entre bostezos que un desconocido había enviado al burdel un fastuoso ramo de flores talladas en cristal y una bolsa llena de lanzas de oro para solicitar los servicios de Mesalina, Isma´il dejó sobre la mesa la rebanada de pan que se estaba comiendo y lo escuchó encantado.

-Lo trajo un tipo ridículo, decía que era el paje del señor de no se qué…-Rashid se sirvió un vaso de té y chasqueó la lengua encantado tras el primer sorbo.

-¿No recuerdas la casa a la que pertenecía? Te dije que prestaras atención a los detalles.

-Es lo de menos, ningún señor que se digne usa a un troll para enviarle regalos a una cortesana. Mandan bardos, o a mayordomos bien vestidos. Un gigante lleno de cicatrices que no cabe en su ropa es demasiado ridículo.


-Esta bien, conformémonos con lo que tenemos. ¿Mesalina vió los regalos?

Rashid mordió una pieza de fruta y contestó cuando aun se estaba tragando el trozo. Su primo sospechaba que el muchacho se aprovechaba de su ceguera para descuidar los modales en la mesa. Algo que Eleazar no le habría consentido.

-Se enfadó, se enfadó muchísimo. Dijo que había ser una bestia de cuadra para no respetar el luto de una dama, que su tío estaba muerto y que solo ella decidiría cuando volver al trabajo. Contestó que jamás tomaría por cliente a un palurdo de ese calibre, noble o no y le dijo al troll que le devolviese aquellas baratijas a su amo.

El ciego se echó a reír. Mesalina había seguido sus instrucciones al pie de la letra y estaba segura de que había interpretado su papel a la perfección. Ahora le tocaba a él mover pieza. Se levantó de la mesa y buscó en un pequeña arqueta que ocultaba tras el diván. Dentro había un puñal de bronce, una mascara de hueso sin rasgos ni hueco para los ojos y una brújula.

-Tienes que intentar esconder esto en la habitación de Mesalina- Le dijo a Rashid dándole la brújula-Si no puede ser dentro lo mas cerca que puedas. Cuanto antes lo hagas, mejor.

-¿Para qué?

-Cuando todo esto acabé te enseñaré algunos trucos, pero por ahora es mejor que no sepas nada.

-Dalo por hecho primo-Contestó dócilmente el muchacho.

-Y si estos días Mesalina te pregunta por mi hazte el tonto y dile que si quiere saber de mi que venga a verme o que me mande a buscar.

-Está bien seré tan buen actor como ella-Dijo seguro de si mismo-¡Todo es tan emocionante! ¡Vivir contigo es lo mejor que me pasará jamás¡

-No trates de engatusarme con halagos mocoso. Será mejor que te vayas a dormir, a partir de ahora quiero que pases las noches bien despierto.

Rashid le dio un beso en la mejilla antes de marcharse y el ciego empezó a pensar que no estaría tan mal que se quedase allí. Desgraciadamente sabía que era mejor que ninguno de los dos criase esperanzas, los padres del muchacho no permitirían que renunciase a su puesto en el consejo de la caravana para vivir con un hechicero inválido. Lo más práctico era ir acostumbrándose a la soledad y al silencio de la casa.

Los días pasaron desesperantemente lentos, DamaMirlo lo acusó en un par de ocasiones de no estar haciendo absolutamente nada mediante cartas escritas en un tono educado y estricto que a él le sonaba a amenaza velada. Empezaba a barajar la posibilidad de visitar la cabaña de Manx y rezar para encontrar algo allí, pero se imaginaba que era algo que la bordadora ya habría hecho mucho mejor que él y le disgustaba visitar otro de los lugares donde había sido feliz para encontrarlo vacío. La muerte de su maestra había sido una desgracia y si estaba en su mano tampoco la dejaría pasar.

La noche que saltaron las alarmas no estaba en su casa. Puesto a investigar las posibilidades mas peregrinas había ido a visitar el barrio de los constructores, el gremio nocker ocupaba un barrio entero, uno pegado a la muralla, cercano al río y dotado con su propio acueducto por lo frecuente de los incendios. Había decidido invitar a beber a uno de los desdichados que ayudaban en el taller de Nicasia cuando a la ingeniera se le amontonaba el trabajo, era una idea que le desagradaba, los aprendices de los constructores era tacaños y ruines, además de ir eternamente acompañados de un intranquilizador tufillo a sustancias químicas, inflamables o ambas cosas. Solían dedicar mucho tiempo a despotricar de sus jefes y en general de todos los demás. Pero tenían un sentimiento gremial casi feroz y rara vez un subalterno traicionaba los secretos realmente importantes de su maestro, daba igual que este se dedicara a usarlo de conejillo de indias para las piezas de artillería (cosa que al parecer Nicasia había hecho alguna vez) o que les dejará comer tarta cuando el taller hacía una buena venta (cosa que al parecer Nicasia no hacia nunca) , su aprendiz se mantendría fiel porque si lo descubrían quedaría expulsado del gremio de manera inmediata y de por vida. Ningún otro nocker volvería nunca a dirigirle la palabra. Esta muerte en vida les parecía a todos ellos una idea insoportable.

Isma´il se dirigía a una taberna muy apreciada por los jóvenes constructores llamada “el perno oxidado” pero a medio camino su bastón se clavó en el suelo y no lo dejó avanzar mas. El nigromante supo al momento que su trampa se había cerrado y que alguien estaba atrapado en ella, sacó la mascara del zurrón, se la puso y sin mas ceremonias se desvaneció en el aire. contra de lo que pensaban quienes la habían visto la mascara no le permitía recuperar la vista En. El nigromante desconocía quien había soltado ese bulo pero jamás se molestó en desmentirlo “la mascara vidente” como algunos la llamaban, en realidad le permitía aparecer en cualquier punto que conociese bien casi solo con pensarlo, o aun mejor, en cualquier lugar donde se encontrase la brújula que le había dado a Rashid.

