lunes, 31 de enero de 2011

La noche de las murallas

Os dejo un pequeño inciso, un salto atrás calmar a algunas que me habéis pedido saber un poco más sobre Manx

-¡Viva la capitana¡!Larga vida a la defensora de las murallas¡

El grito lo inició alguien entre las tropas apiñadas junto a las puertas de la muralla y al momento lo coreaban todas las gargantas reunidas en la plaza. Nicasia respondió con un saludo desganado y una sonrisa forzada, para la muchedumbre fue bastante y no tardaron en ponerse a entonar cantos de victoria, la obligaron a repetir el saludo un par de veces más y luego se sumieron en el entusiasmo de la celebración. Para la ocasión habían encendido dos grandes hogueras en la explanada del mercado y Costurina había decidido abrir los últimos barriles de cerveza, no era gran cosa pero en la Corte hacía mucho que no había ningún motivo para fiestas. Un grupo de músicos improvisados tocaban entre las hogueras para que se pudiera bailar al calor de fuego, las canciones parecían escalar hasta el helado cielo nocturno, alrededor de las llamas los bailarines formaban extrañas parejas de baile con sus temblorosas sombras.
Marsias apuró su segunda jarra de cerveza, tuvo que alzarla un par de veces para participar en brindis que cada vez eran más absurdos, pese a que no había bastante cerveza como para que nadie se emborrachase, las hadas estaban borrachas de euforia y de música, se sentían invencibles. No les vendría mal después de tantas desgracias. En secreto agradecía que tuviesen una ocasión para sacudirse la miseria. El mismo estuvo bailando y cantando hasta que acabó por contagiarse del entusiasmo general. Buscó con la mirada a la peliblanco dispuesto a que ella fuese su única pareja el resto de la noche, Pero no estaba en la plaza, ni en las calles colindantes. No la buscó demasiado tiempo, en cuanto se alejo de la música y pudo volver a escuchar sus propios pensamientos comprendió que no la encontraría donde hubiese jaleo.

Nicasia observaba la fiesta sentada entre las almenas de la segunda muralla, desde allí podía contemplar todo lo que ocurría en la plaza manteniéndose en un discreto segundo plano. Marsias la descubrió dando un largo trago de una frasca que parecía contener algo más fuerte que la cerveza de Costurina. La bebida le encendía la cara y el rubor se mezclaba con los dibujos de sus mejillas. No parecía estar especialmente satisfecha, ni feliz. Más bien parecía sombría y contemplaba la celebración con una mezcla de ansiedad y tristeza. Marsias sabía que la peliblanco veía mucho mejor que él en la oscuridad, así que se ocultó en el recodo de una torre de guardia cercana. Le apetecía contemplarla un momento y tratar de entrar en aquella cabeza tan terriblemente hermética, había creído que empezaba a conocerla cuando estalló la guerra. Entonces el hada silenciosa y retraída que había sido hasta aquel momento dejó paso a alguien firme y decidido, con una claridad de ideas que llegaba a asustar. El ya le intuía una fuerza de voluntad fuera de la común y aun así la sorprendía aquel carácter férreo y poco dispuesto a dejarse intimidar, que había mantenido la Corte como un bastión inconquistable cuando el gobierno la abandonó dándola por perdida. Y aun así, pese a los éxitos estaba siempre en un estado de pasiva expectación que la mantenía aislada de todo. Parecía estar esperando algo que no llegaba a ocurrir jamás.
El sátiro contempló como le daba un par de sorbos callados a su botella y se quedaba inmóvil, con los ojos clavados en la plaza, después se sentó soltando un par de palabrotas muy sonoras. Se frotó la pantorilla de la pierna tullida, aflojó un poco las correas de su aparato y giro un par de tornillos. No pareció que aquella maniobra la aliviase demasiado. Siguió bebiendo en silencio y maldiciendo en su lengua natal, el patacabra no se dio cuenta de que era lo que miraba Nicasia con tanta atención hasta que la escuchó silbar y marcar el ritmo de la música con el pierna sana: miraba a los bailarines, no con ansiedad sino con envidia. Una oleada de compasión encogió el corazón de Marsias y lo hizo salir de su escondite. Se adelantó un par de pasos.

-¿Qué carajo haces aquí?-Preguntó la nocker con voz pastosa.

-Necesitaba despejarme. Demasiado jaleo aquí abajo. Creo que los dos hemos tenido la misma idea.

Nicasia le alargo la botella sin mayores ceremonias, el patacabrá la aceptó y dio un largo trago, era un licor que no conocía con un sabor endiabladamente fuerte. Le costó tragárselo

-¿Qué es esto?-Preguntó horrorizado

-Ginebra de TocaEstrellas-Contestó ella reclamando la botella con un gesto.

