jueves, 29 de julio de 2010

Se masca la tragedia

Os dejo un dibujillo divertido de los que hace la talentosa Aranluc, donde vemos a Cymric en su salsa y al pequeño Marsias a punto de sufrir un percance. Muchas gracias Aranluc, es una viñeta genial.


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La dedicatoria dice: Ahí tienes, una pequeña chorradilla. Si es que no se puede uno fiar de los pequeños depredadores

sábado, 10 de julio de 2010

Los jardines de Fuegovivo

He experimentado lo peor,
lo peor que el mundo puede forjar,
aquello que urde la vida indiferente,
perturbando en un susurro

Samuel Taylor Coleridge



Desde el gran ventanal de la alcoba vieja podía verse el bosque de Fuegovivo extendiéndose hasta donde alcanzaba la vista, las ultimas horas de las tarde se deslizaban lentamente y teñían las copas de los árboles de un profundo azul oscuro. Un mar de hojas y ramas en cuyo horizonte emergían como islas las montañas de TocaEstrellas, recortadas contra un cielo rojo y dorado. Nicasia llevaba buena parte de la tarde contemplando aquel paisaje con cierta impaciencia, esperaba visita y le parecía que el tiempo se había detenido solo para fastidiarla. Hacía un par de días que Marsias le había permitido salir de la cama, aunque solo para ocupar el enorme sillón de mimbre que el sátiro había dejado de usar hacía bien poco. No estaba mal, mirar por la ventana era preferible a pasar las horas muertas tumbada. Le daba una falsa sensación de control que necesitaba casi mas que sanar su cuerpo. No había hablado demasiado desde que los efectos del Duermedragon se disiparon y recobró la conciencia, no tenía nada que decir. Descubrirse desnuda y cubierta de vendas en un lugar que no conocía había sido un golpe duro, pero no tanto como el que recibió cuando recuperó sus recuerdos. Entonces la desbordó un horrible sentimiento de fracaso y vergüenza que intentaba contener con el silencio, tenía la sensación de que si le contaba a alguien hasta que punto se sentía culpable de sus errores no podría contener el llanto y si empezaba a llorar no podría acabar nunca. Así que le puso una mordaza a su tristeza tan eficaz que ni Marsias logró arrancársela.

De todos modos últimamente el sátiro no contribuía a mejorar su humor. Se alegraba enormemente de verlo vivo y casi repuesto de sus heridas. Los primeros días, cuando estaba demasiado débil para casi cualquier cosa, el sátiro había cuidado de ella con una dedicación que solo el amor incondicional podía alimentar. Permanecía con ella en sus peores momentos cuando pasaba tan fácilmente de la conciencia a la inconsciencia que la única diferencia entre ambos estados era el dolor, todo su cuerpo se volvía una tortura y él la calmaba con paños fríos y frases tiernas. Pero cuando empezó a recuperarse, descubrió que los ojos del patacabra se llenaban de compasión al mirarla, que aquellos ojos adivinaban lo ocurrido en la celda de los parideros porque podían leerlo en cada una de las huellas que los goblin le habían dejado sobre la piel. Podían leerlo pero no soportarlo. Marsias no tenía problema en limpiarle las heridas de la espalda personalmente, ni en cambiarle los parches. Pero solía mandar a una dríade para que la ayudase a lavarse, la misma dríade simpática y amable que le separaba las piernas para hacerle las curas que más la humillaban. En esos momentos Nicasia cerraba los ojos y se tragaba la rabia y las lágrimas.
Empezó a sentirse demasiado expuesta bajo los ojos de su amigo, le pidió que la dejara vestirse, pese a que el roce de la tela sobre la piel desollada la hacía rabiar de dolor. Si tenía que elegir entre el dolor y la vergüenza tenía la elección muy clara. Además estaba bastante segura de que el sátiro no le había contado toda la verdad sobre su llegada al santuario, le aseguró que Dujal se había marchado cuando ella aun estaba inconsciente y que fue Patrick quien los había traído a los dos, aunque tampoco le dejaba verlo. De hecho se escudaba en la debilidad de su estado para no dejarla recibir a nadie. Un día lo descubrió mirándola de reojo con tal expresión de angustia que no pudo contener su enfado.

