martes, 29 de mayo de 2012

Falsas cuestiones de género


De vez en cuando voy a jornadas o congresos literarios.  Lo primero que suelo hacer es mirar el programa con lupa, porque es lo que va a  determinar si hago la maleta o me quedo en casa.  Pero de vez en cuando me dejo arrastrar por el entusiasmo y voy a los sitios sin saber donde me meto.

Error.

Las buenas costumbres no deben perderse y los programas se miran sí o sí, porque si no te encuentras sorpresas desagradables y conferencias infumables. De todas estas las que más odio, sin duda, son las charlas de género y literatura. Estoy harta,  estoy cansada de  encontrar cosas con títulos como: “mujeres que escriben” “escritoras y personajes femeninos” “ellas también escriben” “ellas se miran la vulva con un espejito” (fijaos que he dicho vulva, este fin de semana me han aconsejado que modere mi lenguaje).
Es que siempre se dice lo mismo: que si las mujeres tienen una sensibilidad especial para describir sentimientos, que si les resulta más fácil crear personajes femeninos creíbles, que si no escribe igual una mujer que un hombre. Y, por supuesto, se acaba hablando de discriminación en el sector editorial. ¿Pero a estas alturas de la película esto se lo cree alguien? El 95% de las agencias editoriales las llevan mujeres. Jefes de prensa, comerciales, editoras… todas son mujeres. En este país el mundo editorial es femenino. Y no sé si hay más escritores que escritoras, ni me importa. Porque se trata de leerte un libro no de llevártelo al huerto.

De hecho hay géneros en los que difícilmente verás publicado a un hombre. Las editoriales piensan que solo las mujeres pueden escribir novela romántica, argumentan que si se pone en las estanterías una novela romántica escrita por un hombre nadie la comprará. Tal vez porque no tienen esa “sensibilidad innata” que se precisa para llenar páginas y páginas  almibaradas,  llenas de dramas emocionales y escenas de sexo absurdo y tórridamente explicito. Habría que recordarles que algunos de los super ventas de este género son hombres: Nicholas Sparks, Federico Moccia y Blue Jeans, por citar solo tres. Bueno y si no siempre se puede usar pseudónimo. Algo curioso, porque eso de tirar de pseudónimo para poder publicar fue lo que tuvieron que hacer durante mucho tiempo las mujeres que deseaban dedicarse a escribir.  También está de moda la novela fantástica escrita por mujeres, siguiendo la estela de J.K Rowling y Laura Gallego. No estoy diciendo que si un escritor presenta una obra de este palo no se la vayan a coger, digo que, en este caso, hoy por hoy tiene más posibilidades de acabar impreso si está escrita por una mujer. Alguien piensa que en las portadas luce más un nombre femenino. Pero esto rara vez se menciona y si se hace salen a la palestra las dos palabras más asquerosas que lo políticamente correcto haya parido jamás: discriminación positiva.  No jodamos, la discriminación no puede ser positiva, son dos términos antagónicos, como el chocolate ligth.

De machismo hay que hablar cuando realmente toca, no puede ser el saco de los topicazos para rellenar tiempo muerto en un congreso, porque nos hace un flaco favor a todos. Usamos las mismas palabras muertas, los mismo conceptos vacios y falsos de los que echan mano los políticos para ir de progres.  Puede que a principios del siglo pasado estos debates fueran necesarios, pero a día de hoy, al menos aquí, en España, esto debería estar superado.  Ya está bien, no será porque no hay debates interesantes. No, las mujeres no tenemos nada especial que nos distinga de los hombres a la hora de escribir. O al menos yo creo que no. Somos personas, no importa lo que tengamos entre las piernas, que escribimos.

Si tengo que volver a escuchar en una charla que nosotras desarrollamos ciertas aéreas del cerebro distintas a las que desarrollan ellos, o el rollazo de que  los grandes personajes femeninos en la novela son siempre mujeres reprimidas como la Regenta o Madame Bovary,  me tiro por la ventana del congreso aunque esté en un bajo. Hablar de personajes femeninos en la novela poniendo de ejemplo obras del s.XIX y además, que casualidad, hablando siempre de estas dos es como si dijésemos que todos los grandes personajes masculinos de la literatura están como cabras y citásemos al Quijote y al capitán Ahab.  Y eso si la mesa transcurre más o menos con normalidad, si la cosa se desbarra acabas oyendo hablar de la teoría  de Andrew Dalby de que Homero pudo ser una mujer…

El mundo editorial es duro y exigente, seas del sexo que seas publicar no es fácil. Hay que enfrentarse a un montón de reglas absurdas, exigencias del mercado, etiquetas.  Es un negocio, que sinceramente, no creo que nos discrimine a nosotras más que a ellos. Lo hizo en su momento, pero eso es agua pasada. Hoy tendríamos que defender el derecho de que cualquiera puede escribir lo que sea y tener exactamente las mismas oportunidades para publicarlo en base a su talento y no a unas dudosas leyes de mercado.(Ya lo sé, soy una ingenua)

Así que sí, me desesperan las mesas  sobre escritura en femenino. Si hicieran una con el tema “hombres que escriben lo que le sale de las pelotas” se les tacharía de machistas. Existen cursos de escritura exclusivos para mujeres, di ahora que vas a hacer lo mismo solo para hombres y verás la que se monta. ¿Por qué se puede hace un “solo para ellas” pero lo contrario nos huele a campo de nabos? Me van a perdonar ustedes pero a mí la concentración de genitales de un solo bando, sea el que sea, me da mala espina. Debe ser que mi memoria genética me previene contra los ghettos. 