Desvanecerse resultaba fácil, lo que lo desorientaba era volver aparecer, solía necesitar unos segundos para situarse, sobre todo si, como en aquel momento no sabía donde estaba. Era un lugar silencioso, con un ligero olor femenino, perfume y maquillaje. No corría brisa ni escuchaba ningún ruido que pudiese venir del exterior, así que estaba al menos en una habitación, aunque estaba demasiado tranquila para que fuese la de Mesalina. Si su trampa se había cerrado (y le constaba que si), tranquilidad era lo último que esperaba encontrar. A menos que hubiese fallado algo. Maldiciendo desenvainó el puñal de bronce y se pasó la hoja por la palma, no estaba demasiado afilada así que tuvo que apretar para conseguir hacerse un tajo luego solo tuvo que cerrar el puño y dejar que cayesen algunas gotas sobre su bastón. Era un cayado largo, lleno de tallas y rematado por un elefante con la trompa alzada, cuando la sangre cayó sobre el animal este bajó la trompa. Sintió como si le golpease un látigo de arena, los tatuajes le hormigueaban sobre la piel y la cabeza se le llenó de susurros, los susurros marchitos de cientos de almas cautivas.
Al ciego aquel rumor le daba confianza, con las voces como guía logró centrarse y pudo seguir el rastro de su trampa, una cierta vibración en el aire que se hacía mas fuerte a medida que la seguía, el aire se calentaba y se cargaba de ese inexplicable olor metálico que tiene la magia. Chocó contra una puerta pero para entonces las voces ya se había transformado en un aullido que le llenaba la cabeza, la abrió de una patada y una vahara de aire ardiendo, un tufo casi insoportable a cobre hirviendo le golpeó el rostro con tanta fuerza que lo hizo pararse en seco. Escuchó una voz masculina, seca y áspera, gritando y soltando las peores maldiciones que uno podía imaginarse, bajo ella el timbre mas agudo de la sátira añadía una nota de pánico que le hizo entender que su trampa efectivamente estaba cerrada. Extendió la palma de las manos hacía la fuente de los gritos y empujó fuera de si a todos sus inquilinos espectrales, el redcap emitió un gemido y luego un ruido gorgoteante se le escapó de la garganta. Que un ejército de fantasmas furiosos choque contra una mente desprevenida debía ser muy desagradable y la impresión bastaba para tumbar a cualquiera. Isma´il busco a tientas una pared y se apoyó contra ella, era una técnica agotadoramente eficaz.

-¡Don del sol, me está llenado de babas¡-Gimió Mesalina

El ciegó silbó y la cadena cayó al suelo convertida en un inofensivo collar. La sátira resopló y un cuerpo se desplomó en el suelo.

-¿Qué ha pasado?-Preguntó la cortesana en cuanto pudo recuperar el aliento-Dame una buena razón para no sacarte los ojos ahora mismo.

-Te daré dos, una que espero haber llegado a tiempo de impedir que te violasen aquí mismo y la otra es que sacarme los ojos sería trabajar en balde-Contestó Isma´il abanicándose con la mano-Pero si solo quieres hacerme daño, adelante. Así no pierdo otras partes más útiles.

Mesalina bufó como un gato al que acabaran de remojar con agua fría

-Tu no has salido de la nada solo para salvarme. ¿Conoces a este tipo?

-Ese tipo va a llevarnos de cabeza hasta los asesinos de Marsias.

El silencio de la cortesana se volvió tan elocuente que supo al instante que ya había olvidado todo lo demás.

-Tu no conoces a Bastión-Isma´il retomó la conversación-Has debido verlo alguna vez, solo que para ti es solo uno de los muchos a los que has rechazado. Pero él lleva años detrás tuya.

-¿Estas bromeando?- El asombro de la sátira parecía real.

-Creo que no te haces una idea del efecto que tienes sobre los demás. Eres el sueño de muchas hadas, para algunas de ellas eres un sueño totalmente inalcanzable porque tu nunca les dedicarás nada mas allá de unas palabras corteses de rechazo. Tu tío sabía que algunos estarían dispuestos a hacer locuras por pasar un rato húmedo contigo y por eso te tenía protegida como la princesita que a sus ojos eres.

-Sé defenderme sola.

-Claro que sabes, Marsias te enseñó, pero no tienes ni idea de a cuantos individuos desagradables ha persuadido él a lo largo de los años con metodos realmente desagradables para que no se te acerquen. ¿ Recuerdas el día que te vendiste por primera vez?

-Eso está fuera de lugar ahora.

-Te equivocas. Vendiste tu primera vez a espaldas de tu tío porque se negaba a permitir que siguieses sus pasos…Pero tu te las arreglaste para darle esquinazo. ¿Me vas a decir que no recuerdas quien ganó la puja?

Claro que lo recordaba, Mesalina nunca había logrado deshacerse del estremecimiento de asco y terror que la había sacudido cuando aquel redcap, con una armadura de remiendos de cuero y el pelo pegado con grumos de un escalofriante rojo tinto había puesto sobre la mesa de la posada una bolsa llena a rebosar de lanzas de oro. Tuvo que apelar a toda su sangre fría para no echarse a llorar allí mismo, sin embargo había dado su palabra y estaba dispuesta a demostrarle a Marsias que era perfectamente capaz de ser tan profesional como él. Aunque finalmente el redcap no apareció ella tembló toda la noche de alivio.

-La gano un redcap, es nuestro amigo aquí presente. Tu tío le pagó para que te diese un buen susto. Pero el planeaba quedarse con el dinero y contigo. Marsias lo descubrió cuando iba a la posada y le dio tal paliza que lo dejó sordo de un oído. No fue la única vez que lo intentó pero tu tío siempre lograba pararlo, la última vez lo soltó fuera de las murallas de la Corte mas muerto que vivo. Y no se le volvió a ver un pelo cerca de la ciudad

-¿Mi tío?¿Mi tío hizo eso?-Le resultaba muy difícil imaginárselo dándole palizas a nadie

-¿Recuerdas con quien te fuiste al final?

-Claro que si, con Traspies, fue divertido, ninguno de los dos teníamos mucha idea, así que pasamos mas tiempo bebiendo y riéndonos que otra cosa.

-¿Y no te parece raro que un simple mozo de posada tenga tanto dinero?

-Don del sol- Exclamó la cortesana mientras empezaba a juntar piezas en su cabeza.

-Cuando comprendió que era imposible pararte tu tío buscó a alguien agradable. Se preocupaba más por ti de lo que eres capaz de imaginar. Ha sido tu feroz guardián durante años y ahora no está.