-No me han hecho nada que no le hayan hecho a otras muchas desgraciadas antes. Yo al menos he logrado salir viva. Si no eres capaz de alegrarte de eso quítate de mi vista. Tengo bastante miseria propia para aguantar la tuya –Le gritó fuera de sus casillas

Marsias salió de la habitación sin mediar palabra, Nicasia lo conocía de sobra, sus palabras lo habían herido y al momento se sintió desagradecida y mezquina. Le pareció que pasaba toda una eternidad hasta que el sátiro volvió a aparecer empujando un enorme sillón de mimbre con ruedas. Se acercó a la ingeniera con el rostro serio y los labios fruncidos bajo la barba.

-No era mi intención ofenderte-Dijo tras un momento de silencio.

La peliblanco alzo la mano sana para hacerle callar.

-Nunca me has ofendido. No eres tu quien debería disculparse

El sátiro recuperó su sonrisa. La cogió en brazos y la sentó en el sillón de mimbre de modo que pudiese ver el gran ventanal, la mirada de la ingeniera se quedó fija en las montañas. Marsias se asomó al ventanal.

-Dicen que cuando los Sidhes vivían en ellas desde aquí podía verse la torre de TocaEstrellas brillando como si fuera de plata.

-Ese desdichado de Gelión pudo hacer bien poca cosa para defenderse.

-No te tenía a ti-Le contestó el sátiro poniéndole la mano sobre el hombro.

-¿A mi? Estoy viva de milagro ¿Qué he conseguido?¿Que un puñado de goblin se diviertan a mi costa? Todo está peor que al principio. Mis errores son peores que los de Gelión, él a menos mantuvo vivos a los suyos.


-Fuiste a por la hija de Manx y lo lograsteis, la pooka está aquí, sana y salva. Mañana la traeré para que la veas.

-Pensé que estaría con su hermano- Dijo Nicasia mirando a su compañero con suspicacia

A Marsias la contestación de la peliblanco lo pilló con la guardia baja.

-La pequeña estaba enferma, no era buena idea que Dujal se la llevara-El sátiro no fue lo bastante rápido con la respuesta y a la ingeniera ese momento de duda no se le pasó por alto.
“Me oculta algo” al pensarlo Nicasia volvió a enfadarse. El sátiro la sobreprotegía y por muy buenas que fueran sus intenciones aquel comportamiento la hacía sentirse como una inútil. Estaba demasiado acostumbrada a llevar las riendas de cualquier situación para sentirse cómoda en el papel de victima. Volvió los ojos al paisaje con un resoplido de desaprobación y se refugió de nuevo en el silencio. “Vale, juega a los secretitos mientras puedas”. Pensó resentida.

Un par de horas después de que Marsias le trajese la silla de mimbre, Nicasia tuvo otra visita totalmente inesperada. Aun estaba sentada, a petición suya le habían traído un par de libros, por desgracia la biblioteca de Fuegovivo solo disponía de tratados de medicina. En ese aspecto era famosa en todo en el reino pero si buscabas temas más lúdicos resultaba decepcionante. Tuvo que conformarse con un tomo de recetas de cocina que abandonó de inmediato cuando se descubrió pensando con nostalgia en los estupendos guisos de Costurita y un grueso ensayo sobre La Guerra de la Reina Durmiente. Este tampoco le causó ningún tipo de entusiasmo, leer la versión de algo de lo que había sido testigo directo consiguió arrancarle un par sonrisas sarcásticas. Con la excusa de ser objetivo la versión que el autor daba de los hechos era, en mejor de los casos, edulcorada y en los momentos más criticos, simplemente mentirosa. Hablando del sitio de la Corte,el texto lamentaba los muertos que la resistencia de la ciudad había causado, pero las describía como muertes heroicas, eso la hizo cerrar el libro. No veía que tenían de heroicos los niños que murieron de hambre aquel largísimo invierno, ni los llantos desesperados de sus madres. Recordaba las hogueras donde quemaban los cuerpos de los caían día a día vencidos por la debilidad y las enfermedades. Piras que alimentaban con los propios cadáveres porque no podía la madera escaseaba y no podía desperdiciarse para hacer fuego. Recordaba el olor, que te hacia sentir ferozmente hambriento y recordaba como muchos se acercaban al calor de las llamas a falta de algo mejor con que calentarse. Para que los muertos tuviesen al menos derecho a que recordasen sus nombres los escriban en las paredes de la muralla. Largas hileras de nombres que crecían continuamente. “He soportado mucho para que ahora venga ese idiota a pensar que no seré capaz de aguantar algo más”. Al leve crujido de la puerta la sacó de su frustración, pensó que sería Marsias de nuevo o tal vez alguien que traía la cena. La puerta se quedó entreabierta, pero la cama se interponía y no podía ver que estaba pasando. Nicasia trató de mover la silla empujando las ruedas, pero era demasiado pesada, hubiese sido difícil hasta sin estar herida. Trató de darle un empujón mágico para al menos lograr girarla, algo sencillo de no haber estado tan débil, pero en aquellos momentos no era capaz de concentrarse en la magia, se le escapaba como si tratarse de atrapar una mariposa con las manos atadas a la espalda. Nicasia aguzó el oído, tenía la sensación de que alguien la observaba desde la puerta, casi le parecía escucharlo contener la respiración y una escalofrío involuntario le recorrió la espalda.