miércoles, 23 de mayo de 2012

Escena descartada


Pues eso, os dejo otro párrafo descartado de la novela. Así hago tiempo hasta que pueda daros noticias



La sorprendió abrir los ojos, tanto como si regresase de una muerte súbita; no recordaba haberse desmayado. Seguramente nunca averiguaría por sus propios medios cómo había acabado hundida en mitad de un charco de barro y sangre. Tampoco era algo que le importase demasiado. Su último recuerdo era el de un corazón que dejaba de latir en medio de la oscuridad y después nada. Absolutamente nada…
Nicasia intentó ponerse en pie y un dolor lacerante le recorrió el brazo derecho cuando intentó apoyarse en él. Los huesos de la mano volvían a estar desmadejados, y apenas era capaz de mover el hombro. Curiosamente, esto no la asustó. Ni su ropa hecha jirones, ni ella misma cubierta de hojas, tierra y sangre. No quería saber si la sangre era suya o de otro. Solo quería ponerse en pie, y en eso centró todos sus esfuerzos. Tuvo que hacer varios intentos hasta que logró coordinar el brazo y la pierna sanos para conseguirlo. Su cuerpo protestó con diversos dolores y calambres, pero la ingeniera no les prestó demasiada atención. Se mantenía en un equilibrio bastante precario,  tambaleándose como un arbolito demasiado joven a merced de un viento caprichoso; aun así, consiguió no volver a caer. No intentó caminar, el terreno era resbaladizo, blando y traicionero. Se limito a mirar a su alrededor.
“Cuántos muertos”, pensó, y casi al mismo tiempo cayó en la cuenta de que no era la primera vez que estaba en un campo de batalla. Ya había visto escenarios parecidos. No quedaba nadie en pie. Tampoco eso era nuevo. Matar se le daba bien, demasiado bien. Si había algo nuevo entre las ruinas del pantano era el silencio. No es que no oyese voces, es que no era capaz de escuchar nada, ni el viento, ni el grito de un pájaro. Estaba inmersa en un silencio denso que le llenaba los oídos con un pitido finísimo y le embotaba la cabeza. El sol le molestaba en los ojos. Miró a su alrededor:  el terreno estaba arrasado. Había restos de cadáveres por todas partes, incluso colgados en los arboles.
Entonces recordó la explosión. Así era como ella sabía matar… con fuego y pólvora. Le debía haber salido muy bien. Allí no se movía nada, no quedaba nada. Había vuelto a vencer. Lo raro de sus victorias era que nunca le parecía que las cosas hubiesen acabado bien. Solo habían acabado; y ni siquiera para siempre.
Se esforzó por dar un primer paso, por avanzar. La dirección no le importaba demasiado, solo quería moverse, sin molestarse en mirar a su alrededor, sin pensar, sin preocuparse siquiera por el zumbido en el que se estaba convirtiendo su cabeza. Cada paso era lento y fatigoso. A veces se le hundían las piernas en lodo hasta las rodillas, y aun así no se detenía.  Estaba huyendo, simple y sencillamente. Quería alejarse de aquel escenario de miseria. En realidad le gustaría dejarse a sí misma atrás. Dejar de ser Nicasia, dejar de ser la Recorretúneles, del mismo modo que había dejado de ser Nanyalín. Aunque en el fondo sabía que por muchos nombres que usase nunca dejaría de ser ella misma, y esa era la fuente de todos sus problemas.
Terminó topándose con que, poco a poco, el terreno cambiaba a peor, cada vez encontraba menos tierra sobre la que caminar. Primero fue encontrándose charcos de agua estancada que cada vez eran más grandes. Al final acabó alcanzando el centro del pantano, un lago inmenso de tranquilas aguas verdosas lleno de juncos y plantas. Un lugar extrañamente calmado. Tuvo la impresión de que era allí hasta donde había querido llegar, porque tenía sed y estaba abrasada por el calor, porque quería tranquilidad y aquel lugar era último rincón de Terralinde.
Se contempló en el espejo negro del lago. Allí estaba: casi desnuda, rota, huesos y piel sin apenas carne que le diera forma a su cuerpo. Estaba a solas con un dolor inmenso, no solo de sus heridas; sentía su corazón como si fuese un saco de mariposas muertas; ligero, frágil, abandonado…Tanto luchar… ¿Para qué? Ella nunca obtenía lo que realmente deseaba. Su reflejo le dejaba bien claro quién era: un hada flacucha y fea incapaz de hacer otra cosa que no fuese andar hacía adelante sin ningún rumbo, sin nadie que la esperase.
Se dejó caer en el agua. Ya estaba bien, no lucharía más, no sufriría más. Un abrazo extrañamente cálido la envolvió, su cuerpo perdió peso. Paz, una paz inmensa la acogió entre el liquen y las algas mientras se hundía. No sintió deseos de respirar, ella formaría parte del cieno y los peces. Todo acabaría allí.
Entonces, recordó la mirada de unos ojos.
“Malbicho, no te rindas, no me abandones”.
Supo que le quedaba un solo motivo para volver, una sola tarea. Un amor lento y paciente. 
Encontraron a la ingeniera flotando bocarriba, inconsciente, pero con una sonrisa pintada en los labios pálidos.
Ninguna historia acaba mientras el corazón no deja de latir.