Mesalina no dijo nada

-Creo que el pensaba que este tipo se habría olvidado de ti con los años-Isma´il se sentó en el suelo y siguió hablando-Pero yo sabía que se había ido obsesionando mas y mas. Cuando tu tío murió me aseguré de que la noticia cruzara las murallas de la ciudad. Esperaba que este idiota aun estuviese dispuesto a aprovechar la oportunidad. Y por suerte lo estaba.



La bofetada que le cruzó la cara apenas le pilló por sorpresa, esperaba una reacción de este tipo. Se limitó a agarrar el brazo de la cortesana para evitar nuevas muestras de indignación

-¡¡Me has usado de cebo!!-Grito indignada-Ese mastodonte salió de la nada cuando estaba volviendo a mi habitación y me arrastró al primer cuarto que encontró. Vas a pagarme una túnica de seda. En cuanto se me echó encima el collar que me enviaste con tu primo se estiró y nos dejó a los dos atados como si fuésemos un par de morcillas

-Es un hechizo sencillo, se llama “Atrapaesposos” , pensé que la conocerías. Al parecer es muy solicitado para descubrir infidelidades. Por eso te pedí que lo llevases siempre puesto. Yo podía suponer que ese tipo vendría por eso hice el hechizo pensando en él, lo que no podía saber era cuando actuaría. En fin al menos todo ha salido bien.

-¿Y ahora qué?-La sátira no parecía estar satisfecha con aquella explicación.

-Ahora voy a pedir un carruaje para llevarme a este muchacho a un sitio tranquilo, hablaremos y después me pondré a buscar a esa señorita a la que ambos debemos tanto.

-Así que ya no me necesitas…

-Eso parece, pero no sufras cumpliré mi parte del trato y te avisaré en cuanto la atrapé.

La sátira vaciló un segundo antes de contestar.

-No me interesa la venganza, me contento con saber que pasó. Pero yo te hecho un favor y ahora sería justo que tu me hicieses otro.

Aquello era una sorpresa y no la bofetada.

-¿De que estamos hablando? Pensé que habíamos acordado que te ayudaría a atrapar a los asesinos de Marsias.

-Si, pero olvidaste mencionar que existía la posibilidad de ser violada o algo peor por un antiguo admirador- Parecía que la cortesana había encontrado como sacar provecho a su pequeño incidente- Merezco una compensación…

No tenía tiempo ni ánimos para complacer caprichos, si no estuviese bastante seguro de que en alguna otra ocasión necesitaría volver a usar el burdel como base de operaciones, se habría marchado de allí sin molestarse en contestar. Desgraciadamente aun necesitaba echar mano de la cortesía.

-¿De que compensación hablamos?

-Quiero que me digas donde está Dujal.

De todas las peticiones posibles que Mesalina habría podido hacerle, aquella era con diferencia la ultima que habría llegado a imaginar. Y sin embargo le pareció que allí estaba la explicación de las cartas que Mesalina mandaba tan puntualmente a Fuegovivo. Andaba buscando a su amante favorito. Decir que Isma´il no sentía aprecio por Dujal era ser demasiado amable, había entre ellos una rivalidad muy poco saludable. Ambos habían sido alumnos de Manx y las comparaciones eran mas que odiosas entre los dos, aunque eso no le preocupaba demasiado al ciego que estaba totalmente seguro de aventajar ampliamente al gato. Sin embargo a él le faltaba el reconocimiento y la admiración de la que el pooka gozaba. Lo fácil hubiese sido decir que eso estaba fuera de alcance, sin embargo no podía dejar pasar la ocasion de congeniarse con la sátira.

-¿Y como quieres que yo lo sepa?

-Tu eres el hechicero ¿No puedes hablar con los espíritus o algo así?

-Creo que te confundes…en el mejor de los casos solo puedo decirte si sigue vivo.

-Me conformo con eso-Contestó Mesalina sin vacilar-¿Qué necesitas?

Isma´il no se podía creer que la fortuna le sonriese de esa manera. Le daban ganas de echarse a bailar.

-Hay un método para saberlo. Es rápido y puedo hacerlo aquí mismo. Pero necesito tu ayuda.¿Estas segura?

-Totalmente ¿Qué tengo que hacer?.

-Traer tres velas, dibujar un triangulo en el suelo y desnudarte- Contestó con calculada indiferencia.

En realidad Isma´il no necesitaba ni diagramas ni iluminación extra, hacía algún tiempo se había dado cuanta de que ese tipo de parafernalia tranquilizaba de algún modo a casi todo el mundo y hacía que la gente estuviese dispuesta a creerse cosas que de ningún otro modo aceptaría. Mesalina obedeció y el ciego le pidió que lo guiase hasta el centro de el triangulo. Mientras ella encendía las velas él se desnudó.

-Bonitos dibujos-Le dijo mientras le paseaba un dedo por el pecho- Siempre quise saber hasta donde te llegaban.

El ciego detuvo la mano de la cortesana.

-¿Estas segura de que quieres hacer esto? La verdad está sobrevalorada, no siempre nos hace felices.

-Eso es asunto mió.

-En todo caso es tu problema-Respondió él encogiéndose de hombros.

Se sentó en el suelo, se había quitado la venda de los ojos y las velas lo llenaban todo de una espesa niebla dorada. Frente a él la cortesana solo era un borrón pardo, una mancha casi sin forma. El nigromante se preguntó en que consistiría la proverbial belleza de la sátira, que era capaz de llevar a algunos a hacer cosas tan irracionales. Alargó el brazo hacia ella y le tocó el pelo, era tan suave como el metal bruñido, una marejada de rizos casi infinita. Le hubiese gustado poder contemplarla en lugar de tener que conformarse con indicios. Se sentó en el suelo con una extraña sensación de tristeza.

-Ven- Le dijo

-Siempre pensé que estas cosas eran más místicas-Comentó Mesalina decepcionada.

-Hay pocas cosas más místicas que esto. Tú deberías saberlo mejor que nadie.

La satira se sentó sobré él. Isma´il no era ningún novicio, los amores mercenarios no le eran desconocidos, ni los encuentros casuales. Es cierto que eran cosas espaciadas. En la caravana las marcas de la nigromancia despertaban demasiado temor y fuera era difícil. Siempre había otras prioridades, otros asuntos. Hacía mucho desde la última vea y cuando Mesalina se apretó contra su cuerpo, le sorprendió la calidez de su piel, toda curvas y calor como las dunas del desierto. Sintió sus pechos rozándole y tuvo que contener el deseo de acariciarlos, de calibrar su forma y su peso. El ciego imagino que tendrían el sabor salado del sudor. Ella se balanceó y el ciego se mordió los labios.

