domingo, 30 de mayo de 2010

El arte o morirte de frio

Tengo un compañero de clase estupendo en el master, siempre con una sonrisa en la boca y una frase amable. A mi me recuerda a Oscar Wilde, elegante, divertido, escritor…ademas huele muy bien, viste mejor y suele tener una frase correcta para el momento preciso.
El viernes estábamos en una exposición, bueno lo era porque había marcos colgados en la pared. Las “obras” (por llamarlas de alguna manera) eran creación de mi director de master y de otro de los profesores, consistían en coger imágenes como publicidad, postales, antiguas, fotos...etc e insertar en ellos un texto. A ver, versos no eran, no había métrica, ni rima, ni nada de lo que convencionalmente se considera poesía. Eran más bien como esas frases chorras que garabateas en el margen de los apuntes cuando te aburres; al principio te parecen profundas y las guardas por si puedes sacarles algo mas adelante, pero acabas descartándolas en cuanto las vuelves a leer con más atención y te das cuentas de que son solo gilipolleces del tamaño de un castillo.
Llegué demasiado temprano a la exposición y tuve un momento de pánico, miraba las fotos, leía los textos y de reojo contemplaba a mi profesor que esperaba exultante una frase admirativa de sus alumnos. El caso es que cuanto mas miraba aquello, mas me parecía una tomadura de pelo de las gordas. Tal vez no entiendo de arte moderno, soy una chica anticuada pero por mas que esforzaba no lograba verle merito de ningún tipo a hacer photoshop con las pajas mentales que este señor se monta en el desayuno (mentales digo porque ya está muy mayor para dedicarse al noble arte de darle a la zambomba) Y allí estaba, preguntándome si aquello me la reflinflaba olímpicamente porque era una soberana chorrada o tal vez porque mi absoluta ignorancia me impedía captar alguna sutileza artístico filosófica de gran trascendencia. El caso es que tenía miedo de abrir la boca y confirmar lo que hasta ahora mis compañeros solo sospechan: que tengo la agudeza mental de una veta de piedra pómez. Entonces llegó mi salvador, Oscar Wilde, digoo mi amigo, oliendo maravillosamente y mirando los cuadros con un discreto deje burlón “Yo es que tengo una norma con el arte moderno” me susurró “si me deja frío no me interesa”. Creo que me lo hubiese comido a besos, me contuve porque dudo mucho que aprobase semejante arrebato de agradecimiento. Ahora sé a que atenerme cuando visite el Guggenheim: si veo una obra y noto como la indiferencia me hiela la espalda, pasaré a otra cosa.

Para completar el sainete mi profesor decía que había trabajado un año en aquellos “versos” y que “no se merecían acabar enterrados en un libro” Jamás había visto decir con tanto desparpajo “Esto es tan malo que si lo edito ni dios lo compra, así que como soy catedrático y me lo puedo permitir monto una exposición con mis chorradas”
Oye que no me parece mal, pero que yo tenga que perder una tarde en hacerle la pelota...no veo el valor docente de la actividad por ningún lado. Excepto quizás tomarme una naranjada con Oscar Wilde.

domingo, 23 de mayo de 2010

Colorín colorado

Parece que mi master va tocando su fin, por un lado me alegro porque irónicamente me quitan tiempo de escribir, otro lado de mi se entristece por la gente maravillosa que he conocido. Creo que los alumnos han sido lo más enriquecedor de esta experiencia tan accidentada y me dará pena pederlos de vista, pero la vida sigue y estoy segura de que como les sobra talento les irá bien. La fortuna debería acompañarlos aunque solo fuese por cuestión de karma.

En cuanto a cuestiones académicas ha sido un tomadura de pelo, al final sigues porque ya que has pagado, pues que menos que recoger el titulo. Lo malo es que entré con muchas esperanzas, con ganas de pulir esos vicios que todo escritor tiene, con ganas de aprender algo de eso que llaman “oficio de escritor” y no he aprendido nada. Bueno he descubierto autores nuevos, pero no necesitaba pagar una matricula para eso. Miento, si que he aprendido. Ahora sé mas sobre la vanidad y la intelectualidad pedante que sufren algunas autodenominadas “gente de letras”, ahora sé que el mundo editorial es un poco una lotería donde el talento no basta (no estoy diciendo que yo tenga talento, me limito a plantear lo que hay) donde incluso una vez que logras la titánica tarea de publicar puedes seguir enfrentándote al fracaso, de un modo peor incluso que sin llegar a publicar nada en tu vida.

También me he dado cuenta de la cantidad de prejuicios que existen alrededor de la literatura fantástica, pero ese es un tema sobre el que prefiero hablar en frío algo mas adelante

A ratos me siento desanimada a matar, pero bueno al menos me servirá para tener la lista para el premio minotauro, donde participo mas por ilusión que otra cosa, total el NO ya lo tengo...Y además yo escribo por vicio, porque me gusta, porque lo necesito y porque pienso seguir haciéndolo. Porque escribo con la casi segura certeza de que nunca llegaré más lejos de este blog pero eso me basta…

