lunes, 16 de enero de 2012

Texto descartado

Texto descartado de "La Corte de los Espejos" y apenas corregido. Lo quité porque no me acababa de encajar, quizás demasiado exagerado. Pero bueno, creo que al menos sirve como anécdota.



Era una guerra sin cuartel, no se hacían prisioneros.
El asedio había durado casi un año, en ese tiempo no habían tenido ningún rehén lo bastante importante como para arriesgarse a retenerlo entre los muros de La Corte. Los heridos se pasaban a cuchillo o se dejaban a cargo de su propio ejercito, los lisiados eran una carga que los favorecía; Bocas que alimentar, manos que no podían sostener una espada. En dos únicas ocasiones lograron capturar a un par de capitanes de guardia, dos sidhe que seguramente tenían en su poder información valiosa. Entonces se habían usado las profundas carboneras del taller del Maestro Avispa, no eran celdas y no eran seguras. No hacía falta. Nicasia prefería que nadie escuchase los interrogatorios, sabía el efecto que tienen los gritos en el corazón y en el animo de la gente buena. Era una carga que prefería llevar sola. En ambas ocasiones se quedó a solas con los elfos. “Fui esclava de los goblins muchos años y conozco un par de trucos muy feos” les dijo a los dos y pudo observar el terror en los bellos rostros de los prisioneros, los sidhe conocían mejor que ninguna otra hada la crueldad y la barbarie de los métodos de tortura goblin. Lo que no sabían era que antes de entrar en la habitación Nicasia cerraba los ojos y suspiraba muy hondo, como si quisiese sacarse el alma del cuerpo y que entraba odiándose a si misma. A lo largo de muchas noches de terror se había jurado que ella nunca trataría así a sus semejantes y se preguntaba que era lo que podía empujar a nadie a ese grado de estudiada crueldad. Ahora lo sabía: la guerra convertía en monstruos a todos los que se prestaban a ella y en victimas al resto.
Por primera vez había hecho falta una celda, un rincón seguro a pruebas de fugas. Por supuesto habían encontrado el lugar adecuado en los sótanos de palacio. Un lugar frío, sin ventanas, que apestaba a humedad encerrada. Habitaciones pequeñas y oscuras. Allí la habían encerrado, lejos de la luz, de la brisa, del canto de los pájaros. Nicasia no quería ni pensarlo. No soportaba la idea. Al principio había sido fácil, acabar una guerra da casi tanto trabajo como empezarla y ella había apenas había tenido tiempo para dormir. Luego llegó la calma, para todos menos para su cabeza. Las fiestas se sucedían en las calles, una tras otra. La ciudad quería olvidar el horror y no dormía. Nicasia tampoco, se pasaba lo días encerrada en su habitación, enterrada en una rutina que consistía en beber y en dormir. La paz por la que tanto había luchado había dejado de importarle, sus pensamientos volvían una y otra vez a una celda en el sótano y a su ocupante. Pensaba ella con tanta entrega que llegaba a dolerle, a dolerle de verdad, a convertirse en malestar, en enfermedad.
La ingeniera no se había imaginado que el corazón podía llegar a pesar, se le había convertido en un peso amargo colgado entre las costillas. A veces miraba su arma, que reposaba sobre la mesa, la miraba con ansiedad porque le parecía una promesa de paz y ella, que en momentos peores se había aferrado a la vida con desesperación y había soportado lo insufrible para seguir respirando, en esos momentos repudiaba hasta su propia existencia. O eso le gustaba pensar. Lo cierto era que en lugar de coger la pistola agarraba la botella más cercana y se hundía en sus miserias. Habría querido llorar, intuía las lágrimas igual que se intuye un parto, le bordeaban los ojos, la incomodaban, la hacían sentirse agotada y enferma pero no salían. No era el momento. Perdió la noción del tiempo, del día y de la noche. Acababa de ganar una guerra y de perder otra. El mundo había dejado de interesarle, solo contaba la celda y las preguntas que encerraba.
