viernes, 27 de julio de 2012

Insomnio


Hay noches en la que tú quieres dormir pero tu cerebro tiene otros planes. Todos hemos tenido una noche de esas: nos vamos a la cama, nos acomodamos, cerramos los ojos y entonces empieza el show neuronal: ¿He apagado el termo?¿Debería ir mañana al banco?¿Por qué mi vecino me ha mirado así en el ascensor?¿Sabrá que soy yo la que le roba los calcetines?¿No hace mucho que no visito a mis padres? Preguntas, preguntas, preguntas…con las preguntas llega la angustia, y empezamos a dar vueltas como pollos en un asador. Si no sabes cómo ponerle freno vas listo, toca noche en vela. Pasarse la noche en blanco cuando tienes un buen motivo todavía puede tolerarse, pero llevo una larga racha de ellas y empiezo a estar cansada en más de un sentido.
Si le dices a tus amigos y familiares que sufres de insomnio todos te van a decir lo mismo “pues tómate algo”, como si las pastillas para dormir fuesen juanolas. El médico casi que también se pone en esta línea, solo que él te receta ese algo (o te recetaba, ya no sé cómo está la cosa; si me pongo a pensar en el estado actual de la seguridad social no volveré a dormir en mi vida) Soy un poco reticente con la química, en especial con la química que causa adición y además no creo que lo mío sea tan grave como para tirar de valium, tranxilium u otros fármacos acabados en um. Así que le pregunté a una amiga psicóloga y ella, en su inmensa sabiduría, me dio unos consejos bastante buenos y me recomendó unos simpáticos ejercicios de yoga, que igual no sirven para nada, pero quedan de lo mas new age.
Anoche, como tantas otras noches me di cuenta de que no iba a pegar ojo, probé las técnicas para “bloquear pensamiento” que la psicóloga me había recomendado y bueno, fue como intentar parar un tsunami con un folio, pero me sirvió para acordarme de la clave del contestador automático del móvil, algo es algo.”Nada de tretas mentales” me dije ”voy a tirar del yoga” Me siento en la cama, postura básica del loto y tal como me han aconsejado me concentro en la respiración. Todo muy sencillo: inspirar, aspirar, inspirar, aspirar, inspi…”¿Eso que me ha zumbado en el oído es un mosquito?”Abro un ojo, evidentemente ni rastro del bicho. Vale, no voy a perder el hilo, si me quiere picar que me pique, tampoco es tan grave. Vuelvo al ejercicio: inspirar, aspirar, inspirar, aspiaaaatchuuuuus. De repente la nariz me hormiguea cosa mala. No, no me hormigue, me mosquitea, porque se me acaba de meter dentro el maldito nematócero.  Comienzo un bucle de estornudos contundentes. Cuando acaba estoy sentada en la cama, casi sin aire y con todo el pelo por la cara. Con la recuperación de la conciencia llega el horror y descubro instalado en mi flequillo el cadáver de un mosquito de gran calibre, bien cubierto de mocos. Me levanto de la cama a toda velocidad camino del cuarto de baño, apartándome el mechón de pelo contaminado y muriéndome de asco. Por supuesto el suelo está limpio y pulido, desliza que da gusto ¿Por qué privarme del placer de un buen costalazo para acabar de redondear tan sublime momento? Pues al suelo que voy.
Ya en el cuarto de baño me lavo el pelo, me froto las costillas y bostezo. Ni yoga , ni leches, no hay nada como una buena subida de adrenalina para que te entre sueño. Vuelvo a la cama. Mañana ya veré que me invento, esta noche doy gracias a la evolución por crear al mosquito. 