No he aprendido en el master ¿Y qué? Me quedo con lo que me reído, para aprender a escribir tengo tiempo. Mientras hay vida hay esperanza

viernes, 7 de mayo de 2010

Cinnabaris, de Verónica Casas

Erase que se era una maña que quería dibujar, dibujaba en su pupitre, dibujaba en las paredes, dibujaba en la espalda de sus hamsters e incluso en el periquito de su abuela. Sus padres, en un intento de canalizar su energía creativa la metieron en la escuela de artes de Zaragoza y desde entonces vive pegada a sus pinturas.Ha dibujado todo lo imaginable y un poco más. Ahora por fin ve el fruto de su esfuerzo en un maravilloso libro de ilustraciones, lleno de fuerza, de leyendas y de dragones.
Conozco a Vero desde hace casi ocho años, la he visto pasar por muchas cosas, se merece este momento de gloria mas que nadie, porque se lo ha currado como no os podeís imaginar.
Cinnabaris es fruto del esfuerzo y de la ilusión, deja ver una mano maestra guiada por una cabeza que no se cansa de soñar, que no conoce la palabra "derrota".
Cinnabaris es la sangre de dragón, fuerza, alquimia y magia. Pero no tenéis que creeros lo que os cuento, podéis verlo con vuestro propios ojos, os dejo un adelanto de animación por cuento de Jesús Expósito (que es un tío majísimo) y de Ismael Duran (que es tipo con el que me siento en el sofá todas las noches y no siempre para hacer cosas castas)
Es lo que digo siempre: estoy rodeada de gente maravillosa

miércoles, 5 de mayo de 2010

Cabos sueltos

Entre mis huesos delirantes, arde;
arde dentro del aire hueco,
horno invisible y puro;
arde como arde el tiempo

Octavio Paz

La piedra le pasó entre los cuernos para estrellarse inofensivamente contra un árbol y rebotar en el suelo.

-¡Hijo de puta¡- Gritó alguien jocosamente a su espaldas.

Marsias se giró con la lenta resignación de quien no espera encontrar sorpresas. El dueño de la voz era un pálido muchacho sidhe de cabellos azules y unos ojos de un azul descolorido en los que colgaba una cruel mirada burlona al que siempre acompañaban un nocker larguirucho que vestía los colores del taller del Maestro Avispa y un troll que parecía algo mayor que sus compañeros y que jamás participaba en las chanzas de los otros dos. Se limitaba desempeñar su papel de escolta permaneciendo en silencio con una ligera mueca de disgusto en la cara. Desde el cambio de estación el elfo y su sequito lo esperaban en alguna parte del camino de regreso a casa y lo acompañaban durante un trecho gritándole toda clase de barbaridades, la mayoría de los insultos aludían a la honra de su madre y a su condición de bastardo. Marsias había intentado en varias ocasiones darles esquinazo cambiando de ruta, pero el trío siempre se las arreglaba para encontrarlo, así que había terminado por resignarse a la compañía y evitaba las calles más transitadas para ahorrarse la vergüenza de las miradas inquisitivas y esa sensación entre humillación y rabia que le encendía la cara y le encogía el corazón. Aquel día estaba casi seguro de haberlos esquivado y ya estaba a punto de cruzar el portón verde de su casa cuando la piedra hizo añicos su fugaz sensación de victoria.

-¡Tu madre le chupa la polla a media Corte!-Gritó el sidhe coreado casi de inmediato por una carcajada del nocker

Marsias se quedó paralizado ante el dintel, la posibilidad de que su madre pudiese oír aquellos gritos le heló la sangre. Normalmente la presencia de aquel trío era una molestia pasajera, lo aguantaba con resignación confiado en que si no les respondía acabarían por cansarse para ir a buscar una victima que les diese mas juego. Pero nunca se le había ocurrido pensar que pudiesen seguirlo hasta su casa, ni era capaz de imaginar la reacción de Ianthe si se enteraba de aquello. Su madre apenas salía de la cama en todo en día, consumida por la melancolía y el despecho. Las sombras que su padre había dejado en la casa para servir de criados se ocupaban de los niños, oscuras y silenciosas hacían todas las tareas casi sin dejarse ver. Marsias y su hermano encontraban todos los días las comidas servidas en la cocina, su ropa limpia al borde de camas recién hechas y sus juguetes perfectamente ordenados. Pero para encontrar un beso antes de acostarse o un cuento al calor del fuego tenían que esperar a que Ianthe tuviese un día lo bastante bueno como para arrinconar sus recuerdos y salir de la cama. Esos días comían los tres juntos y los hermanos le contaban atropelladamente todo lo que no tenían ocasión de contarle a nadie en los días malos, mientras su madre los miraba con una sonrisa cansada y repartía las caricias y los mimos que no daba en los días malos. Los días muy buenos, que también eran los mas raros, salían al jardín, Ianthe se sentaba sobre la hierba y hacía coronas de flores mientras les hablaba de Fuegovivo, de su abuelo al que apenas conocían y de la vida feliz en los bosques que no habían visto jamás. En las historias nunca se mencionaba al Señor de los Vados, su padre. En los días buenos su madre los abrazaba a los dos y les pedía perdón por los días malos y les daba su palabra de corazón de que no volvería a ocurrir. Al día siguiente olvidaba sus promesas y no se levantaba de la cama.
Marsias, sintió que un sudor frío le bajaba por la espalda, si por mano de la fortuna su madre estaba fuera de la cama, tal vez hubiese escuchado al sidhe. Quizás tardase mucho en recuperar los días buenos. Cerró los puños masticando la rabia, de un modo u otro los elfos siempre se las arreglaban para robarle a su madre. Giró muy despacio.

-Mira-Gritó el nocker- El cabroncete tiene la cara roja, seguro que llora llamando la puta de su mami.

El sátiro agachó la cabeza y se lanzó contra el pecho del sidhe. Marsias era un muchacho corpulento de hombros anchos que le sacaba casi una cabeza a los chicos de su edad y aunque tenía cierta tendencia rechoncha tenía mucha mas fuerza de la que cabía suponerle a un gordito. Los cuerpos chocaron con violencia y el joven noble rodó por el suelo chillando de terror.