-No haces falta que te escondas, puedes entrar-Lo dijo en un tono claro y amigable mientras aferraba el pesado libro de historia

Está vez escuchó claramente un murmullo, alguien atropellaba susurros asustados tras la puerta, era prácticamente imposible entender los que decían pero reconocío claramente el agudo timbre infantil.

-Entra de una vez o le diré a tu padre que me has estado espiando-Esta vez usó un tono algo mas autoritario.

Unos pasos precipitados siguieron a la frase y una carita conocida no tardo en aparecer tras el poste de la cama. El pequeño Marsias la miraba con los ojos abiertos de par en par, debatiendose entre la curiosidad y el miedo tras él una niña más pequeña con el pelo castaño peinado en dos desastrosas trenzas también la contemplaba con unos descarados ojos felinos de color oro. Era imposible que el fauno supiese quien era. Él había conocido a Nicasia, con su mascara de espejismo. La criatura del sillón de mimbre era mas parecida a un goblin albino, con sus orejas largas y los ojos azules flotando en un fondo de carbón brillante.

-¿Decepcionados?-Les hizo un gesto con la mano para se que se acercaran y los niños obedecieron hipnotizados. Marsias hijo parecía mucho mas reticente, pero la gatilla se acercó mas decidida con la naricilla alzada olisqueando prudentemente y las orejas tricolor agachadas. La ingeniera sonrió al verla, no podía negar que era hija de Manx, iba descalza, tenía el pelo lleno de hojitas secas y la ropa en un estado lamentable. Podía imaginársela perfectamente vagabundeando por los jardines de Fuegovivo. Al menos ella estaba viva, algo bueno salía de tanto sufrimiento.

-¿Los goblin no son verdes?-Preguntó Marsias algo extrañado

-No soy un goblin-Contestó ella

El satirillo hizo un mohín de decepcionado y se atrevió a salir de detrás del poste.

-¿Entonces que eres?

-¿No lo sabes?-Nicasia le regaló al niño una sonrisa de sierra, llena de dientecillos afilados- Tú me conoces.

El patacabra puso cara de asombro y la miró de arriba abajo, pero tras un rato de observación silenciosa, sacudió la cabeza negando con mucha energía.

-Yo no te conozco de nada, solo vine porque escuché a las driades decir que había goblins en el santuario y cuando le pregunté papá por ellos me dijo que no podía verlos.

-Y lo desobedeciste.

El sátiro bajo los ojos en un gesto culpable.

-Últimamente no me deja hacer nada, y además nunca puede estar conmigo- Refunfuñó- Antes me contaba cosa por las noches, ahora siempre ocupado o triste.

La pooka que hasta entonces había estado muy ocupada jugando con la borla que adornaba el tirador de la cortina, estiró las orejas y se quedo inmóvil mirando hacía la puerta, tras un instante de sobresalto se transformó en un diminuto gato tricolor y a toda velocidad se metió las sabanas de la cama. Nicasia escuchó pasos en el pasillo.

-Viene alguien. ¡Rápido, que no te vean ¡! métete bajo la cama!