viernes, 20 de julio de 2012

Como NO escribir novela fantástica




A veces, por muy bueno que sea el libro que estás leyendo, te apetece leer algo ligero. Anoche estaba intentando leer “shogun”, la maravillosa novela de James Clavell, y tuve que desistir al poco tiempo; no estaba concentrada, los diálogos se me escapaban y estaba pasando las hojas sin apenas notarlas. Eso, cuando tienes un buen libro por delante, como era el caso, es un delito. Estaba desperdiciando el placer de una buena lectura y eso debería considerarse pecado; a día de hoy no abundan. Cada vez estoy más convencida de que las editoriales están apostando por inundar el mercado de material, a la caza del best seller sin primar para nada que el libro sea digno de ser leído. Cantidad, antes que calidad. Quizás me tiro piedras al tejado, porque a veces pienso que, a título personal, me ha beneficiado esta política editorial del “todo vale” y que gracias a ella voy a publicar una novela sobre la que albergo toda clase de dudas y alguna más. En fin…
El caso es que anoche no tenía la cabeza ni el ánimo para disfrutar de las aventuras de John Blacthorne y pensé en algo más ligero. Sobre la mesa tenía un libro por el que sentía cierta curiosidad. Adoro la literatura fantástica y tal vez un poco de magia era lo que necesitaba.
La verdad es que me decepcioné muy rápido. Soy una ávida lectora de novelas fantásticas; es mi género, el que más me gusta leer, el que mejor conozco y, precisamente por eso, al que más le exijo. Al cuarto capítulo la historia me tenía de mala hostia. Porque es un libro que jamás se habría publicado sin la estela de Harry Potter, que tantos hijos mediocres ha engendrado.
La protagonista es una niña rica, huérfana (esta vez solo de madre ¿o tal vez no es huérfana y su madre no era del todo humana?) y solitaria de la que todas sus compañeras de colegio se ríen porque es diferente.
Primero: me niego a tenerle pena a una millonaria. Una adolescente que vive en una mansión, y cuyo amantísimo padre la cubre de regalos caros en todos sus cumpleaños, me inspira poca lástima.
Segundo: una novela escrita en el 2008 no puede pretender que me crea que chicas de esa edad se rían de otra por llevar pintas extrañas, cuando hoy lo raro es encontrar a una adolescente que no le dé a su vestuario o a su aspecto un toque exótico.
Tercero: técnica de la cáscara vacía ¡Otra vez! ¿Cómo es la protagonista? Pues no lo sabemos; sabemos que es una adolescente insegura, que se siente fea, lo que encaja con el 95% de las adolescentes. No sabemos si es alta, baja, si es delgada… Nada de nada. Tampoco sabemos qué música escucha, ni qué le gusta leer (solo que, como es una solitaria, adora leer, los libros son sus únicos amigos. Que original, de verdad que es la primera vez que leo algo así). Eso sí, está plagadita de sentimientos, inseguridades y complejos que la llevan a portarse como una autentica gilipollas. Sí, esto es lo que yo llamo un personaje femenino bien trabajado.
Cuarto: Todo cambia cuando, ¡oh, que giro de argumento más inusual!, recibe un regalo, herencia de su difunta madre, que resulta ser, maravilla de maravillas, un objeto mágico que cambiará su vida para siempre, hará que olvide sus sufrimientos y deje de ser una triste marginada para convertirse en alguien super guay.
En serio, estoy cansada de las niñas tristes cuyas vidas cambian a mejor gracias a su herencia sobrenatural, o a un encuentro sobrenatural o a un amor sobrenatural. Hartita. Porque, además, la vida no es así; nadie acude nunca al rescate de las niñas tristes y solitarias. Ni siquiera la magia. En “La Historia Interminable” Bastian no deja de ser un niño gordito, lo que sí gana es a su padre. Siempre me ha parecido uno de los finales más hermosos de la literatura fantástica; esa vuelta a la normalidad, en la cocina de casa, delante del desayuno, mientras padre e hijo hablan de verdad por primera vez en su vida. Y tú ya intuyes que las cosas van a cambiar a mejor. Aunque se sigan riendo de él en el colegio, porque al final del día tendrá a su padre.
Creemos erróneamente que la literatura fantástica es un género de menor, de evasión, dirigido a adolescentes, al que no hace falta exigirle demasiado. No puedo estar menos de acuerdo. No son tontos, no puedes acostumbrarles a leer libros que no exijan pensar un poco. Las lecturas fáciles no están mal de vez en cuando, pero al cerebro también hay que desafiarlo, no importa la edad del lector. Los adolescentes merecen, igual que cualquiera de nosotros, una literatura de calidad. Y no hace falta que los protejamos de nada con argumentos almibarados. Ellos ya saben que el mundo está ahí fuera y que no es fácil. Saben que la magia no va a salvarlos. No esperan que lo haga, solo esperan que los libros les ofrezcan algo. Ese algo debería ser más que argumentos pobres y palabras vacías.