-No te muevas- Dijo con una rudeza innecesaria-No se trata de que tu hagas tu trabajo sino de que yo haga el mió. Cierra los ojos y respira hondo. Piensa en Dujal.

Puso las manos sobre las sienes de la sátira y se concentró. El familiar hormigueo de su piel le indicó que iba por buen camino.

-¡Tus tatuajes se mueven¡-Exclamo sorprendida la sátira

-Concéntrate.-Le ordenó

La niebla se deshizo, Isma´il se dio cuenta demasiado tarde de que algo iba mal. Como sospechaba la sátira estaba atada al gato, sus sentimientos le pertenecían, eso era algo con lo que contaba. Lo inesperado era la oscuridad, fue como tirarse al agua desde un acantiladado. Una sombra densa, una oscuridad más profunda que su propia ceguera lo envolvió y en cuestión de segundos parecía estar intentando inundarle el alma. Había una profunda y aterradora tristeza en aquella negrura. Empujó a la sátira lejos de él y volvió a la luz como si despertase de un mal sueño. El conocía aquellas sombras.

-Olvídate de Dujal-Le aconsejó a la cortesana aterrado.

jueves, 29 de julio de 2010

Se masca la tragedia

Os dejo un dibujillo divertido de los que hace la talentosa Aranluc, donde vemos a Cymric en su salsa y al pequeño Marsias a punto de sufrir un percance. Muchas gracias Aranluc, es una viñeta genial.


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La dedicatoria dice: Ahí tienes, una pequeña chorradilla. Si es que no se puede uno fiar de los pequeños depredadores

sábado, 10 de julio de 2010

Los jardines de Fuegovivo

He experimentado lo peor,
lo peor que el mundo puede forjar,
aquello que urde la vida indiferente,
perturbando en un susurro

Samuel Taylor Coleridge



Desde el gran ventanal de la alcoba vieja podía verse el bosque de Fuegovivo extendiéndose hasta donde alcanzaba la vista, las ultimas horas de las tarde se deslizaban lentamente y teñían las copas de los árboles de un profundo azul oscuro. Un mar de hojas y ramas en cuyo horizonte emergían como islas las montañas de TocaEstrellas, recortadas contra un cielo rojo y dorado. Nicasia llevaba buena parte de la tarde contemplando aquel paisaje con cierta impaciencia, esperaba visita y le parecía que el tiempo se había detenido solo para fastidiarla. Hacía un par de días que Marsias le había permitido salir de la cama, aunque solo para ocupar el enorme sillón de mimbre que el sátiro había dejado de usar hacía bien poco. No estaba mal, mirar por la ventana era preferible a pasar las horas muertas tumbada. Le daba una falsa sensación de control que necesitaba casi mas que sanar su cuerpo. No había hablado demasiado desde que los efectos del Duermedragon se disiparon y recobró la conciencia, no tenía nada que decir. Descubrirse desnuda y cubierta de vendas en un lugar que no conocía había sido un golpe duro, pero no tanto como el que recibió cuando recuperó sus recuerdos. Entonces la desbordó un horrible sentimiento de fracaso y vergüenza que intentaba contener con el silencio, tenía la sensación de que si le contaba a alguien hasta que punto se sentía culpable de sus errores no podría contener el llanto y si empezaba a llorar no podría acabar nunca. Así que le puso una mordaza a su tristeza tan eficaz que ni Marsias logró arrancársela.

De todos modos últimamente el sátiro no contribuía a mejorar su humor. Se alegraba enormemente de verlo vivo y casi repuesto de sus heridas. Los primeros días, cuando estaba demasiado débil para casi cualquier cosa, el sátiro había cuidado de ella con una dedicación que solo el amor incondicional podía alimentar. Permanecía con ella en sus peores momentos cuando pasaba tan fácilmente de la conciencia a la inconsciencia que la única diferencia entre ambos estados era el dolor, todo su cuerpo se volvía una tortura y él la calmaba con paños fríos y frases tiernas. Pero cuando empezó a recuperarse, descubrió que los ojos del patacabra se llenaban de compasión al mirarla, que aquellos ojos adivinaban lo ocurrido en la celda de los parideros porque podían leerlo en cada una de las huellas que los goblin le habían dejado sobre la piel. Podían leerlo pero no soportarlo. Marsias no tenía problema en limpiarle las heridas de la espalda personalmente, ni en cambiarle los parches. Pero solía mandar a una dríade para que la ayudase a lavarse, la misma dríade simpática y amable que le separaba las piernas para hacerle las curas que más la humillaban. En esos momentos Nicasia cerraba los ojos y se tragaba la rabia y las lágrimas.
Empezó a sentirse demasiado expuesta bajo los ojos de su amigo, le pidió que la dejara vestirse, pese a que el roce de la tela sobre la piel desollada la hacía rabiar de dolor. Si tenía que elegir entre el dolor y la vergüenza tenía la elección muy clara. Además estaba bastante segura de que el sátiro no le había contado toda la verdad sobre su llegada al santuario, le aseguró que Dujal se había marchado cuando ella aun estaba inconsciente y que fue Patrick quien los había traído a los dos, aunque tampoco le dejaba verlo. De hecho se escudaba en la debilidad de su estado para no dejarla recibir a nadie. Un día lo descubrió mirándola de reojo con tal expresión de angustia que no pudo contener su enfado.

-No me han hecho nada que no le hayan hecho a otras muchas desgraciadas antes. Yo al menos he logrado salir viva. Si no eres capaz de alegrarte de eso quítate de mi vista. Tengo bastante miseria propia para aguantar la tuya –Le gritó fuera de sus casillas

Marsias salió de la habitación sin mediar palabra, Nicasia lo conocía de sobra, sus palabras lo habían herido y al momento se sintió desagradecida y mezquina. Le pareció que pasaba toda una eternidad hasta que el sátiro volvió a aparecer empujando un enorme sillón de mimbre con ruedas. Se acercó a la ingeniera con el rostro serio y los labios fruncidos bajo la barba.