El sátiro no tardo ni un segundo en obedecer, sus patas apenas acababan de desaparecer bajo la colcha cuando un joven boggan, un muchacho pelirrojo y rollizo, entró con la bandeja de la cena. Nicasia no lo había visto nunca, suponía que el santuario habría mas hadas a parte de sátiros y dríades pero hasta entonces no había podido confirmarlo. Normalmente era Marsias padre quien se encargaba de traer las comidas así tenía una excusa para escapar de sus obligaciones como rector para pasar un rato juntos. El boggan trataba de comportarse con naturalidad pero no podía evitar mirarla demasiado fijamente, la ingeniera le sostuvo la mirada con idéntico descaro.

-¿Dónde está Marsias?-Preguntó molesta

-No podrá venir, creo que ha surgido algo urgente. ¿Dónde dejó la bandeja?

La peliblanco señaló una mesita baja.

-Debe ser muy importante, es la primera vez que me falla a una cita.

-No me han dicho cual era el motivo, señora, simplemente que no podía venir.

-Claro que no te han contado nada, no vaya a ser que te vayas de la lengua y me entere de algo ¿no?

El boggan se estiró muy envaradamente y se volvió hacia ella

-Por supuesto, es usted una goblin y por lo tanto una enemiga del santuario.

La peliblanco contó hasta veinte en silencio antes de contestar. Sabía que sin sus espirales y con su aspecto real al descubierto tenia mucho mas de duende que de nocker, pero su aspecto no decía lo que era, su corazón siempre había pertenecido al gremio de constructores. Aunque entendía la conveniencia de que nadie la reconociese, que la confundiesen no le gustaba. Pese a todo no quería estropear su tapadera y eso la obligó ser prudente en su respuesta.

-Quítate de mi vista-Contestó en tono glacial.

-¿No necesita ayuda?-Preguntó sin inmutarse.

-No de ti.

El boggan observó de reojo la bandeja, era evidente que con una sola mano le resultaría muy difícil comer pero al contemplar la expresión abiertamente hostil con la que lo miraba la ingeniera decidió no insistir, aunque no soltase palabra aquel ceño fruncido era de sobra elocuente. El hada se dio la vuelta y se retiró a paso ligero. Marsias asomo la cabeza en cuanto sintió la puerta cerrarse, la gatita mas prudente, no se dejó ver.

-¿Se ha ido ya? Creo que me voy a ir, casi nos pillan-Dijo el sátiro mirando aprensivamente hacía la puerta

-No vendrá nadie en un rato, creo que tu padre se ha olvidado de los dos.

El crío trató de disimular un puchero

-La culpa es de ese elfo vestido de chatarra, no hace mas que entrar y salir. Siempre que viene papá se pone triste o nervioso.

Nicasia dio un respingo en su silla

-¿Un elfo con el peno canoso y una armadura muy vieja?¿Alto y delgado?

-Si, ese. Me cae mal.

-Sir Edward es un buen tipo, ya verás como te cae bien cuando lo conozcas mejor.

-No se llama así tiene un nombre raro, mas complicado-Marsias cerró los ojos rebuscando el nombre en su memoria.

-Caldemeyn-Dijo la ingeniera.

-¡Ese!-Respondió el niño entusiasmado-¿Cómo lo sabes?

-Ya te he dicho que conozco muchas cosas y que te conozco a ti, Marsias.

El sátiro abrió la boca casi tanto como los ojos y se quedó clavado en el suelo hasta que pudo salir de su asombro.

-¿Cómo sabes mi nombre?¿Te lo ha dicho mi papá?

-Ya te he dicho que te conozco. Si no me crees es tu problema.

-Eso es imposible, me estás engañando, seguro que te lo ha dicho él.

Nicasia fingió tener un repentino interés en el trozo de cielo nocturno, pero dejó ver una amplia e intrigante sonrisa.

-Puedes preguntarle a tu padre…

-¡No puedo decirle que he estado contigo¡!Haces trampa¡-Resopló el satirillo indignado.

-…o puedes volver mañana. Podría contarte muchas cosas de tu padre.

Marsias meditó un segundo, la idea parecía interesarle pero los riesgos aun pesaban más que la tentación, para convencerlo habría que inclinar la balanza.

-¿Sabias que estuvo en la guerra?

-¿Es tan viejo?-Preguntó extrañado.

Nicasia soltó una carcajada, la primera risa que le salía del corazón desde hacía mucho tiempo, se sintió agradecida por aquel momento y quiso que los niños no tuviesen que irse. En cambio al pequeño patacabra aquello le sonó a burla.

-Me voy-Dijo dando una patada en el suelo.