No habría salido de su cuarto de no haberse quedado sin bebida, tal vez ni eso la hubiese sacado de su celda sino hubiese empezado a temblar, con tanta fuerza que temió que la carne se le descolgase de los huesos y luego las paredes empezaron a bailar, y se llenaron de manchas. La habitación se convirtió en un horno que la hacía sudar mares de hielo. Logró ponerse en pie tras muchas maniobras, vomitó algo repugnante mezclado con sangre. Cogió uno de sus trabucos y abrió la puerta. Era de noche, el pasillo del taller del Maestre Avispa estaba desierto y a la ingeniera le pareció que fuera helaba. Su primera idea había sido conseguir más botellas y encerrarse de nuevo para morirse de una maldita vez. Pero pensó que no quería dejar este mundo con tantas preguntas en la cabeza, no se lo merecía. Se deslizó por las alcantarillas y sin apenas pensar empezó a caminar. Sabía que no llegaría hasta las celdas de palacio, estaba bien protegidas. Al menos llegaría hasta uno de los patios sin cruzarse con nadie, le bastaba con eso.
El camino se le hizo lento y pesado. Ni una sola vez pensó en volverse. Cuando por fin no le quedó más remedio que salir al exterior la sorprendió una noche invernal y despejada, con la sonrisa de la luna colgada en el cielo helado. Una de esos momentos en los que te sientes capaz de reconciliarte con el mundo. Nicasia miró hacía arriba sin dejar de tiritar, que ridículo que la vida tuviese tanto que ofrecer y ella estuviese empeñada en conseguir lo que no podía tener. Que estúpido sufrir por lo imposible y sin embargo la voz de la razón no era capaz de matar su agonía.
-¡Quien va¡-el tono marcial apenas la hizo estremecer. Conocía al dueño de la voz y no lo respetaba.
-Dama Nicasia- dijo ella descolgándose el arma del hombro.
-¿Capitana?- Aglanor no ocultó su desconcierto y ella no se ofendió, imaginaba el aspecto que tenía.
-Vengo a hablar con la prisionera.
-¿Qué prisione…-Cayó en la cuenta rápidamente y endureció el tono-Imposible capitana, la reina ha prohibido cualquier contacto.
Nicasia alzó el trabuco con el dedo en el gatillo. Los soldados que acompañaban al capitán de guardia se encogieron sin pretenderlo.
-Es mi prisionera, fui yo y no su majestad quien la encerró donde está. Llévame hasta ella antes de que esto sea una carnicería.
Los soldados había sacados sus ballestas, tenía cinco armas apuntándole al pecho.
-No puede hacer nada contra todos-Repuso Aglanor.
-¿Vuestros juguetes contra mi trasto?- Tensó una sonrisa despectiva-Vosotros moriréis antes que yo. Sabéis quien soy, sabéis de lo que soy capaz. Llévame a ver a la prisionera y no conviertas esto en un concurso de ver quien mea más lejos. Te ganaría sin quitarme los pantalones.
-Tengo ordenes.
-Y yo tengo un arma y estoy muy borracha. Esto va a ser una carnicería.
Aglanor miró la ingeniera, no quería ceder, era obvio que estaba muy feliz con su recién estrenado papel de capitán de guardia y el peor de los comienzos era dejando que socavasen su autoridad delante sus soldados. También sabía que ella estaba lo bastante loca como para cumplir su amenaza, no sentía cariño por los elfos y no respetaba una cadena de mando a la que no pertenecía. Era una de esas situaciones que todo militar odiaba, perdería tomase la decisión que tomase.
-Esta bien-capituló el elfo-Es tu prisionera. Pero no tendrás demasiado tiempo.
Nicasia no soltó en trabuco, ni dio ninguna muestra de satisfacción.
-Abre la comitiva y deja aquí a tus amigos.
Para la ingeniera las escaleras siempre eran una tortura, no podía doblar la rodilla y debía hacerlo adelantando la pierna lisiada escalón a escalón , era un método lento y la hacía sentirse ridícula incluso cuando estaba sobria y no se tambaleaba. El descenso hasta los calabozos fue interminable, al terminar descubrió que ya no era la falta de alcohol lo que la hacía temblar, que estaba ardiendo de pies a cabeza. Aglanor la condujo hasta un largo pasillo solitario y hablo con los carceleros, dos gigantescos trolls de las montañas azules que no tenían el aire siniestro que se le supone a la profesión y que se limitaron a mirarlos con aburrimiento. Ellos cumplían ordenes y sí un pez gordo quería pasar , no serían ellos los que se opusiesen. El elfo pidió las llaves de la puerta del pasillo y la abrió, un largo corredor apareció ante la ingeniera.
