martes, 29 de enero de 2013

Ruido


Conozco a un escritor al que admiro. No solo lo admiro por su obra, aunque ese sea el motivo principal, sino por su incansable capacidad de trabajo. Las pocas veces que hablo con él vía facebook suele cortar la cháchara con su típica frase de despedida: “Te dejo, querida, sigo con la novela”. “Te dejo, prima, voy a seguir o pierdo el hilo”. Y no me cuesta nada imaginarlo delante del ordenador echando horas, desgranando su historia palabra a palabra.

Hay otro escritor, un culo de mal asiento. “Me estoy haciendo una página web”. ”Ando con un artículo para tal o cual revista”. “Estoy buscando documentación”, y te habla de sus descubrimientos, de las novelas que  tiene mente con el entusiasmo de un niño que entra en una tienda de juguetes.  Son gente que vive para escribir, que consideran que la mejor tarjeta de presentación para un escritor es su trabajo, sus novelas, sus artículos… Gente que cuando se reúne habla de lo que andan perpetrando, de los extraños senderos del proceso editorial, de cine, o de lo que ha subido la factura de la luz.

Y luego está el ruido.

Los  que creen que basta con proclamarse escritor para serlo y que despotricará de la injusticia del mundo editorial porque nadie les hace caso, poniendo verde a cualquiera que tenga más éxito que ellos. Gente que se sube al carro del “todo vale” con tal de vender un libro. Eso el que aún pretende editar por lo clásico; los que se han pasado directamente al mercado digital se dedican a lanzar dardos sobre la caduca industria editorial, a reventar sobre los amiguismos de las redes sociales, que los condenan al ostracismo fuera de las cumbres de la fama, a proclamar su libertad como creadores. A cualquier cosa menos a escribir. Son los escritores del ruido, de la polémica para rellenar horas, de los debates vacíos e interminables, de los argumentos repetidos hasta el asco. De la crítica feroz, de la envidia y, al mismo tiempo, de la hipocresía más patética. Quiero y no puedo. Todos ellos victimas a las que se les ha arrebatado su status de autores, o lo que ellos imaginan que debe ser eso. Flores de un día que pasarán sin pena ni gloria. Como un bocinazo en un atasco.

Ruido.

Frente a ese ruido pongo a aquellos que saben que corren tiempo duros para el mercado editorial y que la única salida es ignorar a la marabunta, refugiarse en casa y escribir, dejar que sea su trabajo el que hable por ellos. Gente que no envidia a nadie porque hace lo que les gusta y se sienten privilegiados. Gente que rara vez se llaman a sí mismos escritores, pero que realmente lo son.
La calma frente al ruido.

miércoles, 2 de enero de 2013

Nochevieja y otros cuentos.


Espero que a estas alturas todo hayamos superado la resaca de Nochevieja y estéis preparando el estomago para el roscón. La festividad de Año Nuevo es a día de hoy una celebración casi global, y milenaria, aunque no siempre se celebró en invierno. Yo espero que este 2013 los dioses os sonrian

En occidente las primeras noticias que tenemos de una celebración de “fin de año” provienen de Babilonia, se celebraban en lo que hoy serian finales de Marzo, en el equinoccio vernal o de primavera. Las celebraciones duraban once días. El primer día un sumo sacerdote se despertaba antes del alba, se purificaba con un baño ritual en el Eufrates y ofrecía cantos en honor a Marduk, dios de las cosechas, para rogar por un nuevo ciclo de cultivos prospero y abundante. Después se frotaban los muros del templo con la sangre de un cordero recién decapitado para que esta limpiase el edificio de malos efluvios. Este ritual inciaba una fiesta llamada Kuppuru, palabra que luego usarían los hebreos en su día de la Reparación, que nosotros conocemos como Yom Kippur. Tras estos actos solemnes se sucedían los banquetes y se consumían todo tipo de bebidas. De este modo se agradecía la abundancia y se buscaba el favor de Marduk. Era costumbre celebrar danzas y desfiles de disfraces en honor de la diosa de la fertilidad, y por supuesto pues hacer otro tipo de cosas todas ellas muy fértiles, muy de retozar.

Como se pasó el fin de año de la primavera al invierno es una historia bastante curiosa. Enero es un momento muy extraño para celebrar un cambio de ciclo. Astrológicamente hablando no ocurre nada significativo y desde punto de vista agrícola tampoco es que sea un mes muy propicio, tuvieron que venir los romanos con sus politiqueos para hacer el cambio. Ellos también celebraban el año nuevo en Marzo, tenían ademas un calendario solar, pero los altos cargos de la república variaban continuamente la duración de los meses para alargar sus mandatos (la caradura en los políticos es algo casi milenario). El calendario romano llegó a tener tan poca relación con los ciclo naturales o astrológicos que en el año 153 a C se impone por primera vez Enero como principio de año para evitar confusiones. Pero esto no logró evitar que los altos cargos del senado le siguieran metiendo mano a la duración de sus mandatos alterando la duración de los meses, llegó a ser tan escandaloso que Julio Cesar (Después de que al año 46 a. c durase 445 días) consideró vital ponerle freno a esta costumbre para asegurar el buen manejo del imperio. Él creó el calendario juliano y las celebraciones del día 1 pasaron a ser las habituales del año nuevo.

En época cristiana la iglesia prohibió estas celebraciones por considerarlas paganas, impúdicas y faltas de moral, pero no debió tener mucho éxito porque siguieron celebrándose. Se trató de cristianizar las fechas convirtiéndola en el “Día de Circuncisión del Señor”(como si que un rabino te corte el capuchoncillo sea cosa de mucha guasa), el éxito de la idea fue mas o menos nulo y la Iglesia prohibió totalmente cualquier fiesta de año nuevo.

Durante la Edad Media esta fecha no se celebraba y no fue hasta el s XVII cuando volvemos a saber de la nochevieja como una fiesta promovida por las distintas cortes de Europa. La iglesia mantiene lo del desencapuchamiento y no la considera fiesta religiosa.