-Creo que tu amiga aun quiere quedarse un poco más-Le dijo Nicasia señalando a la bandeja de comida.

La pooka la había tirado, el en suelo mezclaban crema de calabaza y compota de fruta, aunque eso no parecía molestar a la gatita que lamía las dos cosas con una dedicación absoluta.

-¡Oh no¡!Cymric no puedes hacer eso¡-Dijo tirando de la cola a su amiga. La gata se revolvió, bufó ferozmente y continuó con su tarea. Marsias parecía avergonzado-Tienes que perdonarla, la han traído de algún sitio y creo que ha pasado mucha hambre, siempre está robando comida. Aunque también sé que guarda un poco para el monstruo del jardín. Pasan mucho rato juntos.

-¿El monstruo del jardín? No he visto los jardines de Fuegovivo pero no lo imagino un lugar para monstruos.

El sátiro se acercó a ella y hablo muy bajito.

-Nadie sabe que está aquí, pero se esconde en el bosque de los árboles de fuego porque le gusta el calor y solo se junta con Cymric.

-¿Tu lo has visto?

Marsias miró por encima de su hombro como si temiese que el monstruo apareciese de un momento a otro.

-Una vez, pero me miró y salí corriendo.

Era una información interesante, en un rato con Marsias había averiguado mas cosas que toda su estancia. Patrick debía estar refugiado al calor de los árboles. Debía tener un motivo muy poderos para ese comportamiento porque no era amigo del frío y lo normal era por esas fechas ya estuviese hibernando. “¿Será por la niña?” se pregunto mirando a como la gatita se afanaba en limpiar el suelo Al parecer Marsias padre no había mentido en ese punto, Patrick los había traído al santuario, el Ancestral de seguro podría contarle todo lo que ansiaba saber. Solo necesitaba llegar hasta él. No era buena idea darle el recado a los niños, ni siquiera sabía si realmente estaban hablando del muchacho serpiente o solo era un pasatiempo infantil, además no podía confiar en su discreción. Necesitaba un plan y desde luego y por muy variados motivos deseaba mas visitas de los crios.

-¿No te molesta que se coma tu cena?-Preguntó el sátiro preocupado.

-No está demasiado buena y además estoy harta de papillas.

-Me voy a ir, se hace tarde y a lo mejor nos están buscando.

-¿Volverás?-Preguntó con ansia.

-Creo que no debería-Contestó Marsias con un tono de alarma que hacía que su voz se volviese chillona.

-Hagamos una cosa, te he dicho que me conoces ¿verdad? Pregúntale al rey de los goblin por mí.

El niño se quedo inmóvil y contempló a la ingeniera como si la mirase por primera vez.

-¿Nicasia?

La ingeniera asintió y antes de que pudiese darse cuenta el sátiro había saltado a sus brazos con el llanto desquiciado de los críos corriéndole por las mejillas y por la nariz.

-¿Dónde has estado? ¿Por que me dejaste solo? Mesalina no quería que hablase de ti.

La ingeniera lo abrazó como pudo, el niño le aplastaba el brazo herido y la piel de la espalda le tiró como si se le hubiese quedado repentinamente pequeña y amenazase con rasgarse, pero era un dolor que merecía la pena. El abrazo apaciguó al pequeño que el estampó un beso en la mejilla tan sonoro como húmedo.

-¡No me habían dicho que estabas aquí¡¿Qué te ha pasado?¿Quien te ha hecho daño?¿Te duele?-El niño detuvo la avalancha de preguntas en seco y la miró a los ojos-Has cambiado.

-Solo un poco. Pero no en lo importante. Escuchame, no le digas a nadie que me has visto, a nadie, sobre todo a tu padre. Será nuestro secreto ¿vale? Y ven mañana a la misma ahora.

-¿Me vas a contar cosas?¿Te podré preguntar?

-Podrás preguntar lo que quieres siempre que lo mantengas en secreto. ¿Tu amiga se chivará?

-¿Cymric? Es muy pequeña, aun no sabe hablar bien y solo le interesa comer, dormir y salir al jardín a enterrar su caca- Esto último lo dijo con una mueca de asco.

-Entonces ven mañana.

-Pensé que eras como el resto de los mayores y te habías olvidado de mi-Le dijo antes de marcharse.

-No te engañes soy como el resto de ellos, nadie se ha olvidado de ti.