-¡Cállate¡-Resolló levantando al elfo del suelo-¡Vete de mi casa¡!Déjame en paz¡

El rostro del elfo había palidecido hasta volverse gris ceniciento, un hilillo de sangre le corría de la nariz a los labios. Le sentaba bien tener algo de color sobre el rostro para variar, Marsias alzó el puño y el sidhe se encogió intentando anticiparse a un golpe que nunca llegó. Un par de manos fuertes lo separaron de su presa. El troll interpuso su corpachón entre ellos para evitar males mayores.

-Ya esta bien chico-La voz del troll era sosegada, no parecía importarle demasiado el varapalo sufrido por su señor.

-Mierda Bran ¿Es que has visto a este palurdo echárseme de encima?-Gruño el noble sacudiéndose la ropa. El miedo había puesto una nota aguda y chillona en sus palabras

-He reaccionado tarde, lo lamento señor-Contestó el troll en un tono impasible.

El sidhe se limpiaba el polvo de la ropa tratando de recuperar la compostura cuando descubrir un roto en su túnica de seda negra, sus ojos desteñidos volvieron hacia Marsias una mirada lleno de desprecio.

-¿Has visto lo que has hecho, animal de establo? Está túnica vale que el coño de tu madre, soy un noble de TocaEstrellas, haré que te ahorquen por esto.

-Debes ser Willhem entonces ¿no es verdad?-Dijo una voz apagada

Marsias se volvió, su madre estaba de pie ante el dintel de la puerta. Estaba acostumbrado a verla en la penumbra de su casa. La luz del día era cruel, dejaba ver un fantasma de piel apagada y ojos vacíos apenas vestido con un camisón sobre el que se desparramaba una cabellera despeinada y salvaje. Solo era un eco de la belleza que Ianthe debió tener en sus tiempos, aun así le quedaba un destello de grandeza.

-¡Puta¡ -Grito el sidhe- Vas a ver como cuelgan a tu bastardo.

Ianthe torció la cara e un gesto indescifrable y puso una mano marchita sobre el hombro de su hijo.

-Tienes el pelo azul…-Comentó casi de casualidad- Conozco el linaje de TocaEstrellas, ese color de pelo es extraño en tu familia.

Willhem miró con desconfianza a la sátira

-¿Qué insinúas, zorra?-Dijo casi sin poder articular las palabras.

-Tal vez debería repasar tu genealogía o hablar con tu madre antes de preocuparte por el linaje de los demás.

El elfo la miró sin ser capaz de decir nada, con los labios apretados y los ojos desteñidos rebosando soberbia.

-Ya veremos si hablas tanto cuando mande que te corten la lengua- Escupió las palabras una a una, con una rabia helada.

Se giró con toda la dignidad que le proporcionaba su porte y se topó con que Bran y el nocker bajaban la cabeza para ocultar sus sonrisas. Abofeteó al nocker y se encaró con el troll, la envergadura de su oponente le desinfló el valor y se contentó con lanzarle una mirada venenosa que no pareció afectar demasiado a su escolta.

Marsias acompañó a su madre dentro de la casa, en la seguridad de zaguán se sintió mucho menos valiente que ante el sidhe.

-¿Me van a ahorcar?-Preguntó abrazándose a la cintura de Ianthe, su madre tenia el olor acre del abandono, como de limones muertos.

-Tu padre no lo permitirá-Le contestó- Sería demasiada vergüenza para su honor de mierda.

Ianthe se agacho ante él y le puso un dedo frío y fino en mitad del pecho que le erizó la piel y le encogió el corazón con un sentimiento que no era capaz de explicar.

-Pero no debes ir pegándote con la gente por tan poca cosa. No puedes dejarte arrastrar por el primer fuego que te queme las entrañas, eso solo te dará problemas.

-Te estaban insultando…

-¿Y qué? No creo que pegarles fuese a cambiar nada. Cuando tengas dudas sobre lo que debes hacer o quieras permanecer tranquilo, rézale al Fuego de tu Corazón y pídele que te revele cual es la mejor decisión en cada momento.

-¿El fuego de mi corazón? No pensé que tuviese fuego en el corazón- El sátiro no parecía muy convencido.

-Hay una hoguera dentro de todos nosotros y a veces nos lleva por caminos equivocados, pero cuando sabes controlarla la luz de las llamas te sirve de guía. El fuego es así; salvaje destruye pero si lo amansas estará a tu favor.

Ianthe le besó una mejilla, sus besos siempre eran un roce fugaz con los labios, como el fantasma de un beso, como ella misma que era más recuerdo que realidad. Aquel día su madre regresó a la cama y solo salió de ella para ahorcarse en el jardín. No hubo más días buenos.

Marsias había pensando mucho en el día que su madre le hablo por primera vez del Fuego del Corazón. Dentro de cada hada arde una llama, los sátiros de Fuegovivo creían la vida era llama, a veces es causa de dolor, a veces parece que casi se apaga pero no deja de arder nunca. Se alimenta de emociones y si la controlas al igual que los fuegos domésticos, juega a tu favor. Allí había aprendido que si eres capaz de controlar el Fuego del Corazón ningún otro fuego, ni siquiera los mágicos pueden hacerte daño, En Fuegovivo se seguía el Culto de los Fuego del Corazón con mas fuerza que en ningún otro lugar pero no había dioses, ni altares, cada sátiro, ninfa o driade era el templo de su propia divinidad. El único modo de reconocerlos era un sol tatuado en alguna parte del cuerpo
Desde que Nicasia llegó al santuario el fuego de su corazón ardía descontrolado y por primera vez en años se sentía totalmente perdido. Pasaba de la rabia a la impotencia en un suspiro, sus sentimientos lo desbordaban y le faltaba seguridad. En aquel estado no se sentía capaz de tomar ninguna decisión, temía que le faltase buen juicio para actuar y había tanto por resolver y tan grave…Junto a la cama de la gran alcoba el sátiro no dejaba de maldecir su suerte y, sobre todo maldecía a Manx y a su larga sombra

Sobré la mesa de curas Nicasia había dejado de sonreír en el momento en que el volvieron los recuerdos, intentó incorporarse apoyándose en el brazo sano

-¿Y Dujal?- Preguntó con un granizo ronco y débil-¿Dónde está Dujal? ¿Dónde está? Quiero verlo.