-¿Licor goblin? ¿Cómo has conseguido esto?

-Lo destilo yo. Pásame la botella.

-Creo que has bebido demasiado-Le respondió negando con la cabeza

-Yo también lo creo, pero esta noche todos tenemos derecho a divertirnos.

El sátiro dejó la botella en el suelo y se sentó junto a la peliblanco, esta le apoyó la cabeza en el hombro con un gesto torpe, de marioneta sin hilos. Le hubiese gustado pasar el brazo por los hombros de ella y acercarla aun más a su lado. Podría haberle susurrado algo al oído que le hubiese hecho sonreír de verdad. No hizo nada de eso.

-No veo que te diviertas.

-No tengo motivos.

-¿Cómo que no?-Marsias exageró el tono de asombro de sus palabras- Esta semana hemos repelido a los sidhe dos veces y anoche retiraron el campamento. Casi los hemos vencido.

-Sois unos rematados gilipollas si de verdad os creéis eso. Los ataques solo han sido pruebas para medir nuestras fuerzas, no han atacado con todas sus tropas ni una sola vez. La próxima vez que vengan, vendrán en serio y estaremos jodidos…

Nicasia se puso en pie manteniendo el equilibrio de puro milagro, su cuerpo se balanceó peligrosamente al borde de la muralla. Se apoyó en una de las almenas y señaló las posiciones enemigas con una mano que no era capaz de mantenerse firme.

-Se han alejado, pero siguen en nuestra orilla del río, lo que han hecho es poner a salvo su campamento. Ya no podemos recoger agua. Tendremos que apañarnos con los pozos

-Tenemos muchos. No será problema.

-Espera que empiece a nevar y se hielen. Vas a tener que rascar el agua de los tejados y no necesito decirte lo poco saludable que es eso. No han abierto el sitio, el invierno se nos echa encima y vamos cortos de todo…de víveres, de medicinas, de armas, de leña…en cuanto estemos faltos de gente nos habrán dado por culo a base de bien.

El sátiro intentó tragar saliva, eran cosas en las que no había pensado. Y eran aterradoramente lógicas, tanto que por fuerza tenían que ser ciertas. No estaban a un paso de la victoria como habían creído, más bien a un paso de la derrota. Dio un trago al aguardiente goblin, esta vez no le parecía tan fuerte.

-Debe haber algo que podamos hacer- Se giró hacía Nicasia esperando una respuesta salvadora

-Cuando el gobierno de la ciudad huyo caballerosamente y nos dejó a nuestra suerte se llevó todas las armas que podrían habernos sido útiles, ni de lejos somos bastantes para atacar el campamento. Solo nos queda una esperanza.

-¿En que piensas?

-Tenemos que pedir auxilio a FuegoVivo y después tratar de llegar hasta el ejército de la reina para que nos mande algo. Lo que sea.

Marsias negó con la cabeza, no veía muchos motivos para ser optimista.

-FuegoVivo es neutral, no combate y la única ayuda que presta a ambos bandos es la de curar a los heridos que lleguen a su puerta.

-¿Se van quedar a salvo tras su muros del bosque mientras nos masacran? Seguro que luego tienen la delicadeza de venir a enterrar los cadáveres. Les mandaré una nota para que no toquen el mío. Que se lo queden de recuerdo.

-Tienes que entenderlos, jamás han participado en ninguna guerra. Durante siglos se han mantenido en paz

-Eso es porque hasta ahora la guerra no ha llamado a sus puertas. Eso cambiará esta vez, ya lo verás.

-¿Tus esperanzas están en FuegoVivo?

-No, están con el ejército de su majestad, pero no sé como llegar hasta ellos. Han capturado a todos los mensajeros que he enviado. Necesito a alguien bueno.

-Envía a Manx. Ella podría llegar hasta la reina.

Era una buena idea, la gata era una excelente baza a la hora se atravesar las líneas enemigas. Iba y venía como una sombra, sus informes solían ser acertados al detalle y además sabía defenderse, era una misión peligrosa pero estaba hecha a su medida. Y luego estaba el otro motivo para enviarla a ella. Las miradas que a veces compartía con Nicasia, la complicidad que estaba naciendo entre las dos. Marsias envidiaba aquella cercanía. Observó como la peliblanco se tomaba un momento para meditar sus palabras y por un momento alimentó una tormenta de sentimientos encontrados

-Manx es nuestros ojos fuera de estos muros, solo ella es capaz de cruzar sus barreras y volver sin que la vean, la información que trae es demasiado valiosa y nos provee de medicinas. Si la envío a ella perderemos a nuestra mejor baza durante mucho tiempo y no puedo darles esa ventaja. Aunque quizás sea la única solución

-¿Entonces que harás?