Marsias sonrió antes de desaparecer tras la puerta seguida de cerca por la gata.

Los niños cumplieron su palabra y aparecieron al día siguiente, Nicasia había pasado toda la mañana en un estado de expectación difícil de soportar, que se intensifico de tal manera al caer la tarde que le hicieron imposible jugar una partida de ajedrez con Marsias padre, en dos ocasiones movió las piezas negras a pesar de que ella jugaba con las blancas, además las largas pausas que el sátiro se tomaba para pensar sus jugadas se le antojaban interminables. Como el día anterior Marsias y Cymric llegaron al anochecer, el niño acordándose de que la otra noche Nicasia se había quedado sin cena traía un regalo de disculpa; había pasado por la cocina y había cogido dos trozos de tarta de crema. El detalle no podía mas acertado, la ingeniera era golosa por naturaleza y llevaba mucho tiempo añorando uno de esos pequeños placeres. Para agrandar el botín también había traído un buen puñado de moras. En los jardines de Fuegovivo los árboles siempre estaban cargados de fruta, la leyenda contaba que era una de las bendiciones del Dios de los Fuegos del Corazón había dado a los satiros de Fuegovivo pero la ingeniera era demasiado pragmática para creérselo, así que suponía que algo en la naturaleza de los árboles de fuego hacía que los otros estuviesen siempre cargados con una continua cosecha. Fuese lo que fuese las moras estaban deliciosas y tan jugosas que casi explotaban en la boca. Los tres compartieron aquel pequeño festín, la complicidad de la travesura mejoraba aun más su sabor. Fiel a su promesa Nicasia le habló a Marsias de las hazañas de su padre en la guerra, al principio al pequeño parecía costarle creerse lo que estaba escuchando pero se convencía de inmediato cuando lo peliblanco le leía algún párrafo del libro en el que se mencionase a su padre, aquel grueso volumen, lleno de palabras que el niño apenas entendía bastaba para se convenciese por completo. Entonces el sátiro hinchaba el pecho lleno de orgullo y miraba a la gatita complacido. Cymric por su parte parecía mucho mas interesada en destrozar las cortinas que en escuchar cualquier historia.

-Los dos podéis estar orgullosos, vuestros padres fueron muy importantes para ganar la guerra.

-¿Ella también?_Pregunto Marsias señalando a Cymric.

Nicasia miró a la gatita, al verla sentía una extraña mezcla de sentimientos. Le recodaba muchísimo a su madre, tenía la misma cara redondita y la misma de manera de apretar los labios cuando se concentraba en hacer algo, pero sobre todo tenia los mismos ojos dorados e intensos que lo miraban como si quisieran devorar el mundo. Manx nunca cerraba los ojos para besarla, los mantenía muy abiertos. “Quiero recordarlo todo” solía decir a menudo. Ni la muerte fue capaz de cerrárselos.

Durante un par de día la peliblanco siguió recibiendo sus visitas clandestinas, eran una bendición, le mejoraban el humor y le hacían las jornadas más aceptables, eso sin contar que siempre traían alguna delicia del jardín o de la cocina. Además al menos Marsias hijo le contaba que pasaba fuera de la habitación, aunque fuese poca cosa las novedades siempre eran de agradecer en comparación con el total desconocimiento en el que había estado hasta entonces. Además ella confiaba que tarde o temprano aquellas visitas darían algún fruto y así fue, una de las noches Marsias le dio la clave para contactar con Patrick. Ese día había llovido con fuerza y los niños no habían podido salir fuera, así que algunas dríadas los llevaron a un largo corredor desde donde podía verse el jardín, porque pensaban que Cymric, a la que lluvia había puesto más intratable de lo normal, quería estar cerca de los árboles de fuego.

-Pero Cymric no quería ver los árboles, quería ver su amigo y yo he tenido miedo toda la mañana-Confesó Marsias avergonzado.