El sátiro trató de sujetarla, pero la ingeniera se apartó de él mirando a su alrededor como si esperase ver aparecer un fantasma.

-Dujal…trae a Dujal. Quiero verlo.

Marsias sintió que lo ahogaba el pánico, si el pooka había estado en algún momento con Nicasia y ella, que era un combatiente con experiencia y una buena estratega, había terminado así, el gato no podía haber salido bien parado. No era capaz de imaginarse que había pasado mientras él había estado lejos de la Corte, pero era obvio que sus peores temores no estaban desencaminados. “Y llegué a temer que no estuviese preocupada por mi” pensó avergonzado.

-Dujal está durmiendo-Mintió sin titubear-Habéis llegado muy temprano. Lo veras mañana, cuando te hayamos curado.

La peliblanco se dejó caer sobre la mesa, soltaba las frases a retazos luchando contra su propia respiración, las escupía con una mezcla de desesperación y de rabia.

-No debe enterarse de nada…no puede enterarse, le destrozaría. Lo estaba haciendo otra vez, lo vi, lo estaba haciendo otra vez…

La ingeniera tenía el rostro desencajado y un toque delirante en la mirada que ponía los pelos de punta. El patacabra trató de ponerle la mano sobre la cabeza para invocar un hechizo de sueño pero ella se la apartó con manotazo decidido.

-No quiero dormir más, no quiero, no quiero- Gimió encogiéndose sobre la mesa, lo repitió hasta convertirlo en una cantinela sonámbula. Marsias necesitó muchas frases tranquilizadoras para que recuperase la calma, cada vez que intentaba tocarla ella se apartaba

-Escúchame-Alzó las manos para que ella pudiese verla- No te haré nada, me quedaré contigo, tranquila, acabarás por hacerte daño. Quédate quieta.

La nocker lo miró sin desconfianza, y el patacabra aprovecho para acariciarle la mejilla. Nicasia se estremeció con aquel gesto, pero se dejó hacer con cierta desconfianza a flor de piel.

-Deja que te curemos-Le rogó al cabo de un rato, cuando la vio mas tranquila

La ingeniera negó con la cabeza con un gesto tozudo y cansado

-Las cartas, Marsias, las cartas…había tantas.

Marsias le puso los dedos sobre los labios y no la dejó seguir.

-Shhh. No te canses, tendrás tiempo de sobra de contármelo.

Nicasia se agarró al borde de la mesa y volvió a negar la cabeza, el sátiro se rindió, discutir son ella solo la agotaría mas, era necesario ponerla en manos de los sanadores cuanto antes, el tiempo no jugaba a su favor.

-Está bien-Capituló y se acercó todo lo que pudo para que no tuviese que forzar la voz-Cuéntame.

-El administrador, ese bastardo tenía cartas de Manx- Al decirlo se le llenaron los ojos de lágrimas-Manx trabajaba para los goblin. Estaba traicionando a la Corte de nuevo.

Un sollozó le corto la frase, el sátiro no quería creer lo que estaba oyendo. “Está delirando, es solo eso” se aferró aquel pensamiento con todas sus esperanzas.

-Yo la abandoné-Prosiguió con un hilo de voz-Es culpa mía, la abandoné.

-Hablaremos de todo esto cuando estés mejor, ahora por favor

-No le dirás nada a Dujal, si supiese que su madre…No se lo digas

-No te preocupes, malbicho, ya sabes que tus secretos están a salvo conmigo-Le susurró pasándole los dedos por el pelo- Ahora descansa, nos ocuparemos de este asunto cuando estés mejor.

La ingeniera cogió la mano de sátiro y la apretó sin fuerza.

-Ha salido todo tan mal, pensé que estabas muerto y perdí la cabeza.

-Ya sabes lo que dicen: sin cadáver no hay muerto. Debiste quedarte a comprobarlo.

-Escuché las campanas de palacio esa noche.

Marsias soltó una risa desganada.

-¿Crees que sonarían por mi? Soy el dueño de un burdel, los honores fúnebres no se hicieron para gentuza como yo. Sonaban por Eleazar Ibn Bahar, murió esa noche.

-Es cierto, Eleazar ha muerto Y Manx…Todo está saliendo mal.

Nicasia cerró los ojos, parecía a punto de dormirse, pero de golpe volvió a abrirlos con el espanto de los niños que se asuntan de la oscuridad

-¿Si me duermo soñaré? No quiero soñar más-Confesó agotada.