-No era mi intención ofenderte-Dijo tras un momento de silencio.

La peliblanco alzo la mano sana para hacerle callar.

-Nunca me has ofendido. No eres tu quien debería disculparse

El sátiro recuperó su sonrisa. La cogió en brazos y la sentó en el sillón de mimbre de modo que pudiese ver el gran ventanal, la mirada de la ingeniera se quedó fija en las montañas. Marsias se asomó al ventanal.

-Dicen que cuando los Sidhes vivían en ellas desde aquí podía verse la torre de TocaEstrellas brillando como si fuera de plata.

-Ese desdichado de Gelión pudo hacer bien poca cosa para defenderse.

-No te tenía a ti-Le contestó el sátiro poniéndole la mano sobre el hombro.

-¿A mi? Estoy viva de milagro ¿Qué he conseguido?¿Que un puñado de goblin se diviertan a mi costa? Todo está peor que al principio. Mis errores son peores que los de Gelión, él a menos mantuvo vivos a los suyos.


-Fuiste a por la hija de Manx y lo lograsteis, la pooka está aquí, sana y salva. Mañana la traeré para que la veas.

-Pensé que estaría con su hermano- Dijo Nicasia mirando a su compañero con suspicacia

A Marsias la contestación de la peliblanco lo pilló con la guardia baja.

-La pequeña estaba enferma, no era buena idea que Dujal se la llevara-El sátiro no fue lo bastante rápido con la respuesta y a la ingeniera ese momento de duda no se le pasó por alto.
“Me oculta algo” al pensarlo Nicasia volvió a enfadarse. El sátiro la sobreprotegía y por muy buenas que fueran sus intenciones aquel comportamiento la hacía sentirse como una inútil. Estaba demasiado acostumbrada a llevar las riendas de cualquier situación para sentirse cómoda en el papel de victima. Volvió los ojos al paisaje con un resoplido de desaprobación y se refugió de nuevo en el silencio. “Vale, juega a los secretitos mientras puedas”. Pensó resentida.

Un par de horas después de que Marsias le trajese la silla de mimbre, Nicasia tuvo otra visita totalmente inesperada. Aun estaba sentada, a petición suya le habían traído un par de libros, por desgracia la biblioteca de Fuegovivo solo disponía de tratados de medicina. En ese aspecto era famosa en todo en el reino pero si buscabas temas más lúdicos resultaba decepcionante. Tuvo que conformarse con un tomo de recetas de cocina que abandonó de inmediato cuando se descubrió pensando con nostalgia en los estupendos guisos de Costurita y un grueso ensayo sobre La Guerra de la Reina Durmiente. Este tampoco le causó ningún tipo de entusiasmo, leer la versión de algo de lo que había sido testigo directo consiguió arrancarle un par sonrisas sarcásticas. Con la excusa de ser objetivo la versión que el autor daba de los hechos era, en mejor de los casos, edulcorada y en los momentos más criticos, simplemente mentirosa. Hablando del sitio de la Corte,el texto lamentaba los muertos que la resistencia de la ciudad había causado, pero las describía como muertes heroicas, eso la hizo cerrar el libro. No veía que tenían de heroicos los niños que murieron de hambre aquel largísimo invierno, ni los llantos desesperados de sus madres. Recordaba las hogueras donde quemaban los cuerpos de los caían día a día vencidos por la debilidad y las enfermedades. Piras que alimentaban con los propios cadáveres porque no podía la madera escaseaba y no podía desperdiciarse para hacer fuego. Recordaba el olor, que te hacia sentir ferozmente hambriento y recordaba como muchos se acercaban al calor de las llamas a falta de algo mejor con que calentarse. Para que los muertos tuviesen al menos derecho a que recordasen sus nombres los escriban en las paredes de la muralla. Largas hileras de nombres que crecían continuamente. “He soportado mucho para que ahora venga ese idiota a pensar que no seré capaz de aguantar algo más”. Al leve crujido de la puerta la sacó de su frustración, pensó que sería Marsias de nuevo o tal vez alguien que traía la cena. La puerta se quedó entreabierta, pero la cama se interponía y no podía ver que estaba pasando. Nicasia trató de mover la silla empujando las ruedas, pero era demasiado pesada, hubiese sido difícil hasta sin estar herida. Trató de darle un empujón mágico para al menos lograr girarla, algo sencillo de no haber estado tan débil, pero en aquellos momentos no era capaz de concentrarse en la magia, se le escapaba como si tratarse de atrapar una mariposa con las manos atadas a la espalda. Nicasia aguzó el oído, tenía la sensación de que alguien la observaba desde la puerta, casi le parecía escucharlo contener la respiración y una escalofrío involuntario le recorrió la espalda.

-No haces falta que te escondas, puedes entrar-Lo dijo en un tono claro y amigable mientras aferraba el pesado libro de historia

Está vez escuchó claramente un murmullo, alguien atropellaba susurros asustados tras la puerta, era prácticamente imposible entender los que decían pero reconocío claramente el agudo timbre infantil.

-Entra de una vez o le diré a tu padre que me has estado espiando-Esta vez usó un tono algo mas autoritario.

Unos pasos precipitados siguieron a la frase y una carita conocida no tardo en aparecer tras el poste de la cama. El pequeño Marsias la miraba con los ojos abiertos de par en par, debatiendose entre la curiosidad y el miedo tras él una niña más pequeña con el pelo castaño peinado en dos desastrosas trenzas también la contemplaba con unos descarados ojos felinos de color oro. Era imposible que el fauno supiese quien era. Él había conocido a Nicasia, con su mascara de espejismo. La criatura del sillón de mimbre era mas parecida a un goblin albino, con sus orejas largas y los ojos azules flotando en un fondo de carbón brillante.

-¿Decepcionados?-Les hizo un gesto con la mano para se que se acercaran y los niños obedecieron hipnotizados. Marsias hijo parecía mucho mas reticente, pero la gatilla se acercó mas decidida con la naricilla alzada olisqueando prudentemente y las orejas tricolor agachadas. La ingeniera sonrió al verla, no podía negar que era hija de Manx, iba descalza, tenía el pelo lleno de hojitas secas y la ropa en un estado lamentable. Podía imaginársela perfectamente vagabundeando por los jardines de Fuegovivo. Al menos ella estaba viva, algo bueno salía de tanto sufrimiento.