Nicasia sonrió y cambió el tema a uno que preocupara menos al sátiro, mas tarde cuando Marsias padre apareció con la cena fingió estar deprimida y desganada. Le contó que si no la mataban las heridas lo haría el aburrimiento y le solicitó un paseo por el santuario con la silla, ya estaba lo bastante fuerte como para aguantarlo. El patacabra se negó en principio, pero cuando la ingeniera le propuso al menos que la llevase a ver el jardín, que era famoso en toda la Corte y que ella no conocía, el sátiro le prometió que al día siguiente la dejaría pasar un rato en la galería del jardín.
Como no podía ser de otro modo Marsias cumplió su palabra, a la mañana siguiente la ayudo a sentarse en la silla y la empujó hasta una larga galería abovedada. Era un pasillo ancho, el techo curvado estaba cubierto por un mosaico de cristales de colores sostenidos por nervios de madera que semejaban las raíces de algún árbol fantástico. La pared exterior también estaba acristalada y daba a los jardines, que no eran mas que un trozo de bosque muy poco domesticado, largas enredaderas creían sobre el techo en una feroz competencia con la ramas de los árboles más cercanos, algunas tan gruesas como el brazo de un troll. Era un rincón tranquilo y silencioso que comunicaba directamente con el gran recibidor de la entrada. Seguramente debía ser un maravilloso en primavera, con la luz entraando con fuerza entre el verde y el brillo del cristal. Presidiendo la entrada había una espectacular fuente cascada. Nicasia como cualquier nocker la conocía muy bien, fue un regalo de la Corte al suntuario por su labor durante la plaga de la lengua azul, que atacó la desvalida ciudad poco después de la guerra y que hubiese sido catastrófica sin los sanadores. El gremío de constructores la fabricó con todo su esmero para que trajese el agua de unos de los manantiales del bosque al interior del edificio. El rumor del agua debía crear una atmósfera perfecta en aquel corredor, pero en aquel momento estaba seca.

-Algo se estropeó- Le dijo Marsias cuando pasaron por delante-y no han sido capaz de arreglarlo. Y eso que llamabas a varios de los mejores talleres del reino.

-Pero no a mi…-Observó la ingeniera.

-Me temo que no podemos pagar tus honorarios.

-Eso era antes. Un día vendré a haceros una desinteresada visita.

Marsias dejó a Nicasia en el corredor, tenía que marcharse a dar una de las clases de la mañana pero esta vez le dejó un fascinante tratado sobre cultivo de plantas medicinales en climas de alta montaña. La ingeniera tuvo que contener sus ganas de prenderle fuego. A fin de cuentas no había ido allí a leer a la sombra de la floresta. La peliblanco estuvo observando el exterior, nunca antes había visto los legendarios árboles de fuego y la verdad era que resultaban impresionantes. Tenían las hojas anchas y de cinco puntas, como manos sanguinolentas que se agitaban incluso cuando no soplaba el viento igual que las llamas de una hoguera. Sus tronco anchos y lisos eran de un color casi ambarino, destacaban sobre el verde profundo del resto del jardín y casi podía sentirse su calor. Aquellas criaturas centenarias que habían estado a punto de desaparecer durante la guerra tenían, entre sus muchas virtudes, misteriosas cualidades curativas. Bastaba verlos alzarse en la quietud de su danza silenciosa para comprender que estabas en presencia de algo tan antiguo y sagrado como la propia vida.

En mitad de aquella estampa, totalmente inmóvil había una figura sentada sobre la hierba, en mitad de una mancha de sol. Había que estar muy atenta para verla, Nicasia vio primero a la gatita que dormitaba despreocupadamente y tardó un momento para darse cuanta que estaba hecha un ovillo sobre un regazo. La figura del chico serpiente se camuflaba entre las plantas de un modo tan mimético que solo la traicionaba un poco el lento movimiento de su respiración. El muchacho había oscurecido incluso el color de su escaso cabello. La ingeniero los contempló maravillada, que el Ancestral aceptase sin problema a la pequeña pooka era del todo extraordinario, hasta donde ella alcanzaba a conocerlo, Patrick no había desarrollado nunca lazos de cariño con nadie y no pudo evitar una sacudido de pánico, quizás Cymric no estuviese a salvo. El ancestral pareció adivinar que lo estaban mirando, porque abrió los ojos y sus pupilas rasgadas, dos finos cortes negros sobre un amarillo imposible, miraron fijamente a Nicasia. Sonrió y tras apartar a la pooka se puso de pie y caminó hacia el cristal.
La ingeniera se estremeció, al Ancestral le faltaba el brazo derecho, cercenado por encima del codo. No podía imaginar que había sido necesario para ocasionarle esa herida al chico serpiente y de repente no estaba segura de querer averiguarlo.