El sátiro le pasó la mano por la cara, susurrando una vieja canción de cuna que recordaba de los días que su madre tenía ánimos para cantar. Esta vez la nocker no se resistió el hechizo, era un alivio porque no le quedaban fuerzas para esconder las lágrimas. Algo se había torcido la noche que murió Manx y desde entonces todo había ido empeorando. Hay afortunados que pasan sus días sin apenas sobresaltos, sin mas miserias que las inevitables y aunque tal vez eran vidas sin grandes emociones tenían una placidez que el sátiro envidiaba. Cada vez que pensaba que ya podía hacerse viejo sin preocuparse más que de lo estrictamente necesario, su vida se presentaba para recordarle que para tener paz hay que sembrarla antes. Sus cosechas eran las que venían de la mano de un pasado tormentoso, sobre todo cuando se trataba de Manx, siempre Manx. La pooka le había robado el amor de la ingeniera solo para tirarlo por la borda y desde entonces todo lo que se relacionaba con ella, arrastraba una dolorosa estela de resentimiento, secretos y desgracias. “Ni muerta deja de ser un peligro” pensó amargado.
Habían sido buenos amigos en otros tiempos hasta que uno tras otros los roces y los malentendidos habían ido forjando una cadena de desencuentros que les dejó una rabia sorda y candente. Eran educadamente distantes, aun cuando no podían dejar de lanzarse puyas si se encontraban, si la situación nunca pasó de la tensa diplomacia era precisamente porque Dujal se interponía entre los dos. Marsias apreciaba demasiado al muchacho, pelearse con su madre le hubiese obligado a alejarse de él. En cuanto a Manx, sabía de sobra que él era el único dispuesto a ayudarla. Hasta aquel día estaba convencido de que solo él conocía la maternidad de Dujal, acababa de descubrir que Nicasia también lo sabía, aunque no se extrañaba demasiado, de un modo u otro ella siempre se enteraba de todo.
Recordaba la enorme sorpresa que se llevó al recibir la carta donde la gata, no solo le contaba que estaba embarazada, sino que el parto era inminente y le rogaba que fuese a ayudarla. Salió sin mas preparativos ese mismo día y llegó en el momento preciso. Como todas las pookas, fue un parto rápido y sin grandes complicaciones, fue lo único normal en aquel nacimiento; Manx solo tuvo un niño, cuando lo normal entre los suyos era tener, al menos, gemelos. El bebé nació con los ojos abiertos de par en par, y en lugar de saludar al mundo con el berrido de los recién nacidos lo hizo con una risa de crío feliz. Nunca más en todos sus años de comadrona volvió a ver nada parecido. “Este niño dará que hablar” Dijo al entregárselo a su madre que como únicas respuestas le dejó una sonrisa de esfinge y una frase “Es tal y como lo soñé”.

Marsias pasó un par de días con la recién estrenada madre y su hijo. “Nadie debe saber que es hijo mío” le rogó Manx. “No permitiré que él cargue con la vergüenza de lo que hice” El patacabra no pudo argumentar nada, sabía demasiado bien a que se refería. “Él lo sabrá antes o después, no puedes protegerlo de esas cosas” Respondió, pero la gata no estaba dispuesta a aceptar aquello sin más. “Lo tengo todo pensando, voy a enviarlo con los humanos, dentro de unos años cuando consiga el indulto de la Reina, lo recogeré”. Esa frase transformó la conversación una discusión que subió de tono demasiado deprisa. Marsias se marchó sin querer saber nada más de ese asunto “Conoces la ley, si lo mandas con los humanos pierdes todo derecho sobre él, vas a convertirlo en un huérfano. ¿Lo haces porque te preocupa lo que lleguen a pensar en la Corte de tu hijo o porque te da demasiada vergüenza tener que contarle lo que hiciste?” Manx le cruzó la cara un zarpazo que a punto estuvo de dejarlo tuerto, tuvo que dejarse crecer la barba para disimular la cicatriz que le corría por la barbilla. “Has pasado tanto tiempo con Nicasia que os habéis convertido los dos en la misma mierda” “No” Respondió él “Es que somos los únicos que te queremos tanto que no somos capaces de mentirte”.

Tras aquella frase abandonó la casa, pasarían muchos años hasta que volviese a pisarla. Al cruzar la puerta la gata le dejó un último recado. “Dile a Nicasia que no quiero que se acerque a Dujal jamás” Marsias no le contestó, se limitó a alejarse a zancadas, le dolía mas abandonar al crió a su suerte que marcharse de malas con alguien que había sido una de sus mejores camaradas en los años de la guerra.
Los años pasaron y el indulto que Manx tanto ansiaba no llegó jamás. La ingeniera aprovechaba su puesto en el Parlamento de los Sueños para pedírselo a la Reina tantas veces como consideraba prudente, siempre de modo discreto. Lo había hecho en secreto desde el mismo momento que la condenaron, siempre se había sentido responsable de la suerte de Manx y trataba de cambiarla cada vez que tenía la ocasión Marsias rememoraba todo aquello tratando de comprender lo que Nicasia acababa de contarle, no estaba muy seguro de si debía tomarse sus palabras en serio, tal vez solo fueran delirios. Aquella cadena era demasiado larga para contar sus eslabones en un solo momento.
El sátiro llamó a los sanadores con la cabeza embotada y el corazón en la garganta, pararse y rezar para que el fuego que prendía en sus entrañas arrojase algo de luz sobre la verdad que quizás encerraban sus recuerdos, era un recurso inútil, porque en su interior mas que una hoguera domestica había todo un bosque en llamas que en lugar de iluminarlo lo cegaban por completo. No fue capaz de prestar demasiada ayuda, cuando empezaron a lavar a Nicasia y dejaron al descubierto todo el horror de su calvario. Marsias fue presa de un vértigo feroz y se dio cuenta de que no sería capaz de prestar demasiada ayuda con los nervios en aquel estado. Se limitó a quedarse en un discreto segundo plano, a modo de supervisor. Cuando Néstor, el sanador mas joven, separó las piernas de la ingeniera el sátiro sintió que el alma se le encogía hasta perdérsele. Se disculpó con una torpeza de la que se avergonzó casi al momento y salió de la sala de curas para ocultar su espanto.