-¿Los goblin no son verdes?-Preguntó Marsias algo extrañado

-No soy un goblin-Contestó ella

El satirillo hizo un mohín de decepcionado y se atrevió a salir de detrás del poste.

-¿Entonces que eres?

-¿No lo sabes?-Nicasia le regaló al niño una sonrisa de sierra, llena de dientecillos afilados- Tú me conoces.

El patacabra puso cara de asombro y la miró de arriba abajo, pero tras un rato de observación silenciosa, sacudió la cabeza negando con mucha energía.

-Yo no te conozco de nada, solo vine porque escuché a las driades decir que había goblins en el santuario y cuando le pregunté papá por ellos me dijo que no podía verlos.

-Y lo desobedeciste.

El sátiro bajo los ojos en un gesto culpable.

-Últimamente no me deja hacer nada, y además nunca puede estar conmigo- Refunfuñó- Antes me contaba cosa por las noches, ahora siempre ocupado o triste.

La pooka que hasta entonces había estado muy ocupada jugando con la borla que adornaba el tirador de la cortina, estiró las orejas y se quedo inmóvil mirando hacía la puerta, tras un instante de sobresalto se transformó en un diminuto gato tricolor y a toda velocidad se metió las sabanas de la cama. Nicasia escuchó pasos en el pasillo.

-Viene alguien. ¡Rápido, que no te vean ¡! métete bajo la cama!

El sátiro no tardo ni un segundo en obedecer, sus patas apenas acababan de desaparecer bajo la colcha cuando un joven boggan, un muchacho pelirrojo y rollizo, entró con la bandeja de la cena. Nicasia no lo había visto nunca, suponía que el santuario habría mas hadas a parte de sátiros y dríades pero hasta entonces no había podido confirmarlo. Normalmente era Marsias padre quien se encargaba de traer las comidas así tenía una excusa para escapar de sus obligaciones como rector para pasar un rato juntos. El boggan trataba de comportarse con naturalidad pero no podía evitar mirarla demasiado fijamente, la ingeniera le sostuvo la mirada con idéntico descaro.

-¿Dónde está Marsias?-Preguntó molesta

-No podrá venir, creo que ha surgido algo urgente. ¿Dónde dejó la bandeja?

La peliblanco señaló una mesita baja.

-Debe ser muy importante, es la primera vez que me falla a una cita.

-No me han dicho cual era el motivo, señora, simplemente que no podía venir.

-Claro que no te han contado nada, no vaya a ser que te vayas de la lengua y me entere de algo ¿no?

El boggan se estiró muy envaradamente y se volvió hacia ella

-Por supuesto, es usted una goblin y por lo tanto una enemiga del santuario.

La peliblanco contó hasta veinte en silencio antes de contestar. Sabía que sin sus espirales y con su aspecto real al descubierto tenia mucho mas de duende que de nocker, pero su aspecto no decía lo que era, su corazón siempre había pertenecido al gremio de constructores. Aunque entendía la conveniencia de que nadie la reconociese, que la confundiesen no le gustaba. Pese a todo no quería estropear su tapadera y eso la obligó ser prudente en su respuesta.

-Quítate de mi vista-Contestó en tono glacial.

-¿No necesita ayuda?-Preguntó sin inmutarse.

-No de ti.

El boggan observó de reojo la bandeja, era evidente que con una sola mano le resultaría muy difícil comer pero al contemplar la expresión abiertamente hostil con la que lo miraba la ingeniera decidió no insistir, aunque no soltase palabra aquel ceño fruncido era de sobra elocuente. El hada se dio la vuelta y se retiró a paso ligero. Marsias asomo la cabeza en cuanto sintió la puerta cerrarse, la gatita mas prudente, no se dejó ver.

-¿Se ha ido ya? Creo que me voy a ir, casi nos pillan-Dijo el sátiro mirando aprensivamente hacía la puerta

-No vendrá nadie en un rato, creo que tu padre se ha olvidado de los dos.

El crío trató de disimular un puchero

-La culpa es de ese elfo vestido de chatarra, no hace mas que entrar y salir. Siempre que viene papá se pone triste o nervioso.

Nicasia dio un respingo en su silla

-¿Un elfo con el peno canoso y una armadura muy vieja?¿Alto y delgado?

-Si, ese. Me cae mal.

-Sir Edward es un buen tipo, ya verás como te cae bien cuando lo conozcas mejor.

-No se llama así tiene un nombre raro, mas complicado-Marsias cerró los ojos rebuscando el nombre en su memoria.

-Caldemeyn-Dijo la ingeniera.

-¡Ese!-Respondió el niño entusiasmado-¿Cómo lo sabes?

-Ya te he dicho que conozco muchas cosas y que te conozco a ti, Marsias.

El sátiro abrió la boca casi tanto como los ojos y se quedó clavado en el suelo hasta que pudo salir de su asombro.

-¿Cómo sabes mi nombre?¿Te lo ha dicho mi papá?

-Ya te he dicho que te conozco. Si no me crees es tu problema.

-Eso es imposible, me estás engañando, seguro que te lo ha dicho él.

Nicasia fingió tener un repentino interés en el trozo de cielo nocturno, pero dejó ver una amplia e intrigante sonrisa.

-Puedes preguntarle a tu padre…

-¡No puedo decirle que he estado contigo¡!Haces trampa¡-Resopló el satirillo indignado.

-…o puedes volver mañana. Podría contarte muchas cosas de tu padre.

Marsias meditó un segundo, la idea parecía interesarle pero los riesgos aun pesaban más que la tentación, para convencerlo habría que inclinar la balanza.

-¿Sabias que estuvo en la guerra?

-¿Es tan viejo?-Preguntó extrañado.

Nicasia soltó una carcajada, la primera risa que le salía del corazón desde hacía mucho tiempo, se sintió agradecida por aquel momento y quiso que los niños no tuviesen que irse. En cambio al pequeño patacabra aquello le sonó a burla.

-Me voy-Dijo dando una patada en el suelo.

-Creo que tu amiga aun quiere quedarse un poco más-Le dijo Nicasia señalando a la bandeja de comida.

La pooka la había tirado, el en suelo mezclaban crema de calabaza y compota de fruta, aunque eso no parecía molestar a la gatita que lamía las dos cosas con una dedicación absoluta.