-Estoy pensando en ir yo

-¿Estás loca? Sin ti no aguantaremos ni tres días, eres la única que puede poner orden aquí. Eres imprescindible. Además ¿Qué vas a hacer? ¿Echar a correr y esquivarlos a todos?

Nicasia apretó los labios y miró al sátiro con tanto odio que Marsias pensó que iba a pegarle, se había dado cuenta de lo desafortunado de sus palabras mientras las pronunciaba, recordó el modo en que observaba a los bailarines, la misma mirada envidiosa con la que seguía las acrobacias de Manx por los tejados.

-Lo siento…lo he dicho sin pensar.

Una sonrisa torció el rostro de la nocker y acabo por convertirse en una carcajada amarga.

-No, tienes razón. He dicho una estupidez.

-Si hubiese sido mejor medico tendrías la pierna bien.

-Si hubieses sido peor médico estaría muerta. No te sientas mal, no me mordiste tú.

-No me entiendes, mi abuelo siempre me insistía en que algún día me arrepentiría de no haber terminado mis estudios de medicina. Y tenía razón, ese viejo cabrón siempre tiene razón.

-¿Quieres dejarlo de una puta vez? ¡Ya te lo he dicho; yo no te culpo, no me debes disculpas ni nada parecido¡ Que mi cojera te haga lloriquear no me ayuda nada, ni a ti tampoco. Las cosas salieron como salieron y hablar de ello no lo cambiará.

-Pensé que echarías de menos algunas cosas.

Nicasia logro hacerse de nuevo con la botella y apuró un largo trago, eructo con fuerza y se limpió la boca con el dorso de la mano sin ningún remilgo. Después empezó a reírse, una risa descontrolada que la sacudía de pies a cabeza y que el sátiro jamás le había escuchado. Marsias cogió la botella y la lanzó por encima de la muralla.

-¡Eh¡-Exclamo la nocker-Eso era mío

-Ya está bien por esta noche, mañana tendrás una resaca horrible.

Demasiado borracha para seguir protestando apoyó la cabeza en el pecho del sátiro. Marsias sentía su aliento contra la piel, bajo la calidez de su respiración el corazón le golpeaba las costillas con fuerza de un puño.

-¿Crees que hecho de menos pegarme una carrerita de vez en cuando? Eres tan ingenuo. No, solo me gustaría no tener que atornillarme esta chatarra a la pierna cada mañana. Duele de cojones. Y poder subir una escalera de un tirón. A veces me apetece pegarle una patada en el culo a alguien…poco más.

-Cuando llegue mirabas a los que bailaban en la plaza. Pensé que te gustaría bailar.

-¿Bailar? Ni loca. Dejé de bailar mucho antes de llegar a la Corte. Lo odiaba.

El sátiro se atrevió a abrazarla, ella no trató de evitarlo ni de soltarse.

-Yo que pensaba pedirte un baile.

-Ni borracha, ahórrate el trabajo.

-Entonces tendré que pedirte otra cosa.

Nicasia bostezó

-Hummmm-Murmuró adormecida.

El satiró sujetó la barbilla de la peliblanco y le alzó la cabeza. No era una belleza, se había pasado con el aguardiente y estaba agotada. Aun así quería besarla,
quería repetir el beso que le había arrancado en el patio de su vieja casona cuando apenas se conocían. Acercó los labios y Nicasia escapó de sus brazos, escurridiza como un pez.

-No es buena idea-Dijo luchándose por ponerse en pie-No es el mejor momento.