Dujal vivió nueve primaveras con sus otoños junto a los humanos, una primavera Marsias escuchó en el burdel que Manx tenía un nuevo pupilo y que había anunciado que sería el último. La pooka había conseguido permiso de la Corte para enseñar sus habilidades a algunas hadas jóvenes con el talento necesario, Isma´il Ibn Bahar acababa de terminar su formación cuando llegó el nuevo alumno, la curiosidad tiró del sátiro hasta la puerta de Manx una vez más. Al llegar descubrió a un pooka encaramado a una de las ramas del viejo roble. Solo tuvo que escuchar su risa para comprender quien aquel mocoso descarado que lo miraba con los ojos como platos, como si fuera mucho más normal tener orejas de gato que cuernos. Tenía la cara redonda y la mirada ávida de su madre, siempre pensó que el pelo negro y el curioso mechón blanco que le caía sobre los ojos y que empezó a teñirse al crecer eran la única herencia de su misterioso padre. Marsias no necesitó mucho tiempo par darse cuanta de que el joven no sabía quien era Manx, la trataba como a su tutora. Nunca lo sacó de su error.

Dujal consiguió que se reconciliaran hasta cierto punto, Manx capituló porque era consciente de que necesitaba ayuda, más tarde o mas temprano el pequeño necesitaría alguien que lo introdujera en la Corte y Marsias porque no podía evitar sentir cariño por el niño.
Ahora la madre estaba muerta y el paradero de su hijo era un misterio.
Marsias no tenía paciencia ni humor para quedarse esperando ante la puerta de la sala de curas, tampoco se encontraba en la presencia de ánimo necesaria para volver a entrar de inmediato.
Salió a la entrada del santuario. A esa hora los escasos habitantes ya empezaban el ajetreo diario, llamó a uno de los estudiantes, un fauno al que aun no conocía, le pareció que tenía la mirada despierta y el paso resuelto.

-Acércate- Le dijo haciéndole un gesto impaciente con la mano.

El estudiante obedeció sin titubear ni un momento.

-Usted es el nuevo rector- Saludó el muchacho, no parecía demasiado impresionado y eso le gustó al sátiro.

-Eso me han dicho- Respondió Marsias-Tengo un par de tareas para ti, primero vas a ir a la sala de curas grande, están atendiendo a una paciente que llegó hace unas horas. Diles que cuando acaben la lleven a la alcoba vieja y que me avisen. En cuanto le des el recado busca a Mesalina, me da igual si está durmiendo, la quiero en el despacho del rector de inmediato. ¿Lo has entendido?

El estudiante asintió y salió a paso ligero. Marsias hizo girar la silla para ir al despacho La primera vez que entró le entraron ganas de cerrarla la puerta con llave u no volver jamás. De inmediato pensó que lo mejor era buscarse otra estancia y adecuarla para el corto plazo de tiempo que ocuparía el cargo. En Fuegovivo pensaban que era un gesto de respeto, la verdad es que el patacabra se escandalizó por el enorme desbarajuste que reinaba en el despacho de Tiresias. Los libros se amontonaban en el suelo formando columnas peligrosamente inclinadas, desperdigadas de cualquier manera, había que sortearlas para llegar a las estanterías repletas, donde los libros se mezclaban con esculturas y frascos de diverso contenido, tan apretados que parecía que fueran a salir despedidos de un momento a otro. La mesa quedaba oculta por varias capas de papeles y pergaminos, a los que acompañaban una variada colección de plumas (algunas totalmente inservibles). Tinteros de diversos colores, vacíos o llenos se disputaban el puesto con barritas de lacre a medio usar. Marsias no estaba dispuesto a emprender la tarea titánica de ordenar aquel desastre pero en aquel momento no le quedaba más remedio que usarlo. La silla sorteó con fortuna un par de montones de libros pero no tuvo tanta suerte con los que estaban pegados a la mesa que se desperdigaron por el suelo con un suspiro de polvo.

Mesalina encontró a su tío maldiciendo mientras trataba de meter la enorme silla de ruedas tras la mesa. La sátira lo ayudó a salir del atolladero de papeles revueltos y libros rotos, colocó los despojos sobre el alfeizar de una ventana y a falta de mejor sitio donde acomodarse se sentó junto a los lomos quebrados y las hojas arrugadas. No le gustaba el aspecto de Marsias, había adelgazado en los últimos días, aquella mañana tenía el cansancio y los nervios escritos a cincel sobre la cara, la palidez le acentuaba más las ojeras, la sátira quiso abrazarlo y mandarlo a la cama de inmediato, pero sabía que su tío no atendería a razones hasta que tuviese lo que quería.

-Me parece increíble que no me avisarás en cuanto Nicasia cruzó la puerta. Podría haber muerto.

Pese al tono duro con el que pronunció las palabras, Marsias no gritó, no lo necesitaba, la decepción que destilaba lo que acababa de decir le dolió a la sátira más que una bofetada. Mesalina sintió que se le encendía la cara y agacho la cabeza

-Solo quería que descansaras-Dijo con un hilo de voz- pensaba avisar…

-No necesito que te justifiques, ni que me cuentes mentiras. No te he llamado para eso- La interrumpió secamente- Sé que no te gusta Nicasia y aunque no te lo creas entiendo tus motivos, pero aunque tuvieses razón deberías respetar mis decisiones.

Su sobrina se mordió los labios para no dejar escapar algo de lo que tuviese que arrepentirse. Pese a que jamás habían hablado del tema directamente, por los rumores del burdel sabía que Mesalina pensaba que la nocker lo trataba con desprecio. Era la opinión de muchos, pero Marsias llevaba demasiado tiempo soportando las opiniones de los demás como para le supusiesen un problema.

-Tampoco te he llamado para reñirte- Dijo más suavemente- Lo hecho, hecho esta.
¿Quién trajo a Nicasia?

Mesalina alzó los ojos aliviada y dejó de apretar los puños.

-Fueron, Silvio y Sir Arthur. La acompañaban un goblín al que curamos hace bastante rato y una pooka muy pequeña.

Marsias se acarició la barba preocupado.

-¿Nadie mas?

-¿Debería haber alguien mas?-Pregunto Mesalina contagiándose de la inquietud de su tío- ¿Qué te ha dicho Nicasia?

-No ha dicho gran cosa, deliraba.

-Ahora eres tu el que está mintiendo- Le espetó la cortesana- ¿Qué me estas ocultando?

La joven necesitó muy poco tiempo para darse cuenta de cual era la pieza que faltaba, se llevo las manos a las sienes y negó con la cabeza intentando espantar sus conclusiones

-¿Dujal?- Preguntó desolada-¿Es el que falta, tío? ¿Nicasia dijo algo de Dujal?
Dijo que iría a vengarte.

La situación no dejaba hueco para las mentiras piadosas. Él había perdido a mucha gente a lo largo de su vida, sabía de sobra que es un golpe para el que nunca se está preparado. Se separó de la mesa y abrió los brazos, su sobrina se le abrazó como cuando era una niña que añoraba a sus padres. Marsias le acarició los rizos, aunque el dolor no se disipa, parece menos cruel cuando lo compartes.

-No sabemos nada, no te pongas en lo peor- Trataba de creerse sus propios razonamientos- Antes de llorarlo tenemos que saber donde está y como está.

Mesalina sollozó una sola vez y se secó las mejillas con el dorso de las manos. Marsias se sintió orgulloso de ella, tenía la determinación de su hermano.

-¿Y que haremos para buscarlo?-Preguntó

-Necesitamos saber lo que pasó ¿Dónde está Sir Arthur?

-Le dimos una habitación, debe estar durmiendo desde hace poco.

-Pues vamos a tener que despertarlo ¿Y Silvio?

-Silvio se fue en cuanto vio que dejaba a sus viajeros a bien recaudo, ya sabes que nunca se queda con nosotros, su lugar es el bosque.

Marsias chasqueó los labios hastiado, temía era respuesta.

-Hay que salir a buscarlo. Él sabe todo lo que pasa fuera de estas paredes. ¿Y el goblin?

-Se lo llevaron a otra sala de curas casi al mismo tiempo que ha Nicasia, supongo que ya habrán acabado con él.

-¿Estaba consciente?

-Creo que no

“Al fin una buena noticia” pensó aliviado el patacabra

-Haz que lo lleven a alguna habitación apartada y asegúrate de que no hable con nadie antes que conmigo. ¿Alguien ha reconocido a Nicasia?

-Lo dudo mucho. No creo que hayan visto una mestiza en su vida.

-Entonces así debe seguir, que no sepan que es ella. Cuanta menos gente sepa lo que pasa mejor

-¿Y que pasa?-Preguntó Mesalina inquieta

-Eso trato de averiguar. Me sabe mal despertarlo pero haz el favor de ir a buscar A Sir Arthur, no quiero perder tiempo.

Sir Arthur apareció al poco tiempo, vestido a toda prisa y con las canas revueltas, mas que recién arrancado de los brazos del sueño, se mostró tan risueño y cordial como si acabase de hacer una pausa entre baile y baile. Hizo una discreta pero respetuosa reverencia a Marsias a modo de saludo, Sir Arthur era el único sidhe que no lo miraba por encima del hombro, y de los pocos que no frecuentaba su local en busca de amores mercenarios, de hecho solo entraba cuando algunas de sus misiones lunáticas lo obligaban.
Despejó un sillón de su carga de libros y se sentó ignorando la nube de polvo que se levantó a su alrededor. Desgraciadamente pudo contar poca cosa, él se habían encontrado al variopinto grupo en mitad del bosque “Mi papel en esta aventura es muy modesto” dijo el sidhe “Me limité a traerlos hasta aquí sanos y salvos” No quiso decir que lo había llevado aquella zona del bosque, aunque Marsias tenia casi por seguro era cosa de DamaMirlo, y la mano que movía a la Dama era con toda seguridad la de la reina. Sir Arthur no quiso que su visita fuese en vano “Debería ir a hablar con el goblin, si alguien puede desentrañar este misterio, sin duda es él. Pero antes de hacerlo debería examinar la flecha con la que lo hirieron, estoy seguro de que eso podría revelar o incluso confirmar lo que cuente” Lo único que pudo confirmar con rotundidad el sidhe fue que el goblin decía haber estado con Dujal. “Revisa la flecha” le aconsejó Sir Arthur antes de retirarse ocultando un bostezo. Era un buen consejo Marsias no tardó mucho en tener en su mano la flecha en cuestión, había visto muchas como esa durante la guerra. Era un arma de indudable factura goblin, una especie de arpón alargado casi tan largo como su meñique, dentado con pequeños garfios curvos. Los hacían así para que el dardo se hundiese profundamente en la carne y desagarrase al sacarlo. Desde luego estaba claro que le había disparado su propia gente, algo que no tenía demasiada lógica, si había un pueblo unido y leal esos eran los goblin. La idea de uno de ellos traicionando a los suyos para rescatar a una mestiza era tan descabellada que tenía que ser verdad, porque como tapadera para un espía resultaba peligrosa y del todo inverosímil. Estaba dándole vueltas al asunto cuando entró en su despachó el mismo fauno al que había usado de recadero para llamar a Mesalina.

-Señor, el goblin se despertó hace unos minutos, al parecer trató de ponerse de pie y se le ha vuelto a abrir la herida. Lo hemos encontrado inconsciente junto a la puerta de su celda.

El patacabra se guardó la punta de flecha en el bolsillo del chaleco, estaba visto que aquel día nada iba a salir bien.

-¿Lo dejasteis solo en su celda? Debe estar aterrorizado, no me extraña que tratase de levantarse

Aquello había sido un fallo de cálculo grave, lo sensato era un asignarle a alguien que lo velase para evitar mas incidentes como aquel. Sería difícil encontrar un voluntario, Fuegovivo no era amigo de los goblin…

-Asignad a alguien de buen carácter para que sea su enfermero y avisadme encanto esté en condiciones ¿Algo mas?

-La mestiza va de camino a la alcoba vieja. Tal como ordenasteis.

-Enseguida voy para allá.

Los sanadores habían hecho gala de su fama con Nicasia, la ingeniera dormía, desnuda y enroscada sobre si misma, con una expresión tranquila fruto del “Duermedragón” un potente narcótico a base de zumo de amapola “¿Soñaré?” Había dicho la patiblanco, Marsias sabía que el “Duermedragón” se lleva hasta los sueños, era lo mejor, de otro modo el dolor habría sido insoportable. Le habían cubierto las zonas desolladas con un alga viscosa y gruesa a la que llamaban “Camisa de sapo” era mejor cualquier vendaje, tenía grandes propiedades desinfectantes y dejaba que la piel respirase. Tenía entablillados los dedos uno a uno, por separado, para acelerar la cura incrustaban en las tablas de madera unas finas laminas de metal en las que graban hechizos de inmovilización. Néstor le aseguró que estaba fuera de peligro, que era mejor no cubrirla con nada hasta que sus heridas estuviesen más cerradas, pero que no había que preocuparse. Marsias se acercó a la cama, la inmensidad del mueble hacía que Nicasia pareciese la niña pequeña que nunca había sido.

La ingeniera nunca le hablaba de nada anterior a su llegada a La Corte, solía decir que antes de eso Nicasia no existía y aunque el sátiro siempre se preguntó el significado de esa frase, en aquel momento le pareció estar tan cerca de la respuesta que casi le daba miedo averiguarlo. El sátiro se sentó en el borde de la cama, aunque había espacio de sobra para los dos no se atrevía a acomodarse demasiado. Estaba agotado y la cadera lo estaba matando, estiro las patas dejando escapar un gemido apagado. Volvió a contemplar a la ingeniera y a pensar en el puzzle que tenía ante si. Era como ver una figura en la niebla, la silueta te resulta familiar pero no eres capaz de reconocerla. Esperaba que el goblin tuviese alguna respuesta porque el tiempo jugaba contra Dujal

-Seguro que tú sabes porqué Manx no quería que te acercases a él y nunca me lo has contado.

Si de algo sabían esas dos era de secretos. Nicasia trataba de no acercarse a Dujal, tal como Manx había pedido, era especialmente hiriente y desagradable con el pooka, Lo trataba con una inquina acida y cruel. No servía de nada, Dujal veía a la nocker como un desafió, le encantaba meterse en sus asuntos, encontrar nuevos modos de chincharla, trataba sin éxito de dejarla en ridículo siempre que tenía ocasión. Cualquier otro estaría muerto hace tiempo, sin embargo al gato no solo le permitía sus chanchullos sino que a veces entraba en el juego. Tenían una dinámica retorcida, un extraño modos de acabar siempre juntos que Marsias no acababa de entender. Tenía claro que no era amor, pero también sabía que era algo que se parecía demasiado. Siguió divagando un rato, intentado encontrar un punto lógico en alguna parte. Acabó durmiéndose casi sin enterarse.

-¿Marsias?

La voz lo llamaba con más sorpresa que sobresalto. Abrió los ojos avergonzado, tenía casi encima el rostro preocupado de Mesalina mientras a su lado Nicasia seguía presa del “Duermedragon”.

-¿Qué ha pasado?¿Cuanto he dormido?- La cama de la reina había conseguido que la cadera le doliese mucho menos, se sentía descansado por primera vez en mucho tiempo

-Llevas casi todo el día durmiendo. No quería despertarte pero acaba de llegar Rashid Ibn Bahar con una carta de su primo Isma´il y creo que debes leerla.

Su sobrina le pasó la carta. Marsias se incorporó con menos trabajo que en otras ocasiones. Tuvo que leer la carta dos veces para poder creerse lo que decía. Estaba dirigida a Mesalina, en ella le daba sus condolencias por la muerte de su tío, y le rogaba que volviese a La Corte para tratar ciertos asuntos de mutua importancia, el ciego aseguraba poseer información vital sobre los asesinos y estaba dispuesto a compartirla.

-¿En La Corte piensan que estoy muerto?-Preguntó sorprendido

-Te saqué de allí a toda deprisa, apenas pude explicar nada. Esta claro que al menos algunos piensan que has muerto.

El sátiro se rascó la barba, era obvio que Isma´il mentía respecto a conocer a sus agresores puesto que le daba por muerto, pero estaba intentando usar a Mesalina en su propio juego. Tal vez las intrigas del nigromante no tuviesen que ver con aquel asunto. Aun así era un cordel del que merecía la pena tirar.

-Prepara tu mejor cara de afligida sobrina, porque vuelves a La Corte, sígueles la corriente a los dos Ibn Bahar, haz lo que te pidan por ahora y mantenme informado.
Además, hay que llevarle noticias de Nicasia a Costurita, debe estar muy preocupada y tal vez averigües algo sobre Dujal

Mesalina recogió el papel y lo leyó con calma.

-Pero esto tiene toda la pinta de ser una trampa.

Marsias asintió y tras besar la mejilla de su sobrina le susurró al oído.

-Ya veremos quien caza a quien.

La Cortesana asintió con una sonrisa cómplice.

-Iré a preparar mis galas de luto.

-No hace falta que te vistas demasiado, soy un muerto indulgente.