-¡Oh no¡!Cymric no puedes hacer eso¡-Dijo tirando de la cola a su amiga. La gata se revolvió, bufó ferozmente y continuó con su tarea. Marsias parecía avergonzado-Tienes que perdonarla, la han traído de algún sitio y creo que ha pasado mucha hambre, siempre está robando comida. Aunque también sé que guarda un poco para el monstruo del jardín. Pasan mucho rato juntos.

-¿El monstruo del jardín? No he visto los jardines de Fuegovivo pero no lo imagino un lugar para monstruos.

El sátiro se acercó a ella y hablo muy bajito.

-Nadie sabe que está aquí, pero se esconde en el bosque de los árboles de fuego porque le gusta el calor y solo se junta con Cymric.

-¿Tu lo has visto?

Marsias miró por encima de su hombro como si temiese que el monstruo apareciese de un momento a otro.

-Una vez, pero me miró y salí corriendo.

Era una información interesante, en un rato con Marsias había averiguado mas cosas que toda su estancia. Patrick debía estar refugiado al calor de los árboles. Debía tener un motivo muy poderos para ese comportamiento porque no era amigo del frío y lo normal era por esas fechas ya estuviese hibernando. “¿Será por la niña?” se pregunto mirando a como la gatita se afanaba en limpiar el suelo Al parecer Marsias padre no había mentido en ese punto, Patrick los había traído al santuario, el Ancestral de seguro podría contarle todo lo que ansiaba saber. Solo necesitaba llegar hasta él. No era buena idea darle el recado a los niños, ni siquiera sabía si realmente estaban hablando del muchacho serpiente o solo era un pasatiempo infantil, además no podía confiar en su discreción. Necesitaba un plan y desde luego y por muy variados motivos deseaba mas visitas de los crios.

-¿No te molesta que se coma tu cena?-Preguntó el sátiro preocupado.

-No está demasiado buena y además estoy harta de papillas.

-Me voy a ir, se hace tarde y a lo mejor nos están buscando.

-¿Volverás?-Preguntó con ansia.

-Creo que no debería-Contestó Marsias con un tono de alarma que hacía que su voz se volviese chillona.

-Hagamos una cosa, te he dicho que me conoces ¿verdad? Pregúntale al rey de los goblin por mí.

El niño se quedo inmóvil y contempló a la ingeniera como si la mirase por primera vez.

-¿Nicasia?

La ingeniera asintió y antes de que pudiese darse cuenta el sátiro había saltado a sus brazos con el llanto desquiciado de los críos corriéndole por las mejillas y por la nariz.

-¿Dónde has estado? ¿Por que me dejaste solo? Mesalina no quería que hablase de ti.

La ingeniera lo abrazó como pudo, el niño le aplastaba el brazo herido y la piel de la espalda le tiró como si se le hubiese quedado repentinamente pequeña y amenazase con rasgarse, pero era un dolor que merecía la pena. El abrazo apaciguó al pequeño que el estampó un beso en la mejilla tan sonoro como húmedo.

-¡No me habían dicho que estabas aquí¡¿Qué te ha pasado?¿Quien te ha hecho daño?¿Te duele?-El niño detuvo la avalancha de preguntas en seco y la miró a los ojos-Has cambiado.

-Solo un poco. Pero no en lo importante. Escuchame, no le digas a nadie que me has visto, a nadie, sobre todo a tu padre. Será nuestro secreto ¿vale? Y ven mañana a la misma ahora.

-¿Me vas a contar cosas?¿Te podré preguntar?

-Podrás preguntar lo que quieres siempre que lo mantengas en secreto. ¿Tu amiga se chivará?

-¿Cymric? Es muy pequeña, aun no sabe hablar bien y solo le interesa comer, dormir y salir al jardín a enterrar su caca- Esto último lo dijo con una mueca de asco.

-Entonces ven mañana.

-Pensé que eras como el resto de los mayores y te habías olvidado de mi-Le dijo antes de marcharse.

-No te engañes soy como el resto de ellos, nadie se ha olvidado de ti.

Marsias sonrió antes de desaparecer tras la puerta seguida de cerca por la gata.

Los niños cumplieron su palabra y aparecieron al día siguiente, Nicasia había pasado toda la mañana en un estado de expectación difícil de soportar, que se intensifico de tal manera al caer la tarde que le hicieron imposible jugar una partida de ajedrez con Marsias padre, en dos ocasiones movió las piezas negras a pesar de que ella jugaba con las blancas, además las largas pausas que el sátiro se tomaba para pensar sus jugadas se le antojaban interminables. Como el día anterior Marsias y Cymric llegaron al anochecer, el niño acordándose de que la otra noche Nicasia se había quedado sin cena traía un regalo de disculpa; había pasado por la cocina y había cogido dos trozos de tarta de crema. El detalle no podía mas acertado, la ingeniera era golosa por naturaleza y llevaba mucho tiempo añorando uno de esos pequeños placeres. Para agrandar el botín también había traído un buen puñado de moras. En los jardines de Fuegovivo los árboles siempre estaban cargados de fruta, la leyenda contaba que era una de las bendiciones del Dios de los Fuegos del Corazón había dado a los satiros de Fuegovivo pero la ingeniera era demasiado pragmática para creérselo, así que suponía que algo en la naturaleza de los árboles de fuego hacía que los otros estuviesen siempre cargados con una continua cosecha. Fuese lo que fuese las moras estaban deliciosas y tan jugosas que casi explotaban en la boca. Los tres compartieron aquel pequeño festín, la complicidad de la travesura mejoraba aun más su sabor. Fiel a su promesa Nicasia le habló a Marsias de las hazañas de su padre en la guerra, al principio al pequeño parecía costarle creerse lo que estaba escuchando pero se convencía de inmediato cuando lo peliblanco le leía algún párrafo del libro en el que se mencionase a su padre, aquel grueso volumen, lleno de palabras que el niño apenas entendía bastaba para se convenciese por completo. Entonces el sátiro hinchaba el pecho lleno de orgullo y miraba a la gatita complacido. Cymric por su parte parecía mucho mas interesada en destrozar las cortinas que en escuchar cualquier historia.

-Los dos podéis estar orgullosos, vuestros padres fueron muy importantes para ganar la guerra.

-¿Ella también?_Pregunto Marsias señalando a Cymric.