Existían miles de frases para explicar porqué aquel era el momento idóneo, porqué podía ser justo entonces y no en otro momento. Marsias tenía todas las cosas que podría haber dicho flotando difusas en su mente, espejismos de palabras que no acababan de hilarse en un pensamiento coherente. Intuiciones que sentía con una certeza feroz pero que no podía nombrar. No dijo nada y Nicasia aprovechó el silencio para darle un par de palmaditas en el hombro a modo de despedida y bajar las escaleras de la muralla dando tumbos. En cuanto estuvo solo en las almenas supo con exactitud que debía decirle. Fue como despertar de un trance, de repente todo estaba perfectamente claro. Bajo las escaleras a la carrera y se lanzó tras ella. Las hadas se agolpaban en las calles, tuvo que atravesar la plaza y abrirse paso entre los coros de danza. Buscaba su cara en mitad de un mar de caras. No resultó tarea fácil por fin la vio al final de un callejón, caminaba despacio, tratando de disimular su estado. Manx le salió al paso como hacía siempre creando una falsa casualidad, saltó desde lo alto de una ventana y aterrizó ante la peliblanco que perdió el equilibrio y cayó de espaldas al suelo. Al ayudarla a levantarse la gata le regaló a Nicasia su mejor sonrisa y también una generosa visión de su escote.
Marsias sintió rabia, la gata sabía lo que sentía por la nocker, eran amigos. No debería comportarse así “Da igual lo que hagas” pensó mientras trataba de esquivar a un par de parejas que giraban enredadas en sus pasos de baile “No le gusta que nadie se acerque demasiado, no te dejará tocarla” Nicasia esquivaba cualquier tipo de intimidad física con una habilidad largamente practicada. Al sátiro le había costado mucho tiempo conseguir que aceptase sus muestras de cariño mejor intencionadas, por eso se quedó paralizado cuando Manx la agarró por la cintura y ella simplemente se dejó hacer. Consiguió avanzar unos pasos, ciego de rabia. Las dos intercambiaban frases y risas mientras se perdían en una calleja estrecha lejos de la multitud. El sátiro no sabía porque las seguía, no sabía que haría cuando las alcanzase, se sentía ridículo y aun así continuaba andando tras ellas. Veía a la pooka coquetear sin tapujos, la peliblanco bajaba la cabeza para ocultar sus sonrisas y apenas sabía donde mirar. “La estas incomodando” pensó el sátiro sintiendo una satisfacción cruel “Antes de que te des cuenta se habrá marchado”. Llego a la entrada de la calle. Manx dijo algo y después dejo escapar una carcajada sincera. Entonces Nicasia hizo lo que el sátiro jamás se hubiese imaginado, arrinconó a la gata contra la pared y la beso en los labios. Manx la atrajo contra su cuerpo y respondió con otro beso mientras Marsias sentía que se deshacía en el aire como si nunca hubiese existido. Se detuvo en seco, giró y se marchó sin volverse a mirar ni un momento.
Nada le parecía real, llegó hasta su casa casi sin darse cuenta. Se dejó en caer en cualquier lado y lloró hasta que se quedó primero sin lágrimas y después sin fuerzas. Fue un llanto lleno de vergüenza y resentimiento. Que estupido, las cosas habían pasado delante de sus narices y él no había sabido darse cuenta. Ahora comprendía cada mirada que Nicasia y Manx habían cruzado, cada sonrisa. Comprendía la enorme cantidad de veces que había hecho el ridículo y quiso desaparecer. El amanecer lo encontró deshecho. Cuando hubo escupido hasta el último gramo de dolor que le quedaba dentro supo cual era su única salida. Fue a su escritorio, cogió un pliega de su mejor pergamino y escribió.

No se podía salir de la Corte, al menos teóricamente. Todas las puertas estaban vigiladas por los sidhe desde el exterior, todas menos la que usaba Manx para sus incursiones. La rueda del viejo molino. El cauce del molino estaba seco desde que los sidhe habían cerrado la presa, y se había llenado de malas hierbas. Pero esto ofrecía una cobertura perfecta, el bosque estaba cerca y si llegaba hasta el escapar de los nobles era relativamente sencillo si eras rápido. Marsias se acercó a unos de los adormilados soldados del cambio de guardia, los encargados de vigilar aquella salida normalmente no se tomaban demasiado en serio sus funciones. Nunca nadie había tratado de escapar.
El sátiro le tendió el pergamino al soldado, un sluagh que intentaba mantener los ojos abiertos a toda costa

-Ordenes de Nicasia-Le dijo entregándole el pergamino

El sluagh leyó el contenido, Marsias sabía falsificar la letra de la peliblanco casi a la perfección y no esperaba que el soldado hubiese leído nada del puño y letra de la capitana.

-Este sello es azul ¿no se usa uno rojo?

El sátiro resopló

-Estamos sitiados, el rojo se termino hace una semana. Mira voy a buscar al ejército de su majestad. Es una misión vital y cuanto mas tarde salga peor para mi ¿Vas a molestar mucho tiempo?

-Tengo que consultarlo-Contestó inseguro.

El sluagh cogió un silbato que llevaba al cuello para llamar a sus compañeros pero no llegó a soplar. Marsias lo tumbó de un cabezazo. Se aseguro de no haberle hecho mas daño del necesario, la cornada de un sátiro podía matar a un hada sin demasiadas complicaciones. En este caso solo tendría un buen chichón.

Marsias se arrastró por la salida, sin duda era perfecta para el cuerpo esbelto de la pooka pero él era más corpulento y no fue fácil. Aun así logró salir. El sol empezaba a estar demasiado alto, desde el campamento sidhe llegaban los ruidos del ajetreo de la mañana. Lo verían casi seguro. No importaba, tenía que marcharse, tenía que alejarse de la Corte todo lo que fuese posible. Respiró hondo un par de veces, calculó la distancia que lo separaba del bosque y rezó porque el fuego de su corazón lo estuviese guiando correctamente. Después puso la mente en blanco y echó a correr