-Date prisa- gruñó
-Quiero verla, tendrás que abrir la celda.
-De ningún modo. Ya puedes volarme la cabeza, no seré responsable de su fuga.
-Cada celda tiene dos puertas, la reja y la puerta. Deja los barrotes, pero la puerta ábrela. Quiero verla.
-¿Por qué debería hacerlo?
Nicasia se acercó al sidhe y lo miró a los ojos.
-¡Porque me lo he ganado¡!Porque yo he sido más fiel a esta ciudad y a su reina de lo que ningún elfo lo será jamás¡ ¡Y ahora quiero me lo pague¡
-Y nosotros pensando que tu entrega era desinteresada.
-No me conoces.
El elfo aceptó a regañadientes. Abrió la puerta.
-No estaré muy lejos-advirtió
Nicasia no contestó, tenía la mirada fija en el interior de la celda.
Manx estaba de pie, dándole la espalda. Aun llevaba la misma ropa que el día que la apresaron, las prendas se habían apelmazado y adquirido un color imposible. El frío mitigaba el olor y aun así era insoportable. Podía adivinarse la recién adquirida delgadez del cuerpo de la phoka bajo sus harapos. La ingeniera sintió una punzada de dolor que la dejó sin palabras. Ahora que estaba donde quería no sabía que decir.
-Pensé que no me visitarías nunca- La voz de Manx delató el largo silencio que había sufrido.
-No sé ni a que vengo- confesó Nicasia
-A tranquilizar la conciencia.
-No, hice lo que tenía que hacer. Me obligaste a elegir.
-Si, pensé que me elegirías a mi. Habías dicho que me amabas.
-Nadie ama tanto. ¿La ciudad o tú?¿En serio estabas dispuesta a semejante monstruosidad para salvarme solo a mi?
-Así es el amor.
-No, eso es no es amor. El amor no te obliga a elegir.
Manx se giró, el encierro la había convertido en una sombra patética en lo que lo único que recordaba lo había sido era la fuerza de sus ojos dorados
-Lo es, el amor se demuestra cuando estás dispuesta a sacrificar cualquier cosa. Yo estaba dispuesta a perderlo todo menos a ti. Y tú no has podido renunciar a nada. Nunca me has querido.
Nicasia recibió la respuesta como una bofetada.
-Estas loca. Estas loca y me he dejado arrastrar por tu basura. Me has hecho débil, nunca antes me había sentido así. ¡Yo era fuerte hasta que te conocí¡
-Estoy segura de que no pensabas eso mientras me quitabas la ropa. ¿Te sentías débil entonces?
-Entonces no pensaba, ahí estaba mi error. Nada que te haga sentir así puede ser bueno.
-Fuiste feliz, no puedes negar que por primera vez fuiste realmente feliz.
-Esa felicidad no compensa lo que me haces sufrir. Solo quiero volver a ser yo.
-Pensarías de otro modo si te besase una sola vez.
La ingeniera negó con la cabeza.
-No quiero volverte a ver. Nunca más.
-¿Por eso has firmado mi sentencia de muerte?-Preguntó la gata
-¿Qué?-Nicasia
-Me han condenado a la horca, mañana por la noche.
-No…
No sabía nada, necesito un momento para poder asimilar la noticia. Eso se había urdido a sus espaldas, mientras ella estaba demasiado ocupada tratando de perder la memoria.
-No, no lo permitiré. No los dejaré, mataré a cualquiera que te ponga una mano encima.
-Aun me amas.
-Muy a pesar mio-confesó
La gata se aproximó a la reja y saco los brazos, Nicasia besó la phoka, larga y desesperadamente. Comprendía hasta que punto la condenaba a la miseria aquel beso, el daño y el alivio que le concedía. Por fin pudo llorar.