Nicasia miró a la gatita, al verla sentía una extraña mezcla de sentimientos. Le recodaba muchísimo a su madre, tenía la misma cara redondita y la misma de manera de apretar los labios cuando se concentraba en hacer algo, pero sobre todo tenia los mismos ojos dorados e intensos que lo miraban como si quisieran devorar el mundo. Manx nunca cerraba los ojos para besarla, los mantenía muy abiertos. “Quiero recordarlo todo” solía decir a menudo. Ni la muerte fue capaz de cerrárselos.

Durante un par de día la peliblanco siguió recibiendo sus visitas clandestinas, eran una bendición, le mejoraban el humor y le hacían las jornadas más aceptables, eso sin contar que siempre traían alguna delicia del jardín o de la cocina. Además al menos Marsias hijo le contaba que pasaba fuera de la habitación, aunque fuese poca cosa las novedades siempre eran de agradecer en comparación con el total desconocimiento en el que había estado hasta entonces. Además ella confiaba que tarde o temprano aquellas visitas darían algún fruto y así fue, una de las noches Marsias le dio la clave para contactar con Patrick. Ese día había llovido con fuerza y los niños no habían podido salir fuera, así que algunas dríadas los llevaron a un largo corredor desde donde podía verse el jardín, porque pensaban que Cymric, a la que lluvia había puesto más intratable de lo normal, quería estar cerca de los árboles de fuego.

-Pero Cymric no quería ver los árboles, quería ver su amigo y yo he tenido miedo toda la mañana-Confesó Marsias avergonzado.

Nicasia sonrió y cambió el tema a uno que preocupara menos al sátiro, mas tarde cuando Marsias padre apareció con la cena fingió estar deprimida y desganada. Le contó que si no la mataban las heridas lo haría el aburrimiento y le solicitó un paseo por el santuario con la silla, ya estaba lo bastante fuerte como para aguantarlo. El patacabra se negó en principio, pero cuando la ingeniera le propuso al menos que la llevase a ver el jardín, que era famoso en toda la Corte y que ella no conocía, el sátiro le prometió que al día siguiente la dejaría pasar un rato en la galería del jardín.
Como no podía ser de otro modo Marsias cumplió su palabra, a la mañana siguiente la ayudo a sentarse en la silla y la empujó hasta una larga galería abovedada. Era un pasillo ancho, el techo curvado estaba cubierto por un mosaico de cristales de colores sostenidos por nervios de madera que semejaban las raíces de algún árbol fantástico. La pared exterior también estaba acristalada y daba a los jardines, que no eran mas que un trozo de bosque muy poco domesticado, largas enredaderas creían sobre el techo en una feroz competencia con la ramas de los árboles más cercanos, algunas tan gruesas como el brazo de un troll. Era un rincón tranquilo y silencioso que comunicaba directamente con el gran recibidor de la entrada. Seguramente debía ser un maravilloso en primavera, con la luz entraando con fuerza entre el verde y el brillo del cristal. Presidiendo la entrada había una espectacular fuente cascada. Nicasia como cualquier nocker la conocía muy bien, fue un regalo de la Corte al suntuario por su labor durante la plaga de la lengua azul, que atacó la desvalida ciudad poco después de la guerra y que hubiese sido catastrófica sin los sanadores. El gremío de constructores la fabricó con todo su esmero para que trajese el agua de unos de los manantiales del bosque al interior del edificio. El rumor del agua debía crear una atmósfera perfecta en aquel corredor, pero en aquel momento estaba seca.

-Algo se estropeó- Le dijo Marsias cuando pasaron por delante-y no han sido capaz de arreglarlo. Y eso que llamabas a varios de los mejores talleres del reino.

-Pero no a mi…-Observó la ingeniera.

-Me temo que no podemos pagar tus honorarios.

-Eso era antes. Un día vendré a haceros una desinteresada visita.

Marsias dejó a Nicasia en el corredor, tenía que marcharse a dar una de las clases de la mañana pero esta vez le dejó un fascinante tratado sobre cultivo de plantas medicinales en climas de alta montaña. La ingeniera tuvo que contener sus ganas de prenderle fuego. A fin de cuentas no había ido allí a leer a la sombra de la floresta. La peliblanco estuvo observando el exterior, nunca antes había visto los legendarios árboles de fuego y la verdad era que resultaban impresionantes. Tenían las hojas anchas y de cinco puntas, como manos sanguinolentas que se agitaban incluso cuando no soplaba el viento igual que las llamas de una hoguera. Sus tronco anchos y lisos eran de un color casi ambarino, destacaban sobre el verde profundo del resto del jardín y casi podía sentirse su calor. Aquellas criaturas centenarias que habían estado a punto de desaparecer durante la guerra tenían, entre sus muchas virtudes, misteriosas cualidades curativas. Bastaba verlos alzarse en la quietud de su danza silenciosa para comprender que estabas en presencia de algo tan antiguo y sagrado como la propia vida.

En mitad de aquella estampa, totalmente inmóvil había una figura sentada sobre la hierba, en mitad de una mancha de sol. Había que estar muy atenta para verla, Nicasia vio primero a la gatita que dormitaba despreocupadamente y tardó un momento para darse cuanta que estaba hecha un ovillo sobre un regazo. La figura del chico serpiente se camuflaba entre las plantas de un modo tan mimético que solo la traicionaba un poco el lento movimiento de su respiración. El muchacho había oscurecido incluso el color de su escaso cabello. La ingeniero los contempló maravillada, que el Ancestral aceptase sin problema a la pequeña pooka era del todo extraordinario, hasta donde ella alcanzaba a conocerlo, Patrick no había desarrollado nunca lazos de cariño con nadie y no pudo evitar una sacudido de pánico, quizás Cymric no estuviese a salvo. El ancestral pareció adivinar que lo estaban mirando, porque abrió los ojos y sus pupilas rasgadas, dos finos cortes negros sobre un amarillo imposible, miraron fijamente a Nicasia. Sonrió y tras apartar a la pooka se puso de pie y caminó hacia el cristal.
La ingeniera se estremeció, al Ancestral le faltaba el brazo derecho, cercenado por encima del codo. No podía imaginar que había sido necesario para ocasionarle esa herida al chico serpiente y de repente no estaba segura de querer